Entrevista
Paula Bonet: «Aquí quien siente vergüenza es la víctima, no el agresor»
La reconocida autora recoge algunos de sus cuadernos de viaje en el volumen «Los diarios de la anguila» publicado por Anagrama
Tras el éxito obtenido con su libro «La anguila», Paula Bonet regresa con un libro que podría entenderse como una continuación, pero eso sería totalmente equivocado. «Los diarios de la anguila» (Anagrama) nos adentra en el taller de la artista y escritora, pero también a conocer una serie de momentos concretos de su vida en los que Bonet huyó para encontrarse a sí misma. Este diario pudo hablar con la autora sobre este trabajo.
Parece evidente que hay un equilibrio entre texto e imagen en «Los diarios de la anguila». No es un libro ilustrado.
Hay un equilibrio impecable entre lo que es el objeto y lo que contiene. Estoy muy agradecida a Anagrama por tratar un material tan sensible e íntimo. En esto han tenido mucho que ver Fani Manresa y Silvia Sesé. Llegué hace dos años a Anagrama y tenía el proyecto de hacer unos cuadernos de viaje para retener. Con un libro anterior, «Roedores», viajaba mucho, me era muy difícil ordenar lo vivido en ese tiempo. En un mundo en el que todo va muy rápido, que parece que tenemos que consumir, con los diarios frenaba y me construía como sujeto que mira. En el que hice en Marrakesch, que se incluye en «Los diarios de la anguila», es muy evidente: quiero ser el sujeto que mira. Quise editarlos durante el confinamiento porque pensaba que cambiaría nuestra manera de viajar, aunque al final no ha sido así.
¿Cómo fue la selección de estos cuadernos de viaje?
Llegué a la editorial con 16 cuadernos. Fue interesante ver cómo se acercaban las editoras a la imagen con el mismo interés que a la palabra. Al final renunciamos a once cuadernos y hemos publicado a aquellos en los que estoy sola. Renunciamos a la contemplación de un paisaje como Rumanía o Egipto, para centrarnos en aquellos en los que estoy sola.
¿Cómo son los cuadernos originales antes de dar el salto a la edición?
Son uno cuadernos negros en formato vertical donde hay un gran número de retratos. Miro mucho la gente con la que me cruzo, tomo muchas notas, por lo que ese formato me es más cómodo. Mi único objetivo es ser muy fiel a los diarios originales. Contemplamos la idea de que fuera un libro manoseado, pero era muy complicado de realizar editorialmente. Me ha parecido muy interesante trabajar con Anagrama este libro por su respeto por la imagen. No es solo un recorrido visual sino que también es un parar, una reflexión sobre el caminar.
¿Reunir estos materiales y escribir un libro como «La anguila» tiene algo de terapéutico?
La terapia la hago con el terapeuta. Lo que hago cuando pinto o escribo va a otro sitio. Esa parte más privada está en un lugar más privado que no tengo por qué compartir. Como jugamos con la abstracción de la imagen, me permito más libertad. Cuando hago la novela, no hago terapia. Abordo la maternidad y los abusos que son extremadamente delicados, pero no quiero que se transformen en según qué cosas. Hay en todo esto una parte de mucho control porque no quiero que las cosas se giren contra mí. No podemos olvidar que estamos en un contexto en el que el poder es masculino.
En «La anguila» hablaba de los abusos que había sufrido.
Gran parte de los abusos y violencias se dan en entornos seguros, en el núcleo familiar. Es muy difícil que te saquen una navaja en la calle, es más fácil en casa. Todo el tiempo se producen agresiones, aparece la incomodidad y ese abusar de un espacio que nos dicen que no nos pertenece. Esto se da en cada cuaderno de «Los diarios de la anguila». Yo quiero poder andar para ver, no para ser vista. No quiero ser un faro de los agresores.
¿Por qué es importante explicar que se ha sufrido una agresión sexual?
Es importante explicar al mundo cómo es esta experiencia. Muchas de las mujeres que han sido agredidas se dice que quieren llamar la atención, pero eso es ridículo. Saberse víctima es muy doloroso. Aquí quien siente vergüenza es la víctima, no el agresor. Recomiendo la lectura de un libro de Dacia Maraini que se titula «Isolina. La mujer descuartizada». En él se cuenta la historia real de Isolina, una joven que estaba enamoradísima de un hombre que era militar. La obligaron a tener un aborto con un tenedor en un bar de Verona. Murió y tiraron los trozos al río. Era el año 1900 y para la prensa lo que importaba era el honor del hombre. El poder es masculino y es doloroso. Isolina, en el momento de su muerte, tenía 17 años.
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