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¿Qué razones psicológicas nos llevan a practicar «turismo oscuro»?

Tras el éxito de la miniserie de HBO sobre la catástrofe de Chernobyl, las redes sociales se inundan de selfies en este destino

Un hombre muestra una mascarilla en la central de Chernóbil en una foto de archivo
Un hombre muestra una mascarilla en la central de Chernóbil en una foto de archivolarazon

Lo hemos visto tras el éxito de la miniserie de HBO sobre la catástrofe de Chernobyl: instagramers posando entre el polvo y los escombros de la abandonada Prípiat, viajeros fotografiándose con la ominosa silueta de la central de fondo, con el palo selfi en una mano y el contador Geiger en otra.

¿Qué le lleva a ponerse en peligro de este modo? Probablemente hay tantos motivos como turistas, pues cada persona es única y sus motivaciones están estrechamente ligadas a su personalidad y experiencias. Sin embargo, creo que sería reduccionista decir que quienes lo hacen buscan únicamente recrearse en el morbo.

Desde un punto de vista psicológico, se me ocurren varios motivos que pueden llevar a las personas a inclinarse por el ‘turismo oscuro’. El primero y más obvio es el de la curiosidad. Vivimos en una sociedad que tiende a ocultar y negar el dolor y lo doloroso, que esconde lo feo y lo injusto, que gira en torno a un ideal de belleza y felicidad.

En la cultura anglosajona, aún es corriente visitar los cementerios, pero nosotros no lo hacemos porque allí están los muertos y de la muerte no queremos saber nada en este momento social. Quizás lo hayamos hecho de adolescentes, movidos por la curiosidad, buscando trasgredir los límites: conocer el mundo más allá de lo que nos permitían los adultos, acercarnos a lo prohibido o socialmente negado. Cuando somos conscientes de que existe esa parte oscura del mundo, es normal que sintamos curiosidad, porque el ser humano es curioso por naturaleza.

Destinos como Auschwitz, Chernobyl o Fukushima no dejan de ser cementerios, probablemente de los más terroríficos en nuestro imaginario. Existe una memoria colectiva del ser humano que incluye el dolor. Esta idea parte de la experiencia del ser humano más allá de la vivencia subjetiva: formamos parte de una comunidad.

Necesitamos conocer y recordar los hitos de la humanidad. Es probable que, para mucha gente, visitar antiguos campos de concentración sea un lugar de peregrinaje, de recuerdo, de honrar a los muertos y su recuerdo, como cuando vamos al cementerio a visitar a un ser amado que ha fallecido.

Es cierto que no conocemos a los que allí murieron, pero desde esa experiencia del ser humano como algo que trasciende la individualidad, el daño a uno es el daño a todos, y visitamos esos lugares para conectar con la memoria de ese dolor. Es una forma de integrarnos y de integrar el dolor de otros en nuestra propia vida, como en el verso de John Donne que tomó Hemingway para su novela: "No preguntes por quién doblan las campanas, porque doblan por ti".

Otra de las motivaciones de viajar a sitios donde suceden o han sucedido hechos terribles está relacionada con enfrentarnos a nuestros propios temores, haciéndolo en un contexto de seguridad.

¿Nunca te has parado a pensar lo terroríficos que son los cuentos infantiles? Hansel y Gretel, Blancanieves... Generación tras generación hemos contado a nuestros hijos en el momento de irse a dormir historias de niños que quedan huérfanos y tienen que enfrentarse a personajes malvados. ¿Lo hemos hecho porque somos crueles? No, lo hemos hecho porque esos cuentos les ayudan a superar el miedo a las situaciones que más temen, como explica Bruno Bettelheim en ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’.

Cuando somos adultos seguimos leyendo novelas de terror o viendo series como ‘El cuento de la criada’. ¿Lo hacemos porque disfrutamos viendo cómo se viola a las mujeres? No, lo hacemos porque, desde el tranquilo salón de nuestras casas, nos estamos enfrentando a nuestras peores pesadillas, con la esperanza de que la protagonista escape de Gilead, de que el bien venza al mal.

Si me preguntasen si, en el caso de existir Gilead, ¿alguien iría de vacaciones?, contestaría: hay quienes pagan mucho dinero por nadar entre tiburones, eso sí, dentro de una jaula.

Las películas sobre el Holocausto no pasan de moda. La comunidad judía no solo las ha visto, las ha dirigido, como hizo Steven Spielberg con la ‘Lista de Schlinder’.

Quizás, cada vez que un judío visita Auschwitz, se enfrenta al terror de lo que pudo haber sufrido si hubiese nacido en otro momento histórico y, al mismo tiempo, rinde un homenaje, conserva en el recuerdo a los que no tuvieron esa suerte.

Pero no hace falta ser judío para estremecerse con lo que allí ocurrió, basta con ser humano y conocer la historia. Y quizás, sólo quizás, Chernobyl multiplique su número de visitantes desde que HBO nos la contó y nos puso los pelos de punta.

Celia Arroyo Caballero, fundadora de Augesis psicoterapia