Sociedad
Aprender desde cero lejos del horror: “Ser” de Ucrania y “estar” en Valladolid
Una quincena de refugiados ucranianos acude a diario a clases de español, organizado por la Red Íncola y la iniciativa UcraniaVA
Uno de los mayores problemas para los estudiantes de español es utilizar correctamente los verbos ser y estar, por lo que las primeras clases tienen que centrarse en conjugarlos de forma adecuada. En esta ocasión, cobran aún más importancia para un grupo de ucranianos que cada día acude a las clases promovidas por la Red Íncola, a través de la iniciativa UcraniaVA de los Jesuitas, Cáritas y Arzobispado de Valladolid. Aprenden desde cero un idioma y tratan de emprender una nueva vida lejos del horror de la guerra en su país tras la invasión rusa. Pese a llevar poco más de una semana con el curso, los avances en el castellano ya se notan y ya dicen “ser” de Ucrania y “estar” en Valladolid.
De lunes a viernes, entre las 10 y las 11.30 horas, unos quince ucranianos -sobre todo, mujeres- acuden a los locales de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, perteneciente a la orden de los Jesuitas y ubicada en la calle Ruiz Hernández de la capital. Allí aprenden el español gracias a una profesora polaca, Bárbara, con experiencia en enseñar la lengua a extranjeros, y Yana, una ucraniana residente desde hace cuatro años en Valladolid que ejerce de traductora.
Los ucranianos asistentes al curso de español de la Red Íncola han llegado a Valladolid de diferentes maneras por lo que algunos han sido derivados de centros de recepción, acogida y derivación (Creade) mientras que otros se han asentado aquí por la solidaridad de vallisoletanos que fueron a buscar refugiados en la frontera de Polonia e incluso hay un matrimonio que vino por su cuenta, aprovechando que conocían unos amigos ucranianos que viven en la provincia. Por lo tanto, algunos están en casas de acogida de Accem y Cruz Roja y otros están en familias de acogida o viviendas alquiladas por ellos mismos.
Bárbara, que lleva diez años en España, es voluntaria y Yana ha sido contratada por la Red Íncola, por que la previsión de la organización vinculada a nueve instituciones cristianas es crear, en el plazo de una o dos semanas, otro equipo para clases de español para una decena de niños de Primaria. Hasta la fecha, ya hay apuntados cuatro. Y es que la entidad es consciente que, una vez cubierto el alojamiento y otras necesidades básicas, es fundamental que los ucranianos que han abandonado su país y han decidido venir a Valladolid conozcan el idioma, ya sea para encontrar un empleo o para lograr una integración plena. No en vano, ninguno de ellos conoce cuánto tiempo se prolongará el conflicto en su país ni cuándo podrán regresar para retomar sus vidas que, por el momento, dejaron atrás. A la espera de acontecimientos, todos tienen en mente que una parte de sus vidas está allí, ya que sus maridos se han quedado allí para combatir al invasor y sus familias han decidido quedarse en Ucrania, por convencimiento o falta de posibilidades.
La Agencia Ical pudo comprobar durante una clase presencial el interés que demuestran este grupo de ucranianos, en este día eran todas mujeres de entre 20 y 30 años salvo un hombre, por aprender español. En menos de diez clases, ya utilizan correctamente los verbos ser y estar, que suele generar complicaciones en casi todos los extranjeros ya que en la mayoría de los idiomas se utiliza uno solo.
Sorprende el buen humor que tienen y la sonrisa que muestran en sus rostros, tal vez como muestra de agradecimiento, pese a ser muy conscientes del motivo por el que abandonaron Ucrania y de la situación que padecen familiares y amigos en el país . Lo explica a la perfección su compatriota Yana, quien asegura que durante la hora y media de la clase están “desconectados” de la realidad de Ucrania. En el mismo sentido, se pronuncia la profesora de español quien asegura que en el curso no se habla de la invasión para evitar su “desmotivación”. Solo una pequeña bandera de su país, con las dos franjas horizontales de color azul y amarillo, colgada del marco de unas de las fotografías que decoran la sala, les recuerda su origen.
La clase comienza con un recordatorio sobre las presentaciones en español (“¿Qué tal estás?”, “¿Cómo te llamas?”, “¿De dónde eres?”, “¿De qué ciudad eres?”, “¿Dónde vives ahora?”) para continuar con las preguntas y las respuestas sobre la climatología (“¿Qué tiempo hace hoy? Hace frío y está lloviendo”), aspecto y otras expresiones cotidianas. Ninguno de los ucranianos que participa en el curso organizado por la orden de los Jesuitas conocía el idioma, salvo una chica que conocía unas pocas palabras, pero los avances son evidentes, con una adecuada pronunciación. De ahí que la profesora polaca destaque su buena actitud para aprender.
