Cataluña
Bailando con la más fea
Durante muchos días de esta primavera, nuestra conexión con el mundo exterior se canalizaba fundamentalmente a través de ordenadores, móviles, ventanas y balcones. En las pantallas veíamos a familiares, amigos y compañeros de trabajo. Desde las ventanas, vecinos paseando a sus perros compartiendo las calles con patrullas de policía. Cualquier otro movimiento era motivo de sorpresa. Uno de esos días de aceras vacías, una mujer que caminaba sola por la playa llamó mi atención. También la de dos policías que cubrían su ronda de vigilancia. Los agentes, cumpliendo con su deber, aparcaron el vehículo, bajaron y se dirigieron al lugar donde estaba la chica. El desenlace que suponía no fue tal. Cuando llegaron los dos agentes, se encontraron a la mujer llorando desconsolada. Tras escucharla, la dejaron allí, con su pena (y la de tantos otros), sin multa ni reproche alguno. Fue un gesto compasivo, lleno de humanidad. Me recordó a las palabras del fiscal Colnaghi, en la novela Muerte de un hombre feliz de Giorgio Fontana, excepciones siempre, errores jamás. Un fiscal italiano que tuvo que lidiar con la violencia que se extendía por su país en los años ochenta y que definía las excepciones como aquellos pequeños matices que podían sobreseerse para «descubrir la verdad y aportar justicia al mundo».
En tres meses de vigencia del estado de alarma, el balance de detenidos y sanciones relacionadas con el confinamiento ha sido muy elevado – los últimos datos que he podido comprobar, de fecha de 18 de mayo de 2020, refieren un millón aproximadamente de propuesta de sanción y 8.300 detenidos -. No voy a entrar a valorar si esas actuaciones estaban o no justificadas. Tampoco entraré a evaluar si otras conductas policiales excedían de los cauces normativos – monitorización de redes sociales, por ejemplo -. No me corresponde.
Como ciudadano, sí debo reconocer la dificultad del papel que les ha tocado desempeñar, tanto por los tiempos como por las circunstancias. Al fin y al cabo, la redacción de las normas no es su cometido y sí, en cambio, el de garantizar el cumplimiento de las mismas. Como juez que ha trabajado con distintos cuerpos policiales, me gustaría recordar la profesionalidad y humanidad de todos los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado con los que he tenido la suerte de poder trabajar.
Algunos querrán recordar a la policía como agentes del Gobierno que trataron de sancionar conductas que otros solo veían como ejercicio legítimo de algún derecho fundamental. Otros perseguirán desacreditar la labor de institutos armados que sólo se dedicaban a lo que siempre ha sido su cometido, investigar posibles conductas punibles y buscar presuntos responsables. Yo prefiero recordar a la policía tal y como ha sido en mis experiencias. Como aquellos agentes preocupados por servir de la forma más útil y abnegada a la sociedad, responsables hasta el extremo en sus investigaciones y respetuosos siempre, no sólo con las víctimas de los delitos, sino también con las garantías de los detenidos. Esos profesionales con los que he tenido oportunidad de instruir causas de diversa índole (tráfico de drogas, robos en viviendas, secuestros, falsificación de tarjetas, etc.), pero también de compartir otras vivencias fuera de los juzgados. Como recuerdo de aquellos momentos conservo en mi despacho una placa que me regalaron los Mossos d´Esquadra en mi adiós de los juzgados de El Vendrell. El grabado, sencillo: “En record del seu pas pel Baix Penedès”. Similar despedida que tuve la suerte de tener, esta vez de la mano de la Guardia Civil, al abandonar mi primer destino en Santoña.
Mi recuerdo hacía la Guardia Civil, Policía Nacional, Mossos d´Esquadra y policías locales de los partidos judiciales en los que he estado destinado será siempre inmejorable. Al fin y al cabo creo que, en esencia, una sociedad justa depende de la humanidad de los agentes que forman parte o sirven a los distintos poderes. Por fortuna, he podido ver esa humanidad en la inmensa mayoría de las actuaciones de los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado con los que he coincidido a lo largo de mi carrera. También en ese pequeño gesto que relataba al principio y al que asistí como mero espectador, aunque todos podamos estar de acuerdo en que las circunstancias no han sido la mejor pareja de baile.
Pablo Baró es Magistrado y Presidente Asociación Profesional Magistratura Cataluña
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