Exposición imprescindible

Le Corbusier, el arquitecto que pintaba

La Galeria Marc Domènech presenta una exposición con una interesante selección de trabajos sobre papel de este artista

Una de las piezas que pueden verse en la exposición
Una de las piezas que pueden verse en la exposiciónGaleria Marc Domènech

La palabra «excepcional» probablemente sea la más adecuada para definir la exposición que el próximo día 9 abre sus puertas en la Galeria Marc Domènech. Se trata de la segunda de las muestras que esta sala dedica a la producción plástica de Charles-Édouard Jeanneret-Gris, es decir, uno de los grandes iconos de la arquitectura al que conocemos por su seudónimo universal de Le Corbusier.

La exposición contiene una veintena de trabajos sobre papel, en un lapso temporal que nos lleva de 1919 a 1960, es decir, los mejores momentos de creatividad de este gran maestro, siempre atento y curioso por todo lo que tenía que ver con la modernidad de su tiempo. Es una reivindicación de Le Corbusier como un maestro dibujante, una faceta de su trayectoria creativa que lo acompañó durante toda su trayectoria. Como él mismo apuntaba, «el dibujo puede pasar del arte, [...] el arte, por el contrario, no puede expresarse sin el dibujo» añadiendo que «no hay que buscar más allá [del dibujo] la clave de mis trabajos».

La exposición nos ayuda a conocer los temas y las obsesiones del artista, así como las diversas técnicas que empleó. Al tratarse de obra sobre papel podría entenderse que estamos ante piezas menores. Sin embargo, como adelanta Juan José Lahuerta, en el texto del catálogo de esta muestra, estamos ante lo que se puede llamar como trabajos mayores de Le Corbusier.

El recorrido se inicia con una acuarela de 1919, «Nature morte, pile d’assiettes, équerre et livre ouvert», una composición vinculada con su llamada etapa purista, como también lo es un dibujo de 1920, «Nature morte à la lanterne et à la guitarre». En las dos se percibe ese interés que el pintor y arquitecto tenía por neutralizar las modificaciones más extremas que aportaba el cubismo, a la par que buscaba volver a los objetos a lo que consideraba que eran las reglas de su constitución. En este sentido fue fundamental su amistad con el pintor Amédée Ozenfant con quien puso escribió en 1918 el manifiesto «Après le Cubisme». También con Ozenbant, pero al año siguiente, fundó una revista que hoy está considerada como fundamental para comprender las vanguardias artísticas del siglo pasado: «L’Esprit Nouveau».

Del purismo pasamos al biomorfismo en la Galeria Marc Domènech y ese interés por parte de Le Corbusier hacia la influencia del entorno y el medio natural, ejes de su creatividad tanto desde una perspectiva pictórica como desde un nivel arquitectónico. A este respecto son interesantes piezas como el imponente pastel «Écorce, coquillage et femme assise lisant», de 1932 o la fascinante acuarela «Composition surréaliste. Coquillage et racin», de 1939, con órganos y objetos en continúa metamorfosis. Consideraba nuestro protagonista que la corteza de los árboles o el caparazón de los mariscos tenían mucho que ver con las leyes de la física, de la erosión y la división. Por eso le gustaba afirmar que «no solamente tienen cualidades plásticas, también tienen un inmenso potencial poético».

Para el artista, su producción pictórica también podía entenderse desde una dimensión escultórica, como se ejemplifica en la obra «Projet de Sculpture», de 1946. Dejemos otra vez que sea el mismo Le Corbusier quien nos aporte su opinión al respecto al afirmar que sus pinturas «pueden convertirse en esculturas policromadas. El color otorga vida a la escultura y la arquitectura. Es posible esculpir una pintura». Precisamente en 1946, gracias a la labor del tallista Joseph Savina, uno de los dibujos del artista se convirtió en escultura.

La exposición, que permanecerá abierta hasta el próximo 12 de enero, nos ayuda a conocer las obsesiones últimas de Le Corbusier, como querer hacer una escultura del Ubú imaginado por Jarry.