Cultura

El arte que alumbró la última centuria

Salamanca celebra en 2023 el centenario del nacimiento, con apenas un mes de diferencia, de dos de los artistas que mayor legado regalaron al mundo y cuya impronta permanece en plena vigencia: el escultor Venancio Blanco y el pintor Zacarías González

Venancio Blanco
Venancio BlancoIcalIcal

Durante el ocaso del reinado de Alfonso XIII, justo antes de que el capitán general Primo de Rivera asaltara el poder para, entre otras cosas, acabar despojando a Miguel de Unamuno de su cátedra en la Universidad de Salamanca empujándole al destierro, en esa España revuelta, prebélica y socialmente convulsa, hace exactamente una centuria, en el año 1923, coincidieron, con apenas un mes de diferencia, los felices alumbramientos de dos de los artistas salmantinos que mayor legado estético regalaron al mundo y cuya impronta permanece, no solo en plena vigencia, sino, al menos durante este curso, incluso en máxima efervescencia: el escultor Venancio Blanco y el pintor Zacarías González.

En común, apenas el lugar de nacimiento y, por supuesto, la fecha. Pero no mucho más. O tal vez sí. Desde luego, su condición de artistas reconocidos, más acá y más allá de las fronteras, su capacidad para convertir sus emociones en algo tangible, pero a su vez bello, meritorio y sobrecogedor para los ojos del que mira. También, su dominio de la técnica dispar, el virtuosismo de su artesanía, el dibujo como punto de partida y origen primigenio de su proyección artística, pero además el control absoluto del arte figurativo, y, a su vez, la atracción por la abstracción y la seducción por las vanguardias. Indudablemente, su habilidad para sembrar la esencia de sus dones a través de la docencia. Algunas cosas.

Les separa, eso sí, que Venancio, nacido en Matilla de los Caños del Río y pacido en Robliza de Cojos, a pesar de su ligazón indisoluble con Salamanca, el campo charro y la dehesa salmantina, desarrolló su obra en la capital de España desde que ingresara en la prestigiosa escuela de San Fernando. Zacarías, por su parte, se formó en la salmantina escuela de San Eloy y mantuvo su casa en la capital tormesina, ahora convertida en museo en la calle Alarcón. Seguramente, también su carácter, introvertido el del pintor, receloso hasta de exhibir su propia obra, y diametralmente abierto el del escultor, cuyo legado “más entrañable y hermoso”, en palabras de su propio hijo, Francisco Blanco Quintana, fue el de las innumerables amistades que supo cultivar.

Venancio, el renovador

Paco Blanco ahora es el presidente de la Fundación Venancio Blanco, instaurada con el fin de dar continuidad a la obra y mensaje de su padre. “Hijo mío, ¿sabes el lío en el que te vas a meter?”, le llegó a preguntar cuando, por fin, le planteó el proyecto allá por el año 2006 durante un paseo estival frente a la costa levantina, según cuenta a Ical en el capítulo de anecdotario. Enmarcado en la neofiguración contemporánea, Venancio era “un renovador” que también participó de la abstracción. Era, según su hijo, “un creador”, en el sentido más amplio del concepto, y “cualquier pretexto le motivaba para innovar desde su propia sensibilidad, su propia manera de ver y sentir la realidad”.

Además de ser un “magnífico embajador” de Salamanca, Venancio Blanco fue un artista universal, con obra por toda España y también en el extranjero. “Aunque desarrolló toda su carrera artística en Madrid, él siempre llevó consigo el alma de su Campo Charro y el espíritu de Castilla y León”, destaca su hijo Francisco, quien recuerda que "nació en una dehesa salmantina entre todos bravos y caballos, en plena naturaleza, y siempre partió de la obra del creador con mayúsculas para transformar la naturaleza de la que partía en la suya propia, que era su obra”, según explica. Desde los valores que le inculcó su padre, Pepe, aprendió que “un artista sin libertad, no puede ser artista”.

Cuenta el presidente de la Fundación Venancio Blanco, de regreso a Madrid de una de sus muchas escapadas últimamente a la capital del Tormes, su emoción al pasear una vez más por la plaza de España y contemplar el Vaquero Charro que esculpió su padre, ahora reinterpretado por otros artistas en la sala de exposiciones del Palacio de la Salina, y también plasmado en otra muestra fotográfica, por la efeméride, en el Palacio de Figueroa. “Es un homenaje a mi abuelo Pepe, que era mayoral de la ganadería de los Pérez Tabernero. Ese espíritu del Campo Charro, de la dehesa salmantina, lo llevó siempre consigo”, apostilla.

