Parlament de Cataluña

El (mal) ejemplo de las alianzas en la Generalitat

Tripartitos y «sociedades» independentistas, todos han coleccionado polémicas en las dos últimas décadas. Los sondeos pronostican nuevas coaliciones en caso de elecciones

El vicepresidente Pere Aragonés y Torra,ayer, en la tensa sesión del Parlament / Efe
El vicepresidente Pere Aragonés y Torra,ayer, en la tensa sesión del Parlament / Efelarazon

En privado, dirigentes independentistas presumen de que Cataluña lleva cierta ventaja en la formación de gobiernos de coalición. «Como en Europa», señalan para esquivar preguntas incómodas sobre la crisis interna de turno en el Palau. Sin embargo, la realidad es que las alianzas entre partidos nunca han funcionado en la plaza de Sant Jaume. Desde Maragall hasta Puigdemont y Torra pasando por José Montilla, todos han acabado peor de lo que empezaron. Ahora, con el nacimiento del primer Gobierno de coalición en La Moncloa, son muchas las encuestas y los analistas que vaticinan un nuevo tripartito en Cataluña (ERC-PSC-«comunes») de celebrarse elecciones anticipadas. La Historia política reciente no augura buenos presagios.

La «maldición» del Estatut

«Una vez aprobado el Estatut tendrán que convocar elecciones, por mucho que ahora Maragall diga que no, porque no habrá motivo para seguir». La frase es de José Luís Rodríguez Zapatero a Josep Sánchez Llibre a principios de febrero de 2006. Una muestra más de los sobresaltos del primer «tripartito» de la Generalitat tras la era Pujol que terminó con Artur Mas (CiU) pactando el texto en La Moncloa y ERC votando en contra en el referéndum de 2006. El «pacto del Tinell» nació con la promesa envenenada de reformar el Estatut (2003). Entre el parto del texto en la cámara catalana y las negociaciones en el Congreso con la famosa frase de Zapatero en la memoria colectiva –«Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán»– hubo varias polémicas sonadas entre PSC, ERC e ICV, empezando por la reunión de Josep Lluís Carod Rovira con representantes de ETA en Perpiñán que acabó con su cese como «conseller en cap». Pese a las sucesivas controversias, la disputa de fondo fue el Estatut, la pérdida de control por parte de Maragall y el «no» de los republicanos al texto definitivo pactado por Convergència que terminó con su salida de la Generalitat y la posterior convocatoria de elecciones en noviembre de 2006, cinco meses después de validar el texto estatutario en las urnas.

La primera gran protesta

El segundo «tripartito» no terminó mejor, con José Montilla encuadrado en la manifestación por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut bajo el lema «Somos una nación, nostros decidimos». La primera gran protesta ciudadana de esta nueva era política –que muchos definen como el inicio del «procés»– dio paso al batacazo del PSC en las urnas (28 escaños por los 62 de CiU) y a una larga travesía en el desierto en Cataluña. En el segundo «tripartito», además, hubo varias polémicas a cargo de ICV y Joan Saura en la consejería de Interior. Las cámaras en las comisarías de los Mossos y las supuestas agresiones filtradas a los medios o los bomberos muertos en el incendio de Horta de Sant Joan son dos de sus ejemplos. A nivel económico, el segundo «tripartito» no supo dar una respuesta convincente al inicio de la crisis o a la subida del paro.

El ataque de las 155 monedas

La segunda etapa de los Gobiernos de coalición en Cataluña ha estado protagonizada por la alianza independentista entre los sucesivos herederos de Convergència y Esquerra, máximos rivales en las urnas con el permiso del PSC. El viraje soberanista de Artur Mas, la consulta del 9-N de 2014, la lista unitaria para las elecciones de 2015 y el «no» de la CUP al líder de CDC llevaron a Carles Puigdemont a la presidencia de la Generalitat con Oriol Junqueras de vicepresidente. Ambos aceleraron en favor del «procés» entre polémicas por una lucha de liderazgos que se recrudeció con el 1-O y sus días posteriores. El culmen es de sobras conocido: Puigdemont tenía atada la convocatoria de elecciones cuando ERC amenazó con salir del Govern y Gabriel Rufián twitteó sus famosas «155 monedas de plata». Un ataque de los republicanos a la línea de flotación postconvergente, con su líder Puigdemont a la cabeza, que llevó al president a decantarse por la DUI y a todo lo que vino después, con su posterior huida a Burselas y el encarcelamiento de Junqueras, entre otros dirigentes.

La batalla final

Con Quim Torra en el Ejecutivo, la batalla entre Esquerra y Junts per Catalunya por el poder es ya a pecho descubierto. Ambas formaciones llevan toda la legislatura protagonizando una importante guerra civil dentro del independentismo, con acusaciones cruzadas por el intento de investir a distancia a Puigdemont, la sustitución de los diputados procesados, la situación de los presos, el pacto republicano con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez o la reciente inhabilitación de Quim Torra por parte de la JEC. En este sentido, está por ver si Roger Torrent (ERC) retirará las credenciales de diputado a Torra (JxCat) tras la resolución del organismo provincial de Barcelona. A nivel político, la batalla se recrudeció tras las elecciones municipales y los pactos de JxCat y ERC, cada uno por su lado, con el PSC en feudos u organismos importantes para arrebatar el poder local al otro. En el terreno social, la parálisis ha sido constante, con los presupuestos sin aprobar desde 2017 y sin apenas actividad legislativa en el Parlament. La última guerra se libra justo ahora por la sustitución del president de la Generalitat y la convocatoria de elecciones anticipadas.