
Tribuna
Religiosidad popular
El pregonero de la Semana Santa de Sevilla de 2018, José Ignacio del Rey Tirado, ahonda en el significado de la piedad popular

La ciudad de Sevilla ha celebrado el II Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular en el que se han abordado diversos aspectos de esta forma tan específica de celebrar la fe. Probablemente no haya mejor lugar en el mundo donde celebrar este acontecimiento, ya que la diócesis hispalense cuenta con más de setecientas hermandades erigidas en sus dominios, lo que da buena prueba de la pujanza de esta forma de expresión de la fe, tan identificada con España y Latinoamérica. No debemos olvidar que la religiosidad popular no se reduce únicamente al hecho de sacar procesiones en Semana Santa, o las de las patronas y patronos de nuestros pueblos; es algo que va mucho más allá. La religiosidad popular abarca, además de la reseñada Semana Santa española, peregrinaciones como la del Camino de Santiago, Caravaca de la Cruz, Santo Toribio; el camino del Rocío, los santuarios marianos de Covadonga, Guadalupe o el Pilar, tradiciones, romerías, todas ellas forman parte del modo de ser cristiano de nuestro pueblo. La cultura y la fe se unen en armonía perfecta, tal y como explicaba SS San Juan Pablo II en el discurso fundacional del Consejo Pontificio para la cultura (1982): «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada y no fielmente vivida». El magisterio de la Iglesia se ha ido ocupando (poco) de esta genuina expresión de fe. Desde el Concilio Vaticano II ha aumentado el interés por estas manifestaciones religiosas, y sobre todo ya en el siglo XXI cuando se han mostrado muy eficaces para combatir la secularización que se ha extendido por toda Europa. El invierno de la fe tiene su particular «jardín del gigante egoísta» que escribiría Oscar Wilde, en nuestro continente, mientras que la primavera sigue reinando en los lugares donde la religiosidad popular se mantiene pujante. El Papa Francisco enseña que esta religiosidad es una expresión particular de la búsqueda de Dios y de la fe. Cada persona que se acerca a venerar las imágenes sagradas en las cofradías, busca a Dios y hace visible de algún modo la fe. Muchas veces la religiosidad popular ha sido tratada por la propia Iglesia como expresiones de fe de menor pureza, categoría o calidad, más propias de gente ignorante. Nada más lejos de la realidad. Bajo los antifaces de los nazarenos pueden encontrarse desde científicos a filósofos, pasando por trabajadores de todo tipo, profesionales liberales, hombres y mujeres de muy diversas cualificaciones profesionales y extracciones sociales. La devoción no entiende de nivel cultural y el encuentro con Cristo y nuestra madre la Virgen se produce en las situaciones más insospechadas. La religiosidad popular es un buen punto de partida para atraer a cristianos a la Iglesia. Esa siembra que se produce al borde del camino y que debe terminar germinando. Es un comienzo, una palanca o una buena excusa para el acercamiento de la fe en una sociedad secularizada y en la que los valores cristianos, la fe y la devoción se intentan arrinconar por el empirismo y el relativismo moral. La religiosidad popular es la negación de la fe como algo solamente privado. Es la ocupación del lugar público, en igualdad de condiciones, con otras ofertas públicas. Sin complejos y sin falsas modestias. El encuentro que propician las imágenes sagradas es el punto de partida de la historia de la salvación de cada persona. Es a la Iglesia, y a las propias Hermandades, como agentes de esta forma de expresión de la fe, a las que corresponden, una vez convocadas las multitudes alrededor del Maestro cumplir su mandato: «Dadles vosotros de comer».
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