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Pandemia

Jóvenes en pandemia: presión en los estudios, futuro incierto y sin vías de escape

Los vallisoletanos Marina Díez y Sergio García, de 19 y 18 años, han aprendido en esta crisis sanitaria a valorar más las pequeñas cosas y aprovechar cada minuto de la vida

Marina Díez, con sus amigas
Marina Díez, con sus amigasLa RazónLa Razón

Esta crisis sanitaria del coronavirus lo está trastocando todo. La vida que cada uno tenía hasta hace un año no se parece en casi nada a la actual y da igual la edad. El teletrabajo, la educación online, el uso de la mascarilla, la distancia social, el miedo a este virus u otros que puedan venir o la inquietud ante un futuro laboral , son unos pocos ejemplos de lo que ha traído esta pandemia que están poniendo a prueba a nuestra sociedad en su conjunto. Y la pregunta es si se volverá a la normalidad que había antes de que este virus irrumpiera en nuestras vidas.

Los jóvenes, en la gran mayoría de las ocasiones denostados y señalados con el dedo como los culpables de que este coronavirus parezca no tener fin, también son víctimas de los invisibles pero nocivos efectos de este “bicho”. Las medidas de control y restricción establecidas, el distanciamiento social que les impide socializar con sus pares, la sensación de no tener voz ni de ser escuchados, o el miedo que tienen a poder contagiar sus seres queridos y que les paraliza, son realidades que están también ahí en la juventud.

Pero, ante todo, si algo tienen los jóvenes es su capacidad de adaptarse a cualquier situación y que son conscientes de la realidad.

En general, ni son pasotas ni narcisistas como les dicen, son responsables, quieren mejorar su condición de ciudadanos pero también tienen claro, y esto lo han aprendido en esta pandemia, que no deben desaprovechar ni un minuto de esta vida.

«Tenemos que vivir cada instante a tope porque en cualquier momento la vida te puede quitar todas las cosas que más quieres”, señala a LA RAZÓN Marina Díez Quiroga, una joven vallisoletana que va camino de los veinte años y que cumple su segundo año en la Universidad de Burgos, donde estudia un Doble Grado en Derecho u Administración y Dirección de Empresas. Cuenta Marina, que vive en la Residencia Universitaria de San Agustín de la capital burgalesa, que este año de pandemia está siendo «bastante duro» para ella.

Y no solo por la presión que dice tener en los estudios, que también, sino por el «miedo» que siente a poder contagiar a sus seres queridos. «Es lo que más me inquieta», asegura, mientras reconoce cierta fatiga pandémica y echa de menos las cosas sencillas de la vida que antes no valoraba tanto, como disfrutar simplemente de la compañía de sus amigas.

«Me faltan también las reuniones con la familia y no disponer de una vía de escape los fines de semana al tener que estar en casa a las diez de la noche», asegura Marina, quien avanza que lo primero que hará cuando esto termine será viajar a un lugar con playa para desconectar.

«Es todo muy raro: la mascarilla, la distancia, no poder besar ni abrazar a tus amigos», señala, por su parte, Sergio García de Castro, un joven vallisoletano de 18 años, quien, al igual que Marina, tiene claro que en esta crisis sanitaria ha aprendido a que en esta vida «no todo dura para siempre» y que hay que valorar más lo que tenemos. «Si se nos olvida esto, mal vamos», insiste este enamorado del fútbol. De hecho, es defensa en el C.D. Betis, un club histórico de Valladolid en el que Sergio, pese a las restricciones, es feliz ya que es de los pocos afortunados que puede competir al jugar en una categoría nacional como es la Regional Preferente, aunque tienen que sufrir controles de temperatura, usar mascarilla y geles y no pueden ducharse en el vestuario., «No es lo mismo, pero al menos podemos jugar», apunta.

El joven Sergio García de Castro durante un partido con su equipo de fútbol, el CD Betis de Valladolid
El joven Sergio García de Castro durante un partido con su equipo de fútbol, el CD Betis de ValladolidLa RazónLa Razón

Y cuenta que echa de menos , simplemente, poder conversar con sus amigos de la infancia sin mascarilla, pero, sobre todo, poder «jugar una pachanga» con ellos en la calle sin que les llame la atención algún policía.

Futuro incierto

«Será lo primero que haga en cuanto todo esto acabe», dice este inquieto adolescente, que estudia Mecánica en el Instituto Politécnico Cristo Rey de Valladolid, porque le gusta y considera que tiene salida laboral. Y aunque tampoco esconde su inquietud por la destrucción de empleo y de empresas que esta crisis sanitaria va a dejar detrás de sí, Sergio es de los que ve el vaso medio lleno en lugar de medio vacío y piensa que en un año la economía se recuperará,.

«Me preocupa lo que viene», señala Marina, por su parte, quien dice tener claro que nos espera una crisis «brutal” y advierte que de aquí dos años, cuando termine la carrera, «será complicado encontrar un trabajo».

Ambos reconocen que las medidas de control les afectan en su vida pero que han sabido adaptarse a las circunstancias. También coinciden en que le tienen más respeto que miedo al virus, en que no les gusta mucho que les acusen de ser los propagadores de la enfermedad aunque admiten que, en determinadas situaciones se olvida el riesgo, y advierten que la sociedad no les presta la suficiente atención y que se sienten excluidos, como por ejemplo con las vacunas.