Opinión

Un padre coraje

Recuerdo a Santos Santamaría Zaragoza con motivo de su muerte

Una imagen de Santos Santamaría
Una imagen de Santos SantamaríaArchivo

El 17 de mayo del año 2001, ETA asesinó al mosso d´esquadra Santos Santamaría Avendaño. Contaba con 32 años de edad y toda una vida por delante.

Ese día su padre, un ingeniero que trabajaba entre España y Cuba, decidió que él no iba a olvidar, ni a perdonar. Ese día Santos Santamaría Zaragoza tuvo claro que iba a mirar al terror a los ojos sin bajar la mirada frente a los asesinos Ainhoa Múgica y Olarra Guