Estados Unidos
¿Quién (diablos) puede frenar a Donald Trump?
La victoria aplastante de Donald Trump en el Supermartes, se impuso en siete de los once estados en juego, afianza la carrera del candidato “outsider” a la nominación presidencial. El Partido Republicano está ingiriendo con un embudo el éxito electoral del magnate de los casinos y asiste con pavor a la posibilidad de que pueda ser coronado candidato republicano a la Casa Blanca en la convención de julio.
Pero el pánico a que Trump se convierta en el 45º presidente de Estados Unidos no se limita a la élite del aparato republicano sino que ha trascendido al mundo de la academia de dentro y fuera de Estados Unidos. Ilustres profesores de Harvard como Danielle Allen o de Stanford como Victor Davis Hanson ponen a América en el diván para analizar las causas del fenómeno Trump. Los dos profesores establecen una analogía entre Estados Unidos hoy y Alemania en 1930. “Viendo el ascenso de Trump... Entiendo cómo Hitler alcanzó el poder” ha manifestado Allen. Sin embargo, para el historiador británico, también profesor de Harvard, Niall Ferguson, Trump no es un fascista sino un populista clásico. “Un demagogo con traje de chaqueta” escribió en su artículo semanal en The Sunday Times. El auge de Trump se puede asociar al de Le Pen en Francia, al de Viktor Orbán en Hungría o el de Jaroslaw Kaczynski (presidente en la sombra) en Polonia.
La crisis financiera de 2008 ha hecho estragos en la clase media norteamericana y europea. La economía se ha reactivado a ambos lados del Atlántico pero todavía hay sectores de la sociedad -los trabajadores menos cualificados o “blue collars” como se denominan en EE UU- que no perciben esa mejoría y se sienten abandonados por sus dirigentes. En Estados Unidos culpan a la política de Washington de sus males, en Europa lo hacen a Bruselas. La crisis ha activado un discurso nacionalista e identitario que cautiva a un público transversal y heterogéneo. Le Pen arrasa entre los obreros de Marsella, igual que el doblemente divorciado Trump seduce a los evangelistas del Medio Oeste y a los liberales de Massachusetts. El magnate neoyorquino ofrece respuestas simples a problemas complejos. Para garantizar el pleno empleo hay que levantar un muro con México y deportar a los 11 millones de ilegales. ¿Quién lo va a pagar? México, por supuesto. Para combatir la amenaza yihadista a nivel nacional, hay que prohibir la entrada de todos los ciudadanos musulmanes. Así de sencillo. Poco le importa que la libertad religiosa esté recogida en la Primera Enmienda de la Constitución de EE UU. Uno de sus biógrafos Michael D'Antonio afirma en un extenso artículo de Der Spiegel titulado “El agitador de América. Trump el hombre más peligroso del mundo” que el pecado original de Trump es su ego. Se considera así mismo una suerte de “superhombre”, inmunizado contra el error. Cree que él y sólo él es capaz de dar respuesta a los problemas de una América en decadencia.
Karl Rove, el artífice de las victorias electorales de George W. Bush, verbalizó en un almuerzo con donantes del Partido Republicano el pasado 19 de febrero el temor de los pesos pesados del partido a que Trump lograse la nominación en julio y advirtió de las consecuencias perversas que acarreraría su presidencia. Detectado el peligro se mostró convencido de que todavía se podía neutralizarlo. Sin embargo, el tiempo pasa y el “show de Trump” sigue cosechando éxitos. El gran problema al que se enfrentan los conservadores es la falta de unidad.
El Partido Republicano ha sido incapaz de elaborar un discurso que contrarreste el mensaje incendiario del neoyorquino. Ningún candidato ha sabido explicar a los norteamericanos por qué están peor hoy que en 2008, ni ha sido capaz de ilusionarles con una nueva América. “Y esa es la clave de su éxito que (Trump) culpa tanto a George W. Bush como a Barack Obama los dos partidos del “establishment” (de esta situación)”, señala con acierto Niall Ferguson. Han salido voces como la del ex candidato presidencial, Mitt Romney o la del portavoz del Congreso, Paul Rayan, censurando su discurso autoritario y sus vínculos con organizaciones xenófobas como el Ku Klus Klan; pero se pierden entre todo el ruido mediático que acompaña al magnate. Incluso otros pesos pesados como el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, o el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie han respaldado su candidatura como “caballo ganador”. Pero el Partido Republicano no puede resignarse. Es tiempo de abrir un periodo de reflexión y de acción para que el partido garantice la prevalencia de candidatos sólidos e ideológicamente solventes antes de que President Trump escriba las páginas más oscuras de la democracia americana.
✕
Accede a tu cuenta para comentar