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Coronavirus: “Los pájaros que nacen en jaulas creen que volar es una enfermedad”

Los expertos aseguran que los bebés nacidos durante el confinamiento se adaptarán mejor a los cambios, pero tendrán dificultades a la hora de entender cómo vivíamos antes

Coronavirus maternidad
GRAFCVA4574. VALENCIA, 30/04/2020.-Noelia, de 26 años, acaba de ser madre primeriza, una experiencia que ha sido muy distinta a la que imaginaba antes del coronavirus: no ha recibido visitas ni flores en el hospital, y la familia y amigos conocen al bebé por fotos y videollamadas. "No se lo hemos presentado a nadie en persona", asegura. EFE/Kai FörsterlingKai FörsterlingEFE

El mundo está cambiando y será muy difícil adaptarse, pero los que nazcan ahora no conocerán otro, así que su adaptación será más natural. Al menos eso es lo que afirman los pediatras, que aseguran que si alguien vivirá esta nueva normalidad con naturalidad serán los más pequeños de la casa. Los bebés nacidos en los últimos seis meses crecerán en una sociedad en que la distancia social será la norma, por lo que no cuestionarán este hecho, lo verán como algo lógico. El problema es ¿cómo se adaptarán estos niños cuando las vacunas y tratamientos limiten la influencia del coronavirus y caigan las restricciones? ¿Sentirán vértigo y terror al contacto humano? ¿existirá una generación que creerá que las personas sólo son transmisoras de enfermedades y no transmisoras de felicidad? Las respuestas a estas preguntas son mucho más complicadas.

Hace tres años, una jaula del zoo de Barcelona fue reventada por unos desalmados y 17 ejemplares de aves de doñana se escaparon. Sin embargo, la jaula constaba de 63 pájaros. ¿Por qué no se escaparon todos? ¿Por qué 46 pájaros renunciaron a su libertad y prefirieron quedarse en la jaula? La respuesta es clara, habían nacido en cautividad y su mundo se limitaba a esas cuatro paredes. Más allá de eso, sólo había lo desconocido, o sea que ni siquiera existía como posibilidad. Lo dice mejor Alejandro Jodorosky: “Los pájaros que nacen en jaulas creen que volar es una enfermedad”. Podría decirse que todos estos bebés han nacido en jaulas, por lo que sería normal que viesen al contacto humano, fuera del primer núcleo familiar, como “una enfermedad”.

Lo cierto es que no hay precedentes de lo que puede pasar, por lo que no hay ninguna respuesta científica a lo que les ocurrirá a estos niños debido al cierre prolongado de guarderías y escuelas, así como al confinamiento y la obligación de distanciamiento social. Ningún científico estudió antes el encierro masivo de toda una generación de niños, así que no hay datos que permitan prever ninguna solución. Lo que sí se sabe es que los primeros dos años de los niños son esenciales para la creación de pautas de comportamiento y su relación con el mundo. Si tenemos en cuenta que la vacuna no estará presente para la población general hasta dentro de 18 meses, eso hace que todos estos niños vivirán toda su vida bajo un influjo de encierro y miedo a los otros que puede determinar para siempre su futuro. Hay incluso asociaciones radicales en favor de la libertad de movimientos que incluso se preguntan si no estaremos sacrificando a una generación que acaba de nacer sólo para salvar a otra generación que ya ha cumplido su tránsito en la vida.

El movimiento sigue siendo el gran potenciador del desarrollo en los niños menores de seis años. Los pediatras insisten en la importancia de salir al exterior y relacionarse con elementos fuera de su zona de conocimiento y confort. Además, es importante la exposición a la luz solar directa o indirecta para asegurar una adecuada producción de Vitamina D y así reforzar las defensas de los bebés. La desescalada ha permitido que al menos estos bebés puedas empezar a experimentar la sensación de movimiento, aire en la cara y la diferenciación de paisajes, lo que estimulará su refuerzo cognitivo. Los últimos estudios confirman que son suficientes 30 minutos de exposición semanal al sol de tarde en un 40 por ciento del cuerpo o al menos 10 min al día, sobre la cara, brazos y piernas.

Dentro de este estado de excepción que puede durar cerca de dos años, el psicólogo alemán Heiner Rindermann asegura que cada semana de falta de clases en los más pequeños supone una pérdida de 0.08 al 0.12 por ciento de puntos de coeficiente intelectual, una cifra que aumentaría en familias desfavorecidas. Por su parte, Joyce Lee, doctora pediátrica, publicaba el pasado 14 de abril un estudio sobre los graves problemas que el cierre de las escuelas pueden tener en diferentes segmentos de la población, y sobre todo en niños con problemas de salud mental. Y todo mientras los estudios aún no han encontrado ningún solo caso de transmisión del coronavirus de un niño menor de 10 años, como salía publicado hoy. Ni en China ni en Estados Unidos los expertos han sido capaces de ver esa cota de “alta transmisión” que ha sido la base por la que las escuelas han cerrado lo primero y serán lo último en abrir.

El mundo adultocéntrico ha hecho que los niños sean los más castigados siempre ante la creencia que su resiliencia les hará resistir cualquier cosa. De momento, no hay respuestas a las diferencias de desarrollo que pueden tener estos niños cuando toda esta crisis sanitaria pase, pero los ya bautizados como “hijos del covid” seguro que serán diferentes y, por qué no, quizá mejores. Sino la culpa será toda nuestra.