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Opinión

La enseñanza no aprende la lección

¡Ciudadanos críticos!, enuncian esos eslóganes pedagógicos: críticos desde la ignorancia, así nos va

Aula vacía Pixabay

Es costumbre por estas fechas que los centros educativos instituyan una jornada de puertas abiertas con el fin de recibir a las familias interesadas en escolarizar allí a sus hijos. Esta práctica, que era habitual en las escuelas de titularidad privada, se ha extendido también –la competitividad manda, y preocupa el descenso de la población en edad escolar– a los centros públicos. A tal efecto se elaboran carteles y folletos en los que se exponen las líneas generales del proyecto educativo o se resaltan las peculiaridades pedagógicas que se consideren de mayor interés y atractivo.

Y resulta sintomático y revelador que sigan utilizándose como reclamo las mismas vagas consignas supuestamente innovadoras, el mismo barniz pretendidamente moderno y progresista: el trabajo por proyectos, el aprendizaje por competencias, la digitalización de las aulas… Todo lo cual se suele resumir y proyectar también en un mismo objetivo: que cada alumno potencie sus capacidades y construya su propio aprendizaje. ¡Un hallazgo más de las nuevas pedagogías, el aprendizaje autónomo, con el profesor como simple acompañante, algo así como un animador!

Se habla también de fomentar el espíritu crítico, otra añagaza, pues para tener espíritu crítico lo primero que hay que hacer es saber, tener conocimientos, porque si no, ¿cómo se puede pensar u opinar o disentir sobre algo que se desconoce? El espíritu crítico como principio y objetivo, pero vacío de conocimientos, conduce a la insatisfacción y la exigencia gratuita, a la reclamación porque sí, a la creencia de que a uno le han de dar lo que pide porque tiene derecho a ello (y para eso mejor el espíritu de resignación que predica el cristianismo). ¡Ciudadanos críticos!, enuncian esos eslóganes pedagógicos: críticos desde la ignorancia, así nos va.

Se hace mención asimismo a la educación emocional, y a procurar el bienestar del alumnado… Lo de que los niños han de ser felices en la escuela, otra secuela del buenismo que todo lo edulcora, está bien si se consigue como resultado, pero no puede ser un fin en sí mismo, y no debería tampoco condicionar los métodos y el desarrollo del aprendizaje.

Pero ni una palabra sobre los conocimientos, ni la más mínima alusión a la programación de contenidos: cuándo aprenden a leer y escribir; cuándo a sumar, restar, multiplicar y dividir, que tienen 8 o 9 años y aún no saben, y la tabla de multiplicar se considera poco menos que una rémora o una antigualla; cuándo a conocer los grandes períodos de la historia y a ordenarlos cronológicamente; cuándo se les enseña a reconocer y situar en el mapa los países, océanos y mares, ríos y cordilleras de la Tierra… Cuestiones baladíes al parecer, porque lo que se pretende es sustituir el aprendizaje memorístico por un batiburrillo confuso de proyectos, competencias y nuevas tecnologías, servido todo con la mandanga –o el timo– del “aprender a aprender”.