Ayer, que fue ya hace casi tres meses, a comienzos del verano.
El verano que parecía tan largo, un mapa blanco sin frontera, una apacible tregua azul sin horizonte, y se nos está escurriendo entre las prisas por apurar las últimas horas de las vacaciones.
Vuelve la vida en prosa.
Y la costumbre, resignada sumisión, y las horas ordenadas, y el tiempo recogido.
Y a lo mejor también, para algunos, el sosiego, esa rara isla
Cumple también hacer recuento y emborronar distancias.
Otra vez la rueda, esa cotidiana abdicación.
En lo que a este artículo atañe, lo escribo con herramienta nueva, que este verano –la estación más propicia a desbarajustes y percances –, se conoce que cansado de estar ahí en la mesa sin hacer nada, sintiéndose un inútil, se le sublevó a un servidor el portátil y, así por las buenas, se quedó, de la noche a la mañana, dormido para siempre.
Como a los que vamos ya en años por allá arriba nos cuesta un poco toda esta mandanga de las nuevas tecnologías, el suceso ha revestido visos de infortunio.
Y el nuevo que ha venido a sustituirle no contribuye en nada a mitigar la situación.
Es más rápido, sí, pero no le obedece a uno, y se le ordena una tarea y él hace otra, o se queda quieto y callado como si no se diera por aludido.
También tiene más memoria, pero ayer se le olvidó guardar un documento, o lo archivó en algún sitio secreto que uno no es capaz de encontrar.
Pero lo peor de todo son las teclas, que no me obedecen, o se hacen las remolonas, o se escabullen como si jugaran al despiste con los dedos: pulso una letra y sale otra distinta en la pantalla, o no sale ninguna, o aparece un espacio más allá del que le corresponde.
Eso las letras normales, que los acentos y otros signos o tardo un rato en encontrarlos o los confundo o tengo que repasar todo el teclado de arriba abajo antes de pulsar donde es debido.
Por no hablar del ratón, que, de tan sensible, corre asustado de un lado para otro igual que si le persiguiera algún invisible gato troyano o periférico.
En fin, que parezco un principiante y me lleva un rato apacentar lo escrito, y temo que todos estos inconvenientes repercutan en el estilo y el artículo se resienta por ello (como se resentirá también, ya el lector lo habrá notado, por culpa de la galbana vacacional y la añoranza del tiempo bueno y desocupado del verano, que se une en mi caso particular a la que no dejo de sentir por el viejo portátil que sigue aquí en una esquina de la mesa pero sin despertar del sueño electrónico en que descansa).
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