Arte, Cultura y Espectáculos
Los asombrosos Stan y Joan Lee
Por Álvaro de Diego
A veces no basta con dedicarse profesionalmente a lo que a uno le gusta. Cualquiera ha tenido un jefe que frustra su creatividad y posibilidades. Algo de eso le pasó a Stanley Martin Lieber a principios de los años sesenta del pasado siglo. Ya no era el adolescente que, nacido en el seno de una familia de inmigrantes de origen judío y rumano, había ingresado en Timely Comics en 1940 como ayudante de redacción. En aquel momento Lieber apenas podía esgrimir ser fan de Flash Gordon y primo de la esposa del director de la editorial, Martin Goodman. Dos décadas después, el guionista y jefe de redacción del sello rebautizado Marvel estaba harto de Goodman. Le exasperaban sus funcionariales métodos de trabajo y los pacatos personajes de las historietas de la compañía.
Amargado, le confió a su esposa Joan que había decidido dejar su empleo y probar suerte en el periodismo o la literatura. Joan le replicó con una larga cambiada maestra... y definitiva. Dado que su determinación resultaba firme, ¿por qué no probar con una última historia que al fin le motivara? Stanley Martin Lieber, ya Stan Lee para los restos, convenció a Goodman y puso su idea en manos de Jack Kirby, a quien apodaba “el lápiz más rápido del Este” por ser un dibujante que parecía calcar las viñetas. Así nacieron Los Cuatro Fantásticos, la saga de un cuarteto bendecido con extraordinarios superpoderes tras una misión cósmica.
Poco antes Yuri Gagarin se había convertido en el primer hombre en visitar el espacio. El soviético declaró no haberse encontrado con Dios al orbitar los cielos, pero Lee recuperó la fe mucho más rápido de lo que aquel ateo pronunciaba sus sandeces. A las cifras de difusión del cómic precedió una avalancha de cartas. Los lectores, fascinados con los nuevos personajes, solo exigían que no batallasen con ropa de calle; y su creador se limitó a enfundarlos en uniformes azules, una especie de monos de trabajo.
El trampolín a la fama le llegaría poco después, no obstante. El cómic Amazing Fantasy nº15, que salió a los quioscos en agosto de 1962, incluía su creación más imperecedera. Lee se convertía de ese modo en el padre de Spiderman, desbastado del mármol de su ingenio por el ilustrador Steve Ditko. Con el trepamuros perseveraba en el realismo explorado en los 4F, personajes tan naturales que discutían frecuentemente entre ellos y habitaban una ciudad tan reconocible como Nueva York. Peter Parker, el alter ego del lanzarredes, resultaba el más humano de los superhéroes.
Adolescente como la mayoría de sus lectores, sufría bullying en el instituto, no se comía un colín y se desplazaba habitualmente en red porque no contaba con un centavo en el bolsillo. Además, cuando luchaba contra los supervillanos disipaba sus inseguridades recurriendo al humor. A Lee le encantaba dotarle de ese tono burlón tan propio de los jóvenes (“Habla como yo”, reconoció en alguna ocasión). La combinación de tramas fantásticas y empatía aseguró en lo sucesivo el éxito de Marvel.
Las entregas descansaban en el paladín que podemos reconocer en nosotros mismos, pero que se enfrenta con sensacionales amenazas. Ya atinó a expresarlo Ortega: “Son don Quijote y Sancho los que nos divierten, no lo que les pasa”. Y todo ello atravesado por un concepto diáfano de la moral, siempre tan grato a los niños. A fin de cuentas, como dramáticamente aprende Peter Parker al desistir de sus obligaciones, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Es el legado de su tío Ben, asesinado por el delincuente al que frívolamente Spiderman ha dejado escapar poco antes.
Estoy convencido de que Stan Lee siempre se sintió íntimamente identificado con aquel al que, al principio de cada aventura, presentaba como “el asombroso Spiderman”. Lo revela una confesión. Tenía una viñeta preferida de entre las miles que alumbró para Marvel. En ella Peter Parker descubre al fin el rostro de su siempre postergada cita a ciegas. Y ésta, Mary Jane Watson, la pizpireta pelirroja con la que se casaría muchos cómics después, le pone palabras a su pasmo: “Admítelo, tigre. Te ha tocado la lotería”. Pues bien, años atrás un amigo le había concertado otro encuentro femenino a Lee. Se trataba de una modelo, pero quien abrió la puerta del apartamento resultó Joan. Y lo que vino después, aunque contradiga a Kipling, no fue precisamente otra historia.
Joan Lee murió en julio de 2017. Su esposo a lo largo de casi setenta años le ha sobrevivido poco más de un año. Stan Lee, un mago de la fantasía, había venido al mundo un 28 de diciembre de los “felices años veinte”. Ese día se celebra la festividad de los Santos Inocentes.
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