Viajes
Así es el pueblo "oculto" de Cantabria que maravilla a National Geographic
Entre hayas y pastos de los Valles Pasiegos, Selaya atesora torres medievales, palacios solariegos y la ermita de Valvanuz, todo envuelto en la tradición de la muda y el aroma de los sobaos
National Geographic sitúa Selaya en el mapa de destinos rurales imprescindibles después de recorrer su laberinto de casas nobles y descubrir que cada piedra habla de siglos de trasiego de ganado y de orgullo pasiego. En el valle del Pisueña, a escasos 36 kilómetros de Santander, el municipio se presenta como un tapiz verde donde la arquitectura defensiva convive con las cabañas de tejado inclinado y donde el viajero tiene la sensación de haber cruzado una frontera temporal apenas pisa sus calles empedradas.
El núcleo principal, también llamado Selaya, se articula alrededor de casonas que alguna vez pertenecieron a linajes como los Miera o los Linares y que aún conservan cubos de piedra testigos de antiguos conflictos fronterizos. El Palacio de Donadío impone la mirada con su torre del siglo XIII incrustada en el cuerpo del edificio, mientras la Casa del Patriarca ha cambiado las armas por libros y ahora alberga el centro cultural del pueblo. Cada fachada es un capítulo de nobleza que contrasta con la sencillez de las cabañas pasiegas que se alzan en los prados cercanos, muchas de ellas del siglo XVIII y aún en pie gracias a los tejados de pizarra y los muros de piedra en seco.
Subir al Puerto de La Braguía convierte la visita en paisaje 360 grados: desde su mirador se descubren el macizo Castro Valnera y la cresta del Somo, un mar de montañas que explica por qué Selaya fue punto de control y paso obligado para mercaderes y pastores. Abajo, la ermita de Valvanuz aguarda con su espadaña de tres cuerpos decorada a la manera herreriana y con la imagen de la patrona que cada 15 de agosto llena el pueblo de romeros. Junto a ella, la Casa de la Beata guarda el Museo de las Amas de Crías, un homenaje a las nodrizas pasiegas que criaron a generaciones de vallesanos y que se materializa en 300 fotografías que van de 1880 a 1936.
Entre la espadaña barroca y el nacimiento del Pisueña
La tradición de la muda, ese traslado estacional de cabañas en busca de pastos frescos, ha dejado su impronta en forma de prados escalonados y caminos de herradura que invitan a caminar. La ruta hasta el nacimiento del río Pisueña, de unos siete kilómetros, discurre entre hayas centenarias y saltos de agua que se cruzan a piedra en piedra; ya no figura en los catálogos oficiales por falta de mantenimiento, pero los senderistas la siguen encontrando gracias al olor a heno y al sonido de las cascadas escondidas. En la mochila caben sobaos y quesadas, dulces que Selaya produce con devoción aunque su origen se atribuya a la vecina Vega de Pas, y que saben a mantequilla y a largos inviernos compartidos junto a la lumbre.
National Geographic destaca que el pueblo “oculto” no lo es tanto desde que su monumentalidad medieval se combina con la vida rural que late en cada cabaña y en cada horno de sobao. La revista anima a perderse entre sus calles para comprobar que, lejos de ser un museo, Selaya sigue respirando al ritmo de los pastos, las procesiones y los domingos de mercado. Quien visita termina comprendiendo que el verdadero secreto no era que estuviera escondido, sino que durante siglos ha estado ahí, aguardando a que alguien alzara la mirada desde el valle y decidiera subir a descubrirlo.