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¿De dónde sale la motivación?
Fue a finales de los años 40 del siglo pasado cuando el psicólogo norteamericano Harry Harlow realizó un experimento que acabó con muchas de las creencias existentes hasta la fecha acerca de las palancas que mueven a los seres vivos a perseguir un determinado objetivo. Eso a lo que llamamos motivación.
Hasta ese momento la teoría más extendida entre la comunidad científica seguía las pautas de la tradición conductista: que los estímulos que ponían a las personas en movimiento eran fundamentalmente de carácter externo. Básicamente, se pensaba que únicamente las recompensas que proceden del exterior eran capaces de detonar la acción.
Harlow desmotó esta idea mediante un experimento realizado en su famoso laboratorio de primates de la Universidad de Wisconsin. Para ello cogió a ocho macacos rhesus, les encerró en una jaula y les entregó un juguete consistente en una tabla de madera con una trampilla que se accionaba mediante un rudimentario mecanismo. El objetivo era que los monos aprendieran a abrir la trampilla accionando dicho mecanismo por sus propios medios y sin ningún tipo de estímulo adicional.
La primera fase del experimento tenía una duración de 14 días, a lo largo de los cuales los investigadores se limitaron a observar. Los monos tardaron entre dos o tres días en aprender a accionar la trampilla. Una vez comprendido el mecanismo, se dedicaron a jugar con ella abriéndola y cerrándola repetidamente. En las fases finales de la investigación ya eran consumados expertos en el arte de abrir y cerrar trampillas. En dos de cada tres veces eran capaces de hacerlo en menos de 60 segundos, y en una de cada tres, en menos de 30. Es importante recalcar que en ningún momento los monos recibieron una golosina, caricia, felicitación ni ninguna otra clase de recompensa por sus logros.
La conclusión la que llegaron Harlow y su equipo fue que, ya que no había ningún tipo de condicionante externo implicado, aquellos monos solo podían operar movidos por otra clase de estímulo. Algo que procedía del interior del individuo: la mera satisfacción personal por la tarea completada. Acababan de descubrir lo que en la actualidad se conoce como recompensa por la tarea. A partir de aquel momento y trasladado a los humanos se comenzó a hablar de la existencia de un impulso biológico que nos hace actuar de forma repetitiva por decisión personal sobre la resolución de un problema o la ejecución de una tarea.
Se trata de un avance decisivo en el estudio del comportamiento humano. La constatación de que las personas se sienten útiles y llenas de energía por el simple hecho de realizar un buen trabajo. De que el desempeño de la tarea genera por si solo un goce y una motivación intrínseca. Y que ese es, de hecho, el mayor factor motivador que puede existir.
El experimento de Harlow no terminó ahí. A partir de día 14 se inició una nueva fase en la que los monos siguieron jugando a abrir y cerrar la trampilla. Con la particularidad de que en esta nueva etapa sí eran premiados con una golosina cada vez que lograban completar la tarea. Además, se introdujeron nuevos factores externos como una música estridente que sonaba ocasionalmente o cambios en la iluminación. Los investigadores observaron cómo todos estos elementos tenían una incidencia directa en el resultado del experimento. Por ejemplo, cada vez que sonaba la música o bajaba la intensidad de la luz, los monos dejaban de jugar con la trampilla. Y una cosa más: que en el momento en que dejaron de recibir la golosina abandonaron la tarea por completo.
De lo que se extrae una segunda conclusión. Que si bien los factores externos no son determinantes para la motivación, sí pueden ser poderosos factores desmotivantes. Los sujetos no necesitan un estímulo externo para realizar una actividad que les proporciona satisfacción intrínseca, pero una vez que lo reciben se vuelven dependientes del mismo. Trasladado al mundo del trabajo, los llamados factores higiénicos (un buen sueldo, un buen clima laboral, un jefe competente y comprensivo) funcionan como una especie de peaje de entrada. No podemos prescindir de ellos, pero en el fondo no son lo que nos mueve a dedicarnos en cuerpo y alma a una profesión.
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