Opinión

Demasiado tarde todo

Las pendencias y estrategias partidistas que ensucian y embarran todo lo que tocan

PAIPORTA (VALENCIA), 09/11/2024.- Una pareja de voluntarios se toman un descanso en una calle en Paiporta este sábado, que afronta el fin de semana con el reto de avanzar en la recuperación de la zona cero de la dana que asoló Valencia hace once días y de encontrar más personas desaparecidas, todo ello en medio de un 'ejército' de voluntarios, una ingente cantidad de ayuda solidaria y el eco incesante de la polémica política en torno a la gestión de aquel fatídico 29 de octubre.- EFE/ Jorge Z...
Una imagen de esta semana de voluntarios en un descansoJorge ZapataAgencia EFE

Abrir el grifo y que no salga agua; pulsar el interruptor y que no baje la luz; llamar por teléfono y que responda el silencio; mirar por la ventana y ver que se acaba el mundo. El desamparo, la espera desesperada, la impotencia y la rabia. Y un río de barro rugiendo delante de casa, un río que borra las calles y se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso: árboles, coches, muebles y enseres, náufragos que buscan un asidero al que agarrarse y salvar la vida. El cielo que se rompe en mil cuchillos, y el suelo acribillado.

Voces que piden auxilio, las voces de los que se sienten abandonados ante tanta devastación. Los voluntarios, cientos, miles de voluntarios que desoyen la prudencia, son los primeros en acudir: un ejército pacífico que, armado de palas, escobones y cepillos, avanza decidido a enfrentarse a la catástrofe. Pero tardan en llegar los que más falta hacen. Y un clamor callado señala a los responsables. Que no es el agua que en las rieras y barrancos reclama lo que se le ha quitado, sus derechos de paso por donde lo había hecho desde tiempo inmemorial, ni la lluvia desatada y hecha lodo que entra sin llamar en las casas, ni la tierra que se ha vuelto barro que todo lo ensucia y arrastra, ni el viento que amontona y empuja las nubes negras que siembran la ruina.

No, no es la naturaleza, a la que, por mucho que nos empeñemos en creer lo contrario, nunca podremos dominar. Es la falta de previsión (¿por qué no se avisó antes de que las calles se anegaran y las carreteras se convirtieran en una trampa?); es la desidia («Los diputados no estamos para ir a achicar agua a Valencia», dijo una de sus señorías, pero sí se dieron prisa, cuando ya la vida se había detenido en las zonas afectadas, para aprobar el nombramiento de los consejeros de RTVE); es la incompetencia, que a algunos se les supone, por su inoperancia, y en otros hace pensar (¡la responsable de emergencias desconocía la existencia de las alertas!) que la capacidad, la preparación, la aptitud es algo circunstancial, accesorio, prescindible a la hora de repartir los cargos. La imprevisión, la negligencia y la inepcia de los que mandan, que a menudo se olvidan de que, si están ahí, y tan bien pagados, es para ser servidores públicos, y qué mejor ocasión que esta para demostrarlo.

Y son también los protocolos, el sinfín de organismos que se han de coordinar, los cálculos políticos (eso es competencia suya; mejor no adelantarse y esperar; si quieren ayuda que la pidan), las pendencias y estrategias partidistas que ensucian y embarran todo lo que tocan.