Cartas de libro

El amor en los tiempos en los que todavía se escribían cartas

Un libro recoge algunas de las correspondencias más íntimas por autores de todo tipo

«Autorretrato», de Francisco de Goya
«Autorretrato», de Francisco de Goyalarazon

Tal vez los más jóvenes no lo sepan, pero hubo un tiempo, algo ya lejano, en el que la gente se enviaba cartas. No hablamos de las facturas o los recibos: hablamos de cartas de todo tipo, lo mismo que ahora escribimos por whatsup, pero más redactado y a mano, a veces a máquina, y con la rúbrica al final del mensaje por el remitente. No es que cualquier tiempo pasado sea mejor, pero se escribía más, se pensaba mucho más y quedaban esas páginas como testimonio de una comunicación.

El escritor francés Nicolas Bersihand ha recogido en «Cartas al amor», publicado por B, algunas de las mejores misivas de género sentimental de todos los tiempos y escritas por todo tipo de nombres conocidos, desde intelectuales a artistas pasando por aquellos relacionados con la política, la economía o la ciencia. El conjunto es iluminador sobre cómo ha evolucionado la manera de expresar nuestros sentimientos, ya sea desde una perspectiva pasiona, mística, sexual o tormentosa, incluso prohibida. Todo ello queda dividido en varias secciones en el libro , en un recorrido que va desde las primeras epístolas hasta aquellas que son de despedida, con amores posibles e imposibles sin importar el sexo o el credo.

Empecemos por una relación difícil para su tiempo, finales del siglo XVIII, la de Francisco de Goya con su querido amigo Martín Zapater. De entre las numerosas cartas que escribió, en el volumen podemos encontrar una en la que el pintor expresa claramente sus sentimientos al confesarle, tras recibir un retrato de Zapater, que «me parece que tengo la dulzura de estar contigo, ay mío de mi alma no creyera que la amistad podía llegar al periodo que estoy experimentando».

¿Y qué pasa cuando el amor ya ha pasado a ser algo grandioso y sin límites? Tal vez la respuesta nos la pueda dar Emilia Pardo Bazán cuando le decía a su miquiño Benito Pérez Galdós que «algunas veces se me ha ocurrido que es verdad lo que me aseguras: que nadie en el mundo me ha querido como tú. Esta idea, si tomase cuerpo, influiría mucho en nuestro destino. Solo que no puedo admitirla enteramente».

En esta reivindicación del amor epistolar pasa que a veces se rompen cartas, que es mejor ocultarlas para que no caigan en otras manos. Eso debió pensar Juliette Drouet sobre las que le envió el escritor francés Victor Hugo, aunque éste le diría por escrito que «has quemado mis cartas, pero al hacerlo, Juliette, no has podido destruir mi amor».

Luego está la espera, la ilusión de que todo acabe bien, pese a las presiones políticas o las enfermedades. Un ejemplo de ello es la carta que Evita envió a su marido el general Juan Perón, antes de salir de viaje: «No sé si lo logré, pero puedo asegurarte que en el mundo nadie te ha respetado ni querido más; te soy tan fiel que si Dios no quisiera en esta felicidad de tenerte y me llevara, aun después de muerta te sería fiel y te seguiría adorando desde las alturas».

Luego están los poderes y los misterios del amor, algo de lo que sabía mucho uno de los grandes nombres de la literatura del siglo XX como es James Joyce. Sus cartas a su sufrida esposa Nora Barnacle son míticas, como esta, del 25 de octubre de 1909, en la que le declara que «eres mi único amor. Me tienes en tu poder. Sé y siento que si en el futuro he de escribir he de escribir algo noble o bonito deberé hacerlo solo mediante la escucha de las puertas de tu corazón».

Vayamos hasta el tormento amoroso, hasta casi el empleo del chantaje o de la súplica para mantener la relación amorosa. Esto es algo que nos expone uno de los escritores más importantes de todos los tiempos, injustamente atacado por motivos extraliterarios. Se llamaba Donatien Alphonse François de Sade, pero es célebre por su título nobiliario de marqués de Sade. La carta a su esposa Renée Pélagie es conmovedora y parece alejada de las etiquetas que han perseguido a Sade. En ella ruega porque «me prometiste que me seguirías, me lo prometiste mientras me besabas, me lo juraste, y yo te creí; jamás me equivocaría con el lenguaje de tu corazón, era él quien me hablaba cuando me lo prometías. Si no mantienes la palabra que me diste, me expondrás a mil extravagancias cuando parta, pues yo te puedo asegurar, por todo lo que yo más quiero del mundo, que nada será capaz de detenerme ni de impedirme que te arranque de las mismísimas entrañas de la tierra, si allí es donde pretendes ocultarte para separarte de mí».

Son solo unos pocos ejemplos de lo mucho y escrito que hay en este libro epistolar.