Historia

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Houston, 1917: 20 muertos como venganza por el maltrato policial a la población negra

Los disturbios por la muerte de George Floyd es el último de una triste y larga lista de revueltas contra la injusticia racial y el acoso de la policía

EL Leroy Pickett, condenado a muerte, fue perdonado por el presidente de los Estados Unidos, Woodrow WIlson y en 1936 salía de prisión
EL Leroy Pickett, condenado a muerte, fue perdonado por el presidente de los Estados Unidos, Woodrow WIlson y en 1936 salía de prisiónLa RazónArchivo

Los disturbios raciales en Estados Unidos tienen un largo historial de enfrentamientos, violencia, tensiones, saqueos y vergüenza. En 1863, en Detroit, durante la Guerra Civil Americana, comenzó una revuelta de jóvenes trabajadores que se negaban a ser reclutados por el ejército del norte para una guerra que veían sólo “para beneficio de los esclavos del sur”. Los enfrentamientos acabaron con dos hombres muertos, infinidad de heridos, 35 edificios calcinados y cerca de 200 hombres negros que se quedaron sin casa. Las pérdidas de la comunidad afroamericana por los saqueos que vinieron después llegaron a los 20.000 euros de la época, pero nunca se estableció compensación alguna. La ciudad instauró su primera fuerza policial, pero estaba formada en su totalidad por hombres blancos.

Ayer se cumplía el aniversario de los disturbios de Tulsa, con 300 fallecidos. Aunque el incidente racial que más nos podría retrotraer a lo ocurrido con George Floyd de la historia de los Estados Unidos sucedió en Houston en 1917. El 24 regimiento de infantería del ejército, formado por hombres negros, estaba haciendo maniobras en una base cercana a la ciudad tejana. En uno de sus permisos, los soldados se quejaron de trato discriminatorio por la policía local y constantes actitudes vejatorias que sólo tenían una razón, el racismo. Los soldados, cansados de esta situación, regresaron a sus barracones, cogieron sus armas y, enloquecidos, empezaron a marchar por la ciudad disparando a todos aquellos hombres blancos que se cruzaban en su camino. Esa noche murieron once civiles, cinco policías y cuatro soldados.

La chispa que encendió el fuego sucedió al atardecer, cuando dos policías, Lee Sparks y Rufus Daniels, entraron en la casa de una mujer negra, Sara Travers, al creer que unos fugitivos se habían escondido en su casa. Los policías no encontraron a nadie, pero sacaron a rastras a la mujer afroamericana, que todavía iba vestida sólo con un camisón. El soldado Alonzo Edwards, al ver el incidente, se ofreció a custodiar a la detenida, pero los policías no sólo se negaron, sino que Sparks empezó a golpearlo repetidamente con su pistola y le arrestaron.

Una vez en comisaría, el cabo Charles Baltimore, el superior de Edwards, fue a averiguar qué había ocurrido y preguntó a Sparks y Daniels por el soldado. Éstos repitieron la misma acción, golpearon al cabo y cuando empezó a huir, le dispararon tres veces. Baltimore consiguió esconderse, pero acabaron por encontrarle, y recibió una nueva paliza antes de ser detenido.

Al llegar las noticias de estas detenciones al regimiento, los ánimos se calentaron. Unos 40 soldados decidieron tomarse la justicia por su mano y armados se dirigieron a la ciudad. Un policía les entregó a Baltimore, malherido, lo que por un momento pareció calmar los ánimos de los soldados, pero la situación parecía haberse dirigido a un lugar de no retorno. Llevaron a Baltimore de regreso a la base. El mayor C. J. Snow, al verla situación, les quitó los permisos y les prohibió volver a Houston. Ya era demasiado tarde, uno de los soldados que había cogido un fusil, disparó y empezaron a decir que una multitud furiosa de gente blanca de la ciudad estaba asediando el campo.

En su sangriento camino hacia Houston, los soldados disparaban sobre todo a policías blancos, pero mataron por error a un miembro de la Guardia Nacional y al darse cuenta, el caos se estableció. Acababan de matar a un militar y aunque parezca mentira, sólo fue hasta ese momento en que se dieron cuenta de lo que estaban haciendo y las repercusiones que tendrían. Cuatro soldados negros murieron por los propios disparos de sus compañeros, totalmente cegados por el odio y el rencor.

19 de esos soldados fueron condenados a muerte y 41 a pena perpetua. El 31 de agosto de 1918 el presidente Wilson otorgaba clemencia a diez de esos condenados y les conmutaba la pena por la perpetua. El 3 de septiembre mataban a seis de ellos, que había quedado demostrado sin lugar a duda su participación en alguno de los asesinatos. En 1936 salía de la cárcel Leroy Pickett, único miembro de aquel pelotón que pudo encauzar su vida. El lugar donde estaba el campamento del ejército, Camp Logan, ahora se llama Memorial Park y recuerda aquella infame noche.

A partir de aquí la lista de disturbios violentos es infinita. En 1873, 153 hombres negros murieron en Colfax, Lousiana, después de unas elecciones en que milicias demócratas atacaron a republicanos de color. Al vencer William Pitt Kellog, el candidato republicano, los demócratas empezaron a hablar de fraude y empezaron los ataques. Una milicia de demócratas blancos mató hasta 50 hombres negros cuando ya se habían rendido y muchos cuerpos los lanzaron al Río Rojo.

Otro incidente policial provocó los disturbios de Meridian en 1871. El arresto de unos antiguo esclavos acusados falsamente de incitar a la violencia provocó que la comunidad negra saliese a defenderse. La ciudad era un hervidero desde que en 1870 se procesase por primera vez a un hombre blanco por atacar a un antiguo esclavo. El día del juicio de los hombres de color, el juez fue herido de bala y se comenzó una batalla campal que resultó en la muerte de 30 hombres negros. Sin embargo, los demócratas sacaron del poder al alcalde republicano y nadie fue encarcelado ni juzgado por aquellos crímenes.

Según los historiadores, desde 1860 de han producido más de 400 disturbios raciales violentos en Estados Unidos, que han causado la muerte de más de 5.000 personas. Todos funcionan de la misma forma, un acontecimiento violento empuja a la multitud a reaccionar con impunidad al creer que actúan en legítima defensa y a partir de aquí se desata una espiral de violencia imposible de controlar. Ahora, con la capacidad de ver el horror vía redes sociales, nadie puede mirar a otro lado y la furia se multiplica.