Si bien nació entre reses bravas y caballos, las primera esculturas que llamaron la atención de un bisoño Venancio, desde su mirada de niño, fueron los santos de la iglesia de su pueblo. “Una de sus mayores aportaciones fue la renovación del arte religioso desde la plástica contemporánea. Mi padre decía que todo el arte es religioso. El arte es contar la belleza. Y la belleza, de alguna manera, es un trasunto de lo divino. Era muy espiritual, un hombre de fe que daba gracias al creador por haberle dado ese talento para él también crear como artista". Entre sus obras más importantes, el Cristo que vuelve a la vida que descansa su depurado cuerpo de madera en la Seo salmantina.

Venancio partía del dibujo como su método de expresión “más inmediato, más sincero, más espontáneo y más veraz”. El lenguaje universal de los artistas. Lo primero que hizo en su vida, según rememora su hijo, fue dibujar cuando aún era un niño. “Le dio clase el maestro don Miguel, ya en Robliza de Cojos, quien se dio cuenta de cómo dibujaba y de cómo enseñaba a dibujar a sus compañeros”. Lo último que hizo, al parecer dos días antes de su fallecimiento, también fue un dibujo que, por supuesto, conserva la Fundación. “Él decía que el dibujo te enseña a mirar para aprender a ver. Una afirmación muy profunda porque, con el dibujo, te adentras en la íntima realidad de las cosas y te ayuda a captar su esencia”, según apunta.

Desde ahí, todo lo demás. partiendo de la idea, de la creatividad, Venancio hablaba del artesano, del oficio, del dominio de la materia. Era un “hombre de taller”, al que acudía a diario, y que profundizó en diversos materiales: barro, piedra, cemento, madera, cera y, más tarde, bronce. “La idea puede venir, pero no si no sabes darle forma, la idea escapa”, comenta su hijo, mientras rememora a su tío Juan, el hermano pequeño de su padre, quien fuera su íntimo colaborador hasta su temprana muerte y que “mantenía el oficio como nadie”. Entre sus principales apoyos, también figura el de su mujer, quien le animó en el año 1958 a marcharse a Roma para aprender nuevas técnicas, como la fundición de bronce, y potenció así su proyección. “Estuvo a su lado siempre, en la sombra, pero apoyándole y poniéndole los pies en la tierra muchas veces, es lo que les ocurre a los artistas”, añade.

Hoy en día, la obra de Venancio encuentra en Salamanca un epicentro desde el que proyectarse al mundo a través de la Fundación. Además de la numerosa escultura urbana, parte del legado descansa en la sala Santo Domingo, cuyo paseo por a través de los jardines regala, desde arriba, una icónica vista de la Sagrada Cena con la Catedral de fondo. Por eso, Francisco Blanco quiere agradecer todo el apoyo institucional brindado al legado de su padre. A Fernández Mañueco, entonces como alcalde de Salamanca y ahora como presidente de la Junta de Castilla y León, por su apoyo anual. También a la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, a la Diputación, que impulsa los talleres docentes para niños, y a la Fundación Mapfre, ligada a Venancio desde 2014. Y, por supuesto, a los trabajadores de su organización, que laboran “con tanta ilusión y esfuerzo” como siempre demostró su padre.

‘Zaca’, la íntima expresión

Caminando desde el centro por San Bernardo, en pleno barrio del Oeste, vecindario inquieto, activo y con marcada conciencia cultural, justo al doblar la equina de la calle Alarcón, se erige la Casa-Museo de Zacarías González. Un espacio singular, que sirvió de morada familiar y donde, en efecto residió el artista nacido el 11 de febrero de 1923. Allí, la Fundación Caja Duero, depositaria de su obra en virtud de la voluntad de su hermana Basilisa, a la vez que expone una cuidada selección de cuadros, conserva intactas varias de las estancias en las que residió, especialmente su taller, ‘ordenado’ en el mismo caos dejó el artista, un crisol de artilugios y colores que, al escrutinio, no encuentran paz alguna, pero, de un vistazo general, transmiten la armonía de un proceso creativo en pleno estallido.

