
Novedad editorial
Cuando Barcelona pudo ser París
Un fascinante ensayo de Andreu Navarra explora las luces y las sombras de la controvertida vida cultural en la capital catalana desde la Exposición Universal de 1888 hasta el final de la Guerra Civil

Solemos ver París como la cuna de la revolución cultural que vivió el continente entre los siglos XIX y XX, antes de pasarle el relevo a Nueva York. Sin embargo, Barcelona vivió también un tiempo creativo fascinante en el mismo periodo, más concretamente entre la celebración de la Exposición Universal de 1888 y el final de la Guerra Civil. Ese es el tiempo que analiza el profesor Andreu Navarra en un fascinante libro de reciente publicación, «Bohemia y barricadas», una historia cultural de Barcelona que acaba de ver la luz de la mano de Tusquets. Hablamos del tiempo de los cafés y las tabernas como Els Quatre Gats o La Criolla, de las exposiciones en las Galeries Dalmau, pero también de movilizaciones y pistolerismo.
Aquella Barcelona fue «un lugar fascinante, a la vanguardia cultural y obrera de la Europa de su tiempo. Un lugar efervescente, en plena ebullición, con una capacidad sorprendente de rebelarse y mostrar inquietudes de cambio político y literario. También es un lugar trágico, cruzado por sufrimientos sociales, tensiones y turbulencias muy agudas. En la idea general de este libro latía la necesidad de recuperar la sala de máquinas de esa ciudad en cambio continuo, en una perspectiva multinivel: mientras estudiaba a la bohemia barcelonesa, muchísimo menos trabajada que la madrileña, queríamos también mostrar por qué estallaron tantas propuestas de vanguardia cultural o social, como la cultura federal, el anarquismo, el Modernisme, el Noucentisme, las Vanguardias estéticas y pedagógicas... Mostrar cómo fue posible todo aquello desde una lente coral, panorámica y atenta también al detalle más significativo», asegura Navarra en conversación con este diario.
Uno de los grandes ejes de aquella ciudad fueron las Ramblas. Cuando se le pregunta al autor de «Bohemia y barricadas» cuál fue la importancia de aquel paseo responde que su papel fue «decisivo. Hay que pensar que para llegar a los principales locales culturales de la época había que pasar por allí sí o sí. Por ejemplo, la redacción y editorial y tertulia de “L’Avenç”, la sede de “La Veu de Catalunya” y el de muchas otras publicaciones, y también estaban allí los teatros, por ejemplo el Liceu. Muy cerca siguen el Ateneu y la Biblioteca de Catalunya. En la Rambla estallaban los motines revolucionarios femeninos (que son media docena en muy pocos años) y las manifestaciones y huelgas más audaces, y desde tiempos de la Primera República la Rambla es un escenario claramente subversivo. Para ir al centro geográfico de las protestas sociales de la ciudad, que se producían en la plaza de Sant Jaume, se pasaba por allí también. Esto se intensificó durante la guerra civil, cuando las Ramblas eran escenario de toda clase de discusiones políticas y los locales del POUM estaban allí (los del PSUC en el Passeig de Gràcia). Por allí patrulló George Orwell o deambuló Simone Weil con un mono azul...».
Fue en esta Barcelona donde resaltó con su oficio un joven Pablo Ruiz Picasso, donde Josep Pla se encontraba cerrada la universidad por una epidemia de gripe, donde la literatura aparecía en los periódicos de la mano de Joan Maragall y Eugeni d’Ors, donde incluso los autores de Madrid se interesaban por lo que pasaba en Cataluña... Sobre la relación entre las dos ciudades, Navarra reflexiona que «se han fascinado mutuamente pero no han sabido entenderse. Y que sigue ocurriendo. De hecho, como historiador cultural que vive instalado en las cloacas, bibliotecas, buhardillas y archivos de ambas ciudades, invito al conocimiento mutuo, saltarían muchas sorpresas. El barcelonés no sabe quiénes son Emilio Carrere, Cansinos Assens o Alejandro Sawa, pero el madrileño tampoco sabe quiénes son Pitarra, Carner, Aurora Bertrana o Joan Crexells. Puede parecer chocante esta afirmación pero es así: es mucho más fácil y rentable vivir de los estereotipos políticos que interesarse realmente por la cultura del otro. Porque es peligroso: puedes salir contaminado y acabar con ganas de más. En mi vida me he divertido por igual con Ramón Gómez de a Serna que con Santiago Rusiñol».
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