Novedad editorial
Miquel por Barceló
El artista mallorquín publica «De la vida mía», un recorrido por su vida y su obra a partir desde sus inicios a su producción más reciente
Miquel Barceló advierte que no es escritor. Eso es algo que no entra en sus aspiraciones creativas. «La prueba de que no soy escritor es que, cuando escribo, lo hago en francés. Si tuviera pretensiones, lo haría en catalán o castellano. Pero no tengo ninguna frustración por eso. La escritura es, en todo caso, una derivación del dibujo», dijo hoy en el transcurso de la presentación de «De la vida mía», volumen publicado por Galaxia Gutenberg y que reúne numerosas reflexiones del artista, además de imágenes de sus obras –entre ellas sus cuadernos privados de trabajo– o fotografías de distintos momentos de su biografía. Todo esto convierte el libro en un autorretrato de Miquel Barceló.
El libro, realizado con la autora francesa Colette Fellous, no pretende ser un dietario, ni nada parecido. «“Ya lo he dicho todo”, es lo que me responde Pere Gimferrer cuando le pregunto si no hará más dietarios, algo que sé que está ahora muy de moda, pero no es mi afición. Yo escribo y dibujo cada día, pero eso que hago no es un dietario», aseguró el pintor. A este respecto, ya en las primeras páginas de «De la vida mía» reflexiona que su vida es «pintar, nadar, leer. Hago eso desde que tengo memoria. Pero también escribo. A veces. Lo menos posible, pero siempre demasiado, como por desgracia, ahora, aquí».
La obra es también un tributo a una de las grandes pasiones de Barceló como es la lectura. Desde los tres años empezó a leer, algo que no ha abandonado nunca. Entre los documentos que se reproducen en la obra tiene un especial interés una lista con sus primeras lecturas, desde «El Quijote» a Lautréamont pasando por Julio Verne, Edgar Allan Poe, Kafka, Rimbaud, Joyce, Beckett, Góngora, Bowles –de quien posee su biblioteca personal–, Quevedo o Santa Teresa. A este respecto, en este trabajo cuenta un chiste que le contó Rodrigo Rey Rosa en el que se dice que en el Purgatorio obligan a leer las novelas tardías de Mario Vargas Llosa; en el Infierno, las de Coelho. En el Paraíso tienen a Borges, aunque no es de lectura obligatoria. A Barceló le gustaría que estuvieran Leonardo Sciascia, Stendhal y Marcel Proust en esas tres plantas. Cuando se le recuerda ese chiste, Barceló ríe y añade que siempre que puede le gusta reivindicar a Sciascia porque «es un autor al que me gusta reivindicar. Él dice que los sicilianos malos se organizan para hacer putadas, como la mafia, mientras que los buenos van solos».
Otro de los ejes del mundo de Miquel Barceló es la naturaleza. El pintor no pudo evitar mostrar su preocupación por un mundo en continuo cambio y en el que el cambio climático ha entrado en muchas agendas, aunque sin generar un efecto de acción inmediata en muchos gobernantes. Barceló se declaró crítico porque en el mundo que vivimos «parece que todo empeora. No hay reacción. Sabemos de lo que tenemos que morir, pero no se reacciona. Hemos llegado al punto en el que se está poniendo en duda el cambio climático y todo lo que se ha hecho a nivel científico, como si fuera una total farsa. Estoy seguro que hay remedio, pero en la actualidad no hay ni partidos ecologistas. Ya nadie los vota. Este es un terreno en el que se da un paso hacia adelante y luego cuatro para atrás».
Miquel Barceló sigue creyendo en la naturaleza, en vivir en el pueblo, lejos del ruido de la ciudad, un regreso a los/sus orígenes. «Cuando éramos jóvenes pensábamos que la ciudad era la modernidad. Después me di cuenta que no. Necesitaba ir a algunas ciudades para ver qué era moderno porque yo era de un pueblo. Así fue que viví en Nueva York, Barcelona... Pero luego necesité el campo y me fui allí. Vivo en el campo pero menos mal que gano dinero con los cuadros porque sería una ruina. En Francia hay un número alto de campesinos que se suicidan porque no les es rentable. Maastricht y el euro son los que han acabado con el campo».
Por las páginas de «De la vida mía» encontramos también la fascinación que otros artistas han tenido en Barceló, como es el caso de Picasso. «Siempre lo admiré mucho, era el modelo de artista que hace todo. Cuando era joven y llegué a París, me apunté todas las direcciones y empecé por orden cronológico a recorrer todos los estudios que tuvo, aunque los veía desde fuera, sin entrar en el taller. Hay algo de psicomagia al visitar los lugares de los artistas, como me pasó al entrar en el taller de Jackson Pollock. Ves el aspecto del taller en el que han quedado las marcas y puedes reconocer por los restos dónde los pintó porque ha quedado la mancha y el movimiento. Me llevó Dore Ashton quien falleció hace poco».
Precisamente con Ashton también pudo adentrarse en el taller de Willem de Kooning. «Es muy interesante porque lo diseñó él. Hizo una especie de agujero en el suelo para que el cuadro bajara, como si fuera un caballete invertido. Tenía alzhéimer, pero pintaba cada día hasta que murió. No sabía ni como se llamaba, pero pintaba».
Y pintar es, al fin y al cabo, el terreno en el que se mueve Miquel Barceló. «Cuando más leo, más ganas tengo de pintar», aseguró. Y en su cartera no faltan los proyectos, como una escenografía en Londres para la ópera que Paul Bowles compuso basada en la «Yerma» de García Lorca.
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