La historia de Volodymyr
El único hombre que estaba presente el pasado jueves en la clase era Volodymyr, un ucraniano de 45 años que tenía su residencia en Kiev. Ataviado con un chandal negro, explica a Ical, con mucha tranquilidad, cómo han llegado hasta Valladolid. El inicio de la invasión rusa, el pasado 24 de febrero, le cogió junto a su mujer y sus dos hijos de vacaciones en Hungría, por lo que decidió no volver a la capital de Ucrania. Con la ayuda de la traductora, apunta que eligieron trasladarse hasta la capital vallisoletana, donde tienen unos buenos amigos ucranianos.
Su caso es paradigmático por que, a diferencia de sus compañeros de clase -a la que también acude su mujer Alesia-, ha alquilado un piso por sus propios medios. Tanto él como su esposa son programadores y cuentan con sendas empresas, lo que les permite contar con recursos económicos y no tener que depender de ayudas. De momento, su vida profesional ha cambiado poco ya que teletrabajan y prestan sus servicios desde la distancia.
Otra cosa es que lo han dejado atrás. Precisa que su madre es de Bucha, una de las ciudades más desvastadas de la región de Kiev y donde, presuntamente, los soldados rusos perpetraron una matanza indiscriminada de civiles. Su abuelo y padre eran rusos, de Volgogrado, por lo que antes cuando vívían acudía con frecuencia a visitarlos. “El conflicto entre Ucrania y Rusia comenzó hace mucho tiempo y ahora se ha convertido en una guerra”, sentencia.
Volodymyr acusa a Putin de utilizar la propaganda para difundir entre la población rusa que los ucranianos son “nacionalistas” y “prepotentes”, unas acusaciones que lamenta que calaran entre la población. “Lo que empezó, poco a poco, como gotas de agua ha derivado en un mar de tragedia”, confiesa. Se remonta a los enfrentamientos en 2014 en la región del este de Donbass, en el que la mayoría de la población habla ruso. “Los rusos que conocían Ucrania se dieron cuenta que los ucranianos teníamos libertad, a diferencia de lo que ocurre con el Gobierno de Putin, y la mayor parte de la población contaba con más calidad de vida. Los rusos tienen un miedo horrible a su presidente y no pueden contar la realidad de Ucrania”, añade.
Pueblo luchador
Sus palabras son escuchadas con atención por su compatriota Yana por que relata todo lo que le cuentan ahora sus padres, desde Rivne, y su hermana, que vive en Kiev, que han decidido quedarse, por convencimiento en Ucrania. “Somos un pueblo bastante fuerte y muy luchador, por lo que la gente ya no tiene miedo de nada. Ya no pregunto a mi familia si quieren venir a España. Les respeto y yo haría lo mismo”, sentencia con orgullo. Pone el ejemplo de su familia que no tiene pensado salir por que son muy patriotas. Su padre se ha enrolado en el ejército para la “defensa del territorio” y su madre, que es veterinaria, atiende a los heridos.
Pese a ello, la traductora muestra su preocupación por sus seres queridos, sobre todo al recordar aún cuando hablaba por teléfono con su madre el 25 de febrero y se cortó la comunicación. Un proyectil impactó en la pista de aterrizaje del aeropuerto de Rivne, cercano a la casa familiar, por lo que se tuvo que refugiar en el sótano.
El proyecto de UcraniaVA está preparado para cubrir otras demandas que requieran los refugiados procedentes del Este de Europa que lleguen a la capital y provincia. Busca dar respuesta y acogida como “comunidad” en el que caso que las entidades encargadas del sistema público de protección internacional como Accem y los recursos de las administraciones se vean desbordados. De momento y en apenas dos meses, ya cuenta con 88 familias dispuestas a acoger a ucranianos en sus casas y 247 voluntarios para acompañarles o ayudarles en lo que necesiten los refugiados. Es el caso de Bárbara, quien ha decidido prestar su tiempo y sus conocimientos para dar las clases de español. Además, la red ha recaudado cerca de 15.000 euros, un dinero que se utilizará para costear las primeras necesidades de las familias ucranianas. Y es que ahora toca “ser” solidario y “estar” con quien sufre.
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