Opinión
Novelas
Por qué será que a todos nos gustaría llevar una vida de novela
Se celebra esta semana que ya acaba, del 13 al 20 de octubre, la Semana Mundial de la Novela, instituida por la UNESCO para resaltar y promover la importancia de este género literario, el más popular y leído en la actualidad.
De la novela, que todo el mundo sabe lo que es, se han dado muchas definiciones, todas razonables y acertadas, pero incompletas, dada su multiforme naturaleza. “Una novela es un espejo que se pasea a lo largo de un camino”, la definió Stendhal en el siglo XIX, y Pío Baroja dijo no mucho tiempo después que “la novela es un saco en el que cabe todo”. A esta dificultad para fijar con precisión su significado contribuye indudablemente la gran variedad de modelos que presenta: gótica, de caballerías, sentimental, picaresca, pastoril, bizantina, romántica, realista, naturalista, social, existencialista, filosófica, neorrealista, experimental, psicológica, lírica, histórica, autobiográfica, epistolar, rosa, negra, policiaca (o detectivesca), fantástica, de aventuras, de amor (o erótica, o galante), de folletín, de aprendizaje (o de formación), del Oeste, de ciencia ficción, de humor, de intriga y suspense, de espionaje, de misterio, de terror… Tal vez por eso el diccionario de la RAE, haciendo alarde de cautela, la defina como una “obra literaria narrativa de cierta extensión”.
La novela, que, tal como hoy la entendemos, es un género relativamente moderno, de hace cinco o seis siglos (aunque cuente con algunos antecedentes en la literatura clásica griega y latina), despertó en determinadas épocas, no muy lejanas en el caso español, los recelos y advertencias censoras de moralistas y eclesiásticos, que desaconsejaban ardorosamente su lectura, particularmente al público femenino. Fundamentaban su animadversión y ojeriza en el carácter quimérico y frívolo del género, que, bajo la patraña de entretener o distraer el ánimo, resultaba en verdad peligroso para el gusto y las costumbres (“Novela, ya lo dice la misma palabra: no verla”, me prevenía todavía mi abuela contra su lectura).
Pero por qué será que, sabiendo de antemano el lector que la novela es ficción, y que por consiguiente lo que en ella se cuenta no es real sino inventado, o, dicho de otra manera, que no dice verdades sino mentiras –un engaño consentido–, y que es artificio lo que parece natural..., por qué será que a pesar de todo hay tantísima gente a la que todo eso le da igual, o incluso lo agradece. El poeta Ángel González lo expresó como nadie: “Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, / y una voz cariñosa le susurró al oído: / -¿Por qué lloras, si todo / en ese libro es de mentira? / Y él respondió: -Lo sé; / pero lo que yo siento es de verdad”. Y por qué será que a todos nos gustaría llevar una vida de novela...
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