Este mismo lunes, la sala San Eloy estrena una gran exposición de Zacarías González para conmemorar el centenario de su nacimiento. La muestra, ya hoy dispuesta a la espera de su exhibición, está comisariada por el pintor Miguel Ángel Gasco, voz autorizada tanto en el personaje como en la persona. No en vano fue su discípulo, más tarde, su compañero docente y, a la postre, su sucesor como profesor de la asignatura de Dibujo en la propia Escuela de San Eloy. “Fue mi maestro, quien me impulsó a hacer Bellas Artes. Mi vínculo personal es muy próximo y de mucho afecto”, comenta a Ical, con la cercanía y admiración de quien profesa verdadera pasión sobre un artista y su obra.

Gasco subraya el “gran prestigio profesional” que llegó a aglutinar Zacarías González, quien era “muy conocido en el mundo del arte”, no así en la esfera social, pues, por su carácter, “se retraía en lo posible”. De hecho, las galerías trataban de organizarle exposiciones, según desvela su colega, pero él se mostraba reticente, incluso, a exhibir su propia obra. Prueba de su talla era la gente “de primera línea” con la que se relacionaba, “como Manzano o el escultor Damián Villar”, siendo además compañero de "Antonio López, Isabel Moreno y la gente del grupo del Paso”. “Aunque tenga otras referencias más vanguardistas, sobre todo en algún periodo de su vida, en Salamanca, a nivel coleccionismo tenía una aceptación brutal, el que más de ese momento”, certifica.

‘Zaca’, como a él se refiere Miguel Ángel, atesoraba una gran formación académica, desde el punto de vista artístico, que marcó una primera etapa de su obra, entre 1940 y 1969, que se puede considerar figurativa. Pero, al mismo tiempo, tenía una “tremenda inquietud” por lo que se estaba cociendo en otras partes del mundo, así que se dejó seducir por las vanguardias y, durante unos siete años, exploró la abstracción, el impresionismo y el final del cubismo, “un momento clave para él y sus artistas contemporáneos”. Una pequeña muestra de todo ello se conserva en la Casa-Museo, donde descansan unas 90 obras de las 600 que se controlan a través de la Fundación Caja Duero, pues fue un artista muy prolífico.

Para Gascón, lo más importante de Zacarías González a nivel internacional coincide con su lado abstracto y con la obra figurativa de la tercera etapa. Sobre ambas hay “ejemplos magníficos” en la Casa-Museo, una selección exigua, pero determinante. “Los cuadros que hay aquí son los que a él le gustaban, aquellos que bajo ningún concepto quería vender, es decir, lo más íntimo. Es muy significativo de su trayectoria, de las pasiones que tenía, de lo que a él le interesaba y, al mismo tiempo, de aquello que le hacía reflexionar. La gente que entre podrá entender perfectamente quién era Zacarías”, valora, también por los dibujos. “El pintor es el que pinta y el artista es el que crea. Y el que crea parte del origen, que es el dibujo. Y él era un investigador total en la búsqueda de nuevos lenguajes, de nuevas técnicas, de hacer lo que no se había hecho o de hacerlo de otra manera”, añade.

Otra de las cuestiones que le distinguen, precisamente, es la generación a la que pertenece. Al margen del coetáneo Venancio Blanco, que desarrolló su obra en Madrid, Salamanca contaba entonces con artistas vinculados a San Eloy como María Cecilia Martín, Isabel Villar o Fernando Mayoral. “Hay una generación explosiva. Que en una ciudad como la nuestra hubiera tal número de artistas de tal nivel y de tal prestigio es raro. Hay un cambio histórico ahí, porque la posguerra favorece un giro radical entre la pintura de la academia y las neovanguardias de arte ibérico, la abstracción y un montón de movimientos que se producen en aquella época”, relata.

Exposiciones, conferencias y otras actividades están previstas para celebrar el centenario de su nacimiento aunque, según matiz Gascón, siempre con su casa como “punto neurálgico” de los acontecimientos. “Para nosotros sigue siendo un maestro. La diferencia con otros artistas es que ‘Zaca’ se metió en su mundo y le costó promocionar su obra porque prefería que otros lo hicieran. Pero en San Eloy, aún hay profesores continuadores de su obra que siempre hablan de él, de su visión, como profesor y como artista”.

En cualquier caso, una “referencia en el arte contemporáneo nacional”, cuyo marchante, según recuerda como último detalle, fue Agustín Rodríguez Sahagún, “Que personajes de ese nivel movieran su obra… Es que el prestigio lo tenía”.