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Si te gustan los gatos, dilo por carta

Un libro reúne misivas dedicadas a estos felinos por Charles Dickens, Jack Lemmon o Elizabeth Taylor

El escritor Jack Kerouac con su gato Tyke
El escritor Jack Kerouac con su gato TykeLa Razón

Shaun Usher está loco por las cartas. Hace años que recopila algunas de las mejores que se hayan escrito jamás y las da a conocer una página web estupenda llamada Letters of Note, todo un cofre de tesoros para los amantes de las misivas y de las curiosidades. Salamandra ya ha publicado algunas de las colecciones epistolares de Usher que siguen siendo un disfrute para cualquier lector. El volumen de lo recopilado es tan colosal que ahora se nos ofrece una antología temática donde son los gatos los protagonistas de las cartas escritas por nombres como los de Raymond Chandler, John Cheever, María Zambrano, Jack Lemmon o Elizabeth Taylor, por decir unos pocos de los que podemos encontrar en «Cartas memorables. Gatos». Si a usted le gustan los felinos, esta es la prueba que lo puede decir por carta.

El mismo Shaun Usher, quien admite ser propietario de perros como de gatos, reconoce que es difícil elegir entre mascotas. Sin embargo, son estos los últimos los propietarios de poderes sobrenaturales, la fuente de inspiración de uno de los más grandes científicos de todos los tiempos, además de inspiración para escritores. Eso es lo que encontramos en las páginas de este delicioso libro que viene a ser, en palabras de Usher, una reivindicación de esas «cápsulas del tiempo que llamamos cartas, el medio de comunicación más valioso y divertido, y al mismo tiempo el más amenazado de nuestros días».

Entre las muchas cartas reunidas en el volumen, casi una treintena, podemos leer el reencuentro, aunque sea por carta, de uno de los dúos cinematográficos más importantes de todos los tiempos, como fue el formado por Jack Lemmon y Walter Matthau en «La extraña pareja» y en algunos de las mejores películas de Billy Wilder. En diciembre de 1988, Lemmon se dirigió a Matthau para explicarle un negocio en el que quería invertir y que podía ser una buena manera de ganar dinero fácil. Se trataba de poner dinero en un criadero de gatos en México, una de las muchas bromas que se gastaban los dos actores. «Nuestro propósito es comenzar poco a poco, con un millón de gatos más o menos. Cada gata tiene un promedio de doce crías al año; las pieles de las blancas pueden venderse por 20 centavos y las de las negras hasta por 40. Si calculamos unos 12 millones de pieles al año a precio promedio de 32 centavos, nuestros ingresos equivaldrían a cerca de tres millones anuales; es decir, 10.000 dólares al día excluyendo domingos y festivos». Lemmon también comentaba que los gatos se alimentarían de ratas, pero el problema sería que los roedores podrían multiplicarse por cuatro, por lo que lo mejor sería pensar en abrir otro rancho contiguo. «Con el tiempo, espero poder cruzar los gatos con las serpientes, ya que éstas se desuellan solas dos veces al año, lo que ahorraría costes de personal y nos daría dos pieles por cada gato», concluía el protagonista de «El apartamento».

Uno de los más grandes autores ingleses de todos los tiempos, Charles Dickens, también se preocupaba por los gatos, en concreto por los que podían atacar a un canario llamado Dick que tenía su familia. Ese problema se lo explicó a quien fue su biógrafo John Forster, en una misiva de 1856, en la que dice que «la única novedad en este jardín es que hay una guerra declarada contra dos gatos particularmente feroces y terribles (del molino, supongo) que se han dedicado a acechar a nuestro pequeño y maravilloso Dick desde rincones oscuros». Afortunadamente el canario sobrevivió.

Otro escritor, Jack Kerouac recibió en el verano de 1960 una carta dolorosa en la que se le anunciaba una pérdida que él compararía con el fallecimiento de su hermano de nueve años, en un ya lejano 1926, cuando él contaba cuatro. La misiva la escribía su madre Gabrielle-Ange Lévesque y en ella hablaba de Tyke, el gato del autor de «En la carretera»: «Me temo que esta carta no será de tu agrado porque ahora mismo sólo tengo malas noticias. La verdad es que no sé ni cómo decírtelo porque yo también estoy destrozada, pero agárrate, cariño: el pequeño Tyke se nos ha ido». En la nota, Lévesque confesaba que «nunca en toda mi vida he hecho algo tan desolador como enterrar a mi pequeño y querido Tyke, que era tan humano como nosotros. Lo sepulté debajo de la madreselva, en la esquina de la cerca. No consigo dormir ni probar bocado, no hago más que buscarlo con la esperanza de verlo aparecer por la puerta de la bodega diciendo “miau”, como solía».