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Manhattan

Basado en hechos reales: el caso Evangelina Cossío de Cisneros

El magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst. Foto: James E. Purdy, 1906 / Biblioteca del Congreso
El magnate de la prensa norteamericana William Randolph Hearst. Foto: James E. Purdy, 1906 / Biblioteca del Congresolarazon

El padre de Evangelina, Agustín Cossío, un colaborador en el levantamiento cubano de 1895, fue detenido, acusado de sedición y condenado a diez años al presidio caribeño de “Isla de Pinos”, hoy llamada “Isla de la Juventud”. Se le permitió que dos de sus cuatro hijas, Evangelina y Carmen, le siguieran al destierro.

El 26 de julio de 1896, la bella Evangelina, de 17 años, encabezó un alzamiento junto a dos centenares de insurgentes contra la fuerza militar española destacada en la isla. Pretendían asaltar el cuartel, tomar las armas allí guardadas y unirse a la guerrilla de Antonio Maceo. El plan consistía en atraer a la vivienda de la linda joven, al coronel de la plaza, José Bérriz, ya qué este había mostrado vivo interés por la muchacha. Allí, junto a una decena de hombres, lo secuestraron. Mientras, el resto de la partida, cercarba el cuartel. Después, pretendían forzar la rendición de la guarnición, con la amenaza de matar a su jefe militar.

Bérriz picó el anzuelo, pero cuando estaba siendo maniatado, una patrulla española tropezó con el grueso de los sublevados, que montados a caballo, y armados únicamente con machetes, recorrían las calles de la ciudad dando voces, con la idea de levantar al resto del pueblo para su causa. Cayó entonces, sobre los sublevados, una balacera que causó las primeras bajas. Lo inesperado del tiroteo, alertó a los secuestradores que huyeron, dejando a Bérriz abandonado, y dando al traste con la intriga. Enseguida fue liberado, se puso al frente de sus tropas, y en pocas horas el motín fue sofocado. Detenida y trasladada a la “Real Casa de Recogidas” de la Habana, Evangelina esperaría su juicio durante meses.

El azar quiso que tiempo después -según el relato del periodista inglés Musgrave- él y Bryson, el corresponsal del “New York Journal”, visitasen la cárcel de “Las Recogidas”. Allí descubrieron, entre una masa de mujeres infames, a una “Madona de maestro antiguo, llena de vida, pero caída en el infierno”. Ella misma les contó su aventura.

Fue así como llegó la historia a oídos de William Randolph Hearst, que ordenó a Bryson la liberación (con sobornos), de “la Juana de Arco del Caribe”. A la vez, “El Jefe” -así llamaban a Hearts sus empleados- puso en marcha toda su maquinaria de propaganda y lanzó una campaña de recogida de firmas. Reunió 20.000, empezando por la de la madre del presidente norteamericano McKinley. Fueron remitidas, junto a una carta de clemencia, a la Reina Regente de España, María Cristina. Contaron, incluso, con la mediación del Papa.

La presión de la prensa internacional, la campaña del “Journal”, y los rumores de fuga que los agentes de Hearst levantaron en la Habana, colmaron la paciencia del capitán general de Cuba, Valeriano Weyler, que expulsó a Bryson de la isla.

Su sustituto fue el periodista y aventurero Karl Decker, que llegó a la Habana en 1897 con un encargo muy preciso: liberar como fuera a Evangelina. Hearst, el incipiente magnate de la prensa de los Estados Unidos, le había dado carta blanca para solucionar el caso. Había visto en esta historia la oportunidad para sacudirle un nuevo puñetazo en la cara a Pulitzer, su competidor más importante.

En el pasaporte de Decker estaba inscrito el falso nombre de Charles Duval. Falso fue, también, en buena parte, el relato que escribió sobre la liberación de la chica. A lomos de una ambición desbocada, Hearst, se había acostumbrado a fabular y exagerar las noticias que le servían sus corresponsales desde Cuba... ¡y esta era la más grande hasta el momento!

Las distintas versiones que circulan: la norteamericana, la cubana y la española, difieren en todo o en parte, según quien la cuente. Si para unos Evangelina era una mártir, para los otros una heroína y los últimos la tacharon de subversiva. La más conocida de estas historias -la que “vendió” Decker y Hearst- era una apasionante aventura, que atrapó a los lectores del periódico durante meses, y que culminó con un titular a toda plana: “Evangelina rescatada por el “Journal”.

Decker había reclutado al aventurero irlandés Tom Mallory y a Carlos Carbonell, un banquero cubano-estadounidense. Pagando algunos sobornos, Decker, se entrevistó con la joven prisionera a la que contó su plan de fuga. Después alquiló una casa frente a la prisión, de la que sólo la separaba una estrecha callejuela, y se hizo con una escalera, que serviría de puente para acceder a la terraza de la cárcel. Evangelina debería drogar con láudano a las otras presas de la habitación y al guardia que las custodiaba. Un pañuelo blanco, atado a la reja de la ventana de su celda, sería la señal para seguir adelante.

El 6 octubre de 1897, tras un primer intento de serrar los barrotes de la celda la noche anterior, consiguen sacar a duras penas, a la esbelta Evangelina que se las ingenia para deslizarse a través del pequeño hueco que deja el único barrote que han conseguido doblar. En seguida atraviesan el abismo del estrecho callejón sobre la inestable escalera que separa, la cárcel, de su guarida. Puestos a salvo, bajan a la calle donde les aguarda un carruaje que los traslada hasta la casa de Carbonell. Cuando llegan, amanece en la vieja Habana.

La segunda parte de la intriga consistió en sacarla de la isla y trasladarla a Nueva York. La vistieron como un hombre, escondieron su hermosa melena bajo un sombrero y le pusieron un purito a medio fumar en los labios. Le habían preparado unos papeles falsos a nombre de Juan Sola, y sola embarcó en el “Séneca” sin levantar las sospechas de los aduaneros, rumbo a la gloria en Manhattan.

Allí le espera la traca final. Hearst lo ha previsto todo. Le reserva una habitación en el Waldorf Astoria, donde tiene apartado un vestido blanco de princesa. Por la noche asiste a una cena en su honor, en Delmonico -el lujoso restaurante de moda-, con toda la alta sociedad neoyorquina. Organiza, también, un desfile con escolta policial, que recorre las calles de la ciudad hasta la macrofiesta del Madison Square Garden, a la que asisten más de cien mil personas. Días más tarde la recibe McKinley en Washington, y emprende una gira triunfal por los estados. Se hincha al máximo la noticia durante semanas: ¡Puro estilo Hearst!

Años después el periodista Willis J. Abbot, que trabajó para Hearst en aquella época, desmentiría esta versión, en su libro de memorias “Watching the world go by”, de 1933. Afirmó que él estaba junto al “Jefe” cuando se desarrolló el enredo, y que Decker, había sobornado a todo el mundo. “El dramático rescate”no solo estaba destinado a ganar lectores, también pretendía “exonerar a los funcionarios de las Recogidas” de cooperar en la trama.

Como en una mala teleserie, -de esas que al comenzar se dicen “basadas en hechos reales”-, las vidas de los protagonistas de esta historia, continúan: Evangelina se casa con Carbonell, y vuelve a Cuba donde muere en 1970 , a los 92 años. Fue despedida con honores militares.

Karl Decker, se haría famoso con la entrevista exclusiva al cerebro del robo de “La Mona Lisa”, en la década de los 30’.

Hearst continúa su ascenso meteórico y marcará, durante medio siglo, la agenda periodística de los USA. En 1898, antes de cumplir los treinta y cinco años, forja uno de sus eslóganes favoritos: “El Journal: el periodismo que actúa”. Sin embargo lo mejor está aún por llegar: “El Maine”... pero como diría Kipling: ”esa es otra historia”.