En Barcelona existe un monumento dedicado a Pablo Picasso en el paseo que lleva su nombre realizado por Antoni Tàpies. Pero el pintor del “Guernica” también pervive en la facha de un cine del centro de la ciudad que fue tan decisiva en la vida y la obra del genio.

En 1907, un desconocido escultor llamado Pablo Gargallo realizó una serie de bajorrelieves con las efigies de varios de sus amigos, siendo de ellos Picasso. Los dos artistas se habían conocido años antes en el taller que Gargallo compartía con otro escultor llamado Josep Cardona. Era la Barcelona de 1899 cuando todos ellos vivían de plenitud en la bohemia, en los días de copas y cervezas, de tardes trabajando en talleres y noches en los burdeles de la calle Avinyó.

Gargallo y Picasso se hicieron íntimos, hasta el punto de que el primero retrató al segundo en varias ocasiones. En el Museu Nacional d'Art de Catalunya (Mnac) se conserva precisamente uno de ellos, en piedra, del que se hizo un vaciado en bronce que se guarda en otras instituciones, lo que demuestra que las dos partes, retratista y retratado, quedaron satisfechas con el resultado final, ejecutado en 1912.

Pero hablábamos de 1907 que es el momento en el que Gargallo recibe el encargo de decorar la fachada del Teatro Bosque de Barcelona, en el barrio de Gràcia y hoy reconvertido en un cine. El escultor tuvo la genial idea de ornamentar los arcos con cuatro rostros, casi cuatro máscaras, retratos algo caricaturescos y que demuestran su buena mano. Los elegidos fueron Pablo Picasso, el también pintor Isidre Nonell, el arquitecto Ramon Reventós y el mismo Gargallo. Pese a que el edificio ha sufrido varias reformas a lo largo de su historia, las cuatro cabezas siguen allí, aunque son copias de las originales que se guardan en los almacenes del Mnac. Si se mira a la fachada, Reventós nos resulta enojado, Gargallo al borde del llanto mientras que Nonell y Picasso nos invitan a divertirnos.