Jesús Fonseca
Un Rey con voluntad de ser útil
Es un hombre sereno y bueno; prudente y firme a la vez. Un gran Rey para un gran país. Felipe VI acaba de cumplir 50 años y, la inmensa mayoría de los españoles, no sólo no discute su figura sino que la aplaude. Los españoles quieren a su Rey. En esto de la monarquía, importa lo que importa: la utilidad de la institución. Si es así, permanece. De lo contrario, el pueblo se la lleva por delante. No es sólo que don Felipe sea el mejor embajador. Nuestro Rey se lo cree. Está convencido de la España avanzada y competitiva en la que vivimos y hace lo posible por ayudar a la causa y proclamarlo a los cuatro vientos. ¿Que alguien me diga quién maneja mejor que él las situaciones tan vidriosas que nos están tocando? La felicidad, la prosperidad de los españoles, es su santo y seña. Es lo que de verdad le ocupa. Intenta no dejar nada al azar. Pide parecer, escucha mucho; observa. Se ha hablado abundantemente estos días de la preparación del Rey. La tiene, ciertamente. Pero a mí me ha parecido siempre que lo más valioso de don Felipe es su humildad. Su capacidad para discernir. Esa dignidad heredada de sus padres que hace que cuando alguien está ante él, por muy próximo que sea, te sientas ante un rey. Nuestro Rey. Don Felipe se sabe frágil en su entereza. No se fía y hace bien. Pero no se nota. Tampoco se deja enredar. En estas cualidades e intuición y sentido anticipativo se sustenta su buen hacer. Todo esto se nota, sobre todo, cuanto mayores son los sobresaltos económicos e institucionales. ¿Se pueden hacer mejor las cosas, desde la Jefatura del Estado, ante el mayor desafío al que se ha enfrentado nuestra patria? Es sólo una pregunta. Don Felipe es buena gente. Atento a la letra menuda del vivir. Es afable y sonríe con facilidad, lo cual también se agradece. Da confianza y certidumbre a nuestra convivencia común. Junto a doña Letizia, tan injustamente zarandeada, como animosa e inteligente a la hora de ocupar su sitio. En menos de cuatro años, Don Felipe se ha enfrentado a los momentos más delicados desde la restauración monárquica: desde una crisis de gobernabilidad a la hostilidad republicana y el golpe de estado de los independentistas. Felipe VI se ha ganado su puesto. Los españoles le quieren y no poco. Eso se nota en las conversaciones, en la calle. Es casi imposible encontrar alguien que hable mal de don Felipe. No le va a ser fácil, desde luego, mantener el listón así de alto. Es el Rey pero, en lo esencial, busca no ser distinto a los demás. A los españoles nos gusta su alegría de vivir, que no es fingida. Su obsesión por servir y ser útil. Su voluntad de sencillez. Un Rey, en fin, que nos ayuda, a comprendernos y a reafirmarnos como españoles. ¿Se puede pedir más?
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Pasividad ante la tragedia