Investigación
En 1947, cuando Bernard Houssay recibió el Premio Nobel de Medicina invitó al mundo a tener ideales elevados y a soñar alto para seguir avanzando. «No hay cosas fáciles ni difíciles: fácil es lo que ya sabemos hacer; difícil, lo que aún no hemos aprendido a hacer bien», decía. Sus palabras respaldan las hipótesis de los antropólogos que creen que nuestra especie, el Homo Sápiens, acabó con el Homo Neanderthal, pese a ser más corpulento y estar mejor adaptado al clima frío de Europa, gracias a su capacidad de imaginar. En otras palabras, el filósofo Rafael Argullol resume que la historia de la humanidad empieza cuando el hombre descubrió la muerte e inventó la inmortalidad.
Sin imaginación, hoy no habría vacunas contra la Covid-19. Tampoco sin cooperación. «La ciencia no se entiende sin cooperar ni trabajar en red», subraya el doctor Salvador Borrós, químico especialista en materiales, director del Instituto Químico de Sarrià (IQS) y coordinador del laboratorio donde se desarrolla una de las vacunas anticovid basada en ARN que se están haciendo en Barcelona: CoviNanovax.
Borrós recibe a «La Razón» en su despacho de IQS. Acaban de nombrarlo director general de este centro universitario, pero él se siente más cómodo en el laboratorio. Se pone una bata y allí vamos. De joven, soñaba con tener un espacio de cultivos celulares para desarrollar biomateriales y hacer cosas como la vacuna contra la Covid-19 o un pegado de silicona, en colaboración con Sant Joan de Déu y la Universidad de Barcelona que cierra la membrana amniótica. «Los médicos nos vienen con problemas y nosotros desarrollamos soluciones», cuenta.
En su vacuna anticovid, trabaja un equipo de seis personas: dos químicos, una bióloga, una bióloga molecular, una biotecnóloga y el doctor Borrós. El laboratorio es un espacio agradable donde reinan el silencio y la luz que entra a través de una claraboya. Se escucha el ronroneo de los congeladores que marcan temperaturas de 78 grados bajo cero. Podrían almacenar las famosas vacunas de Pfizer/BioNtech y Moderna, las primeras que se administrarán contra la Covid.
La vacuna de IQS comparte el mismo principio. A diferencia de los sueros tradicionales, basados en virus atenuados o desactivados, las vacunas basadas en ARN mensajero contienen las instrucciones para que las células del paciente produzcan la proteína de la espícula del virus. La idea es que el organismo genere esta proteína y la presente al sistema inmune. Así sabrá cómo reaccionar cuando se encuentre cara a cara con el virus de verdad.
El doctor Borrós explica que desde el punto de vista médico son más seguras porque no se inyecta ningún virus en el organismo. Lo que se inyecta son fragmentos de ARN encapsulados en un material que el equipo de IQS es especialista en elaborar. La principal ventaja de esta técnica es que se activa el sistema inmune sin necesidad de replicar el virus. Además de ser más seguros los viales de ARN son más económicos y más rápidos de desarrollar. La duda es que no se sabe aún cuánto dura la inmunidad que genera. «Esperemos que 18 meses, al menos», exclama.
Otro punto débil de la vacuna de Pfizer/BioNtech es que se conservan a -75 grados bajo cero y eso dificulta su distribución. «La ventaja de CoviNanoVax es que nuestro equipo ha desarrollado una vacuna liofilizada de ARN que permite su conservación a cuatro grados», destaca Borrós.
Pero Moderna recibió 500 millones de euros del gobierno de Estados Unidos para desarrollar su vacuna; BioNtech, 300 millones de euros del ejecutivo de Angela Merkel, y el IQS, 193.000 euros del Ministerio de Ciencia e Innovación y el Instituto de Salud Carlos III. «Con este dinero, hemos llegado a la fase preclínica, sabemos que la vacuna es estable y que funciona in vitro. Ahora, la hemos administrado a ratones, pero no tenemos presupuesto para más», admite el director de IQS. A la pregunta de cuándo pasarán a la fase clínica, Borrós insiste en que «no es un problema de tiempo ni conocimiento, es un problema de presupuesto».
BioNtech y Moderna no han descubierto nada nuevo. Antes de la llegada del nuevo coronavirus no había ninguna vacuna de este tipo aprobada, pero hace años que se trabaja en su desarrollo. El mismo equipo de Borrós en IQS tenía una startup (Sagetis-Biotech) que en 2016 ya colaboraba con algunas de las farmacéuticas que han desarrollado las primeras vacunas anticovid. «Nosotros somos expertos en encapsular ARN mensajero y dirigirlo dentro del cuerpo humano», cuenta. «El ARN mensajero tiene unas enzimas que se hidrolizan a una velocidad espectacular dentro del organismo. Si lo inyectas sin protección, en 10 segundos desaparecería. Se ha de encapsular para protegerlo», explica. Pero además de protegerlo, Borrós y su equipo son capaces de dirigirlo hacia las células dentríticas, las células del sistema inmune innato que generan los anticuerpos.
Esta idea tan ingeniosa, empezó a probarse en los años setenta para tratar enfermedades de origen genético. «Como los virus son expertos en infectar células, se pensó en copiar su modus operandi para modificar los genes alterados», resume Borrós. Pero no fue hasta que se desarrolló el mapa del genoma humano que la idea de encapsular una secuencia de ARN como terapia encontró los aliados para crecer. En el laboratorio de IQS, han desarrollado vacunas de ARN mensajero contra tumores. En la actualidad, hay una cincuentena de ensayos clínicos de este tipo de vacunas contra el cáncer y una veintena contra infecciones virales.
«Los que trabajábamos en este tipo de vacunas tuvimos la misma idea, aprovechar el know-how para la lucha contra la Covid», explica Borrós. «El acelerón en el desarrollo de estas vacunas que ha supuesto la inversión contra el coronavirus puede revolucionar el futuro de la medicina»