España
El apego a mi colchón de siempre
Un colchón no sólo es un objeto que miras o tocas, es un refugio, un techo, un hogar, una historia
Estoy esperando a que suene el timbre, vengan con mi colchón nuevo y se lleven el viejo. Estoy apenada. Yo no quería que esto pasara, pero últimamente me despierto con dolor de espalda y todo el mundo me aconseja que lo cambie. Sí, tiene muchos años, pero no veo que le falle nada. Seguramente, la que falla soy yo. Mis huesos están más gastados, mi musculatura más débil. Muchos años más. Esta noche he dormido regular y me he despertado varias veces. Recordaba que era mi última vez en ese lecho maravilloso donde he amado, he llorado, he escrito y leído, he charlado con amigas, he abrazado a mi hijo, he sido joven y mayor. Estoy triste, sí, aunque les parezca ridícula esta situación. Porque en ese jergón de lujo están mis esencias y las de las personas que más he amado en la vida. Porque un colchón no es sólo un objeto que miras o tocas, un colchón es un refugio. Un techo, un hogar. Una historia. En este caso, la de una pareja nueva que se compra una cama grande y nueva para quererse, descansarse y soñar. Y ahí soñamos con un hijo que llegó y trepó muchas noches a nuestro lecho y se plantó en el medio de los dos. Y ahí gritamos de placer. Y también de dolor. Porque ahí decidimos separarnos un día. Un colchón es mucho más que un objeto cualquiera, y cuando te desprendes de él se lleva entre sus muelles, su espuma y sus asas, el alma de un tiempo que no volverá. Ese tiempo que, según Borges, es un tigre que nos devora. Está a punto de llegar el nuevo a mi hogar, intacto, de acuerdo, pero sin mí. Y yo corro a tumbarme por última ocasión sobre el viejo para despedirme y darle las gracias por todo lo que hemos pasado juntos. Y, de pronto, me doy cuenta de que el apego a las cosas, sin alma, es trastorno; de que no podemos dolernos de lo que ya cumplió su función; de que cada día empieza todo. No obstante, le abrazo en un último adiós sentido. Adiós al pasado.
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