Local

El buzón más fotografiado de Barcelona: los secretos del diseño de la Casa de l'Ardiaca

Domènech i Montaner transformó un simple buzón en una obra de arte y una crítica al sistema judicial

El buzón de la Casa de l'Ardiaca en Barcelona
El buzón de la Casa de l'Ardiaca en BarcelonaCC

En pleno corazón del Barrio Gótico barcelonés, adosado a la fachada de un edificio histórico, se encuentra uno de los elementos arquitectónicos más fotografiados y menos conocidos de la Ciudad Condal: el buzón modernista de la Casa de l'Ardiaca. Esta pequeña joya de mármol blanco, diseñada por el renombrado arquitecto Lluís Domènech i Montaner y esculpida por Alfons Juyol, representa mucho más que un simple receptáculo para correspondencia. Sus enigmáticos elementos decorativos —golondrinas, una tortuga y hojas de hiedra— esconden un mensaje que ha fascinado a visitantes durante más de un siglo, convirtiéndolo en un punto de interés turístico y un amuleto de la buena suerte para los conocedores del secreto que guarda entre sus tallados.

La Casa de l'Ardiaca: un edificio con siglos de historia

La Casa de l'Ardiaca, cuyo nombre significa "Casa del Arcediano" en castellano, tiene una historia que se remonta al siglo XII, cuando la orden de los templarios aprovechó un muro de la muralla romana para establecer su primer cuartel general en Barcelona. Durante el siglo XV, el edificio pasó a manos del arcediano Lluís Desplà, diácono mayor de la catedral, quien realizó importantes reformas y dispuso que fuera la residencia de sus sucesores en el cargo, otorgándole así su nombre actual.

El inmueble ha experimentado múltiples transformaciones y usos a lo largo de su existencia. Tras la desamortización de 1835, fue expropiado y secularizado, funcionando durante algún tiempo como palacio de justicia e incluso como espacio para talleres de artistas. Sin embargo, el momento clave para el famoso buzón llegaría en 1895, cuando el edificio fue adquirido por el Colegio de Abogados de Barcelona, que encargó a Lluís Domènech i Montaner la reforma y adecuación del espacio.

Actualmente, la Casa de l'Ardiaca alberga el Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona, y está catalogada como Bien de Interés Cultural Nacional por la Generalitat de Catalunya. Su ubicación privilegiada en el número 1 de la calle Santa Llúcia, junto a la Catedral, la convierte en una parada obligatoria para quienes exploran el Barrio Gótico.

El buzón modernista: una alegoría en mármol blanco

El elemento más emblemático de la fachada de la Casa de l'Ardiaca es, sin duda, su peculiar buzón de mármol blanco, situado a la derecha de la puerta principal. Creado aproximadamente en 1902 durante las reformas encargadas por el Colegio de Abogados, este buzón rectangular contiene un conjunto de elementos simbólicos tallados con exquisito detalle.

La composición incluye cinco golondrinas volando en la parte superior, una hiedra de siete hojas que se extiende por la superficie, una pequeña tortuga ubicada estratégicamente en el ángulo inferior derecho, y el escudo del Colegio de Abogados de Barcelona en el extremo superior izquierdo. La ranura para depositar la correspondencia se sitúa longitudinalmente en el centro del buzón.

El simbolismo oculto: una crítica al sistema judicial

Contrariamente a la creencia popular que vincula estos elementos con una crítica al servicio postal, el verdadero significado del buzón es mucho más profundo y está directamente relacionado con la institución que ocupaba el edificio cuando fue instalado: el Colegio de Abogados.

Este conjunto escultórico constituye una ingeniosa alegoría del funcionamiento de la justicia. Las cinco golondrinas representan lo alto que debería volar idealmente la justicia y la rapidez con la que todos desearían que funcionara el sistema judicial. Por su parte, la tortuga simboliza la realidad contrastante: la lentitud con la que realmente avanza la justicia. Las hojas de hiedra completan el mensaje, representando lo farragoso de la burocracia y los enredos procedimentales que complican los procesos judiciales.

De esta manera, Domènech i Montaner y Juyol crearon una sutil crítica al mismo gremio para el que trabajaban, plasmando en mármol una reflexión sobre las contradicciones del sistema judicial que sigue siendo relevante más de un siglo después.

El buzón como atractivo turístico y símbolo de buena suerte

Con el paso del tiempo, este peculiar buzón ha trascendido su función original para convertirse en un elemento característico del paisaje urbano barcelonés. Cada día, numerosos turistas se detienen frente a él para fotografiarlo y, siguiendo una tradición de origen incierto, tocar el caparazón de la pequeña tortuga.

Esta práctica se ha vuelto tan común que se ha generado la creencia popular de que tocar la tortuga del buzón de la Casa de l'Ardiaca trae buena suerte. Como resultado, el caparazón de la tortuga presenta un desgaste notable debido a las miles de manos que lo han acariciado a lo largo de los años, convirtiendo este pequeño detalle escultórico en un improvisado amuleto urbano.

Domènech i Montaner: el genio detrás del diseño

El diseño del buzón es obra de Lluís Domènech i Montaner (1850-1923), uno de los máximos exponentes del modernismo catalán junto a Antoni Gaudí. Domènech i Montaner fue responsable de algunos de los edificios más emblemáticos de Barcelona, como el Palau de la Música Catalana y el Hospital de Sant Pau, ambos declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Su estilo se caracterizaba por la integración de diversas artes y oficios, así como por el uso de una rica ornamentación con elementos simbólicos. El buzón de la Casa de l'Ardiaca, aunque pequeño en comparación con sus grandes obras arquitectónicas, refleja perfectamente su capacidad para cargar incluso los detalles más aparentemente insignificantes con profundos significados alegóricos.

La ejecución escultórica corrió a cargo de Alfons Juyol, maestro escultor modernista que supo plasmar con maestría la visión de Domènech i Montaner, creando un conjunto armonioso y detallado que ha resistido el paso del tiempo.

Este pequeño buzón representa, en definitiva, una muestra perfecta del ingenio y la capacidad crítica del modernismo catalán, así como un recordatorio tangible del legado de uno de sus más brillantes representantes, convirtiéndose por derecho propio en uno de los rincones más fotografiados y entrañables del patrimonio arquitectónico barcelonés.