Jesús Fonseca
La dignidad y la gloria del escribidor
Es el primer nombre de las Letras del mundo hispano. El más insobornable y sabio. José Jiménez Lozano, representa al escritor vivo que mejor ha sabido conservar la dignidad y la gloria de nuestra lengua. Nadie como él ha hecho frente, en solitario, a lo vacío y trivial. A la criminal manipulación de los camaradas rojos y los camaradas pardos. Jiménez Lozano lleva décadas desenmascarando las mamandurrias y camelancias de la modernidad. Narrando como el escribidor valiente y sagaz que es. Fue anticipativo hasta para advertir, antes que nadie, que las cosas ya no eran lo que son, «sino lo que se dice que son» y denunciar la caída de las realidades más sólidas. De tantos y tantos embustes; de lo que él llama la «necedad con empaque». La producción diaria de mentiras. Esta medalla de oro, es un reconocimiento más a quien mucho debe España y la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Enemigo del puro ruido y acostumbrado a contrastar con lo real y lo verdadero, en busca de certezas, la obra de Jiménez Lozano es un tesoro de nuestras Letras. «Hay una generación orgullosa de no saber nada y que no quiere aprender nada», denunciaba el maestro, en estas mismas páginas de LA RAZÓN, hace casi veinte años, cuando este periódico echaba a andar. Y avisaba, para que nadie se llevara a engaño: «La política lo ha invadido todo: alma, arte, sensibilidad, razón. Todo es una cuestión política y eso puede conducir al totalitarismo». En ello estamos. Incapaz de gobernar a los personajes de sus novelas, Jiménez Lozano no muestra nunca caracteres, sino personas a las que deja andar a sus anchas. En ellas se centra y así contribuye, como sin querer, a mostrarnos esa perplejidad que nos rodea y aupar la belleza literaria. El Cervantes de Alcazarén, es un humanista inquieto por la convivencia, la educación, la Historia y todo lo que tiene que ver con la civilización cristiana, muy especialmente: «nuestra cultura es cristiana y hay que tenerlo en cuenta. Pero hay quien derribaría hasta las viejas catedrales. Es sobrecogedor». Nuestro escribidor conoce, como pocos, el espíritu del hombre; cultiva con hondura y admirable ironía la novela, el ensayo, el periodismo y la poesía. Convencido de que «la política no puede resolver los problemas profundamente humanos», así prevenía, Jiménez Lozano, hace décadas, a nuestra ingenuidad o ignorancia: «Las cosas materiales las resuelve la ciencia, para las espirituales no hay todavía ninguna fórmula mágica. Si creemos siempre en un político terminaremos siendo habitantes de una granja feliz, pero sólo seremos habitantes de una granja». Es incancelable la deuda de esta tierra nuestra, Castilla y León, con este abulense universal, capaz de decir cosas como esta: «No estoy tan seguro de que a esta tierra la haya aplastado la historia, según se dice, como de que los hombres de ella han utilizado más de una vez esa historia como escudo de una enorme indiferencia, y un senequismo amargo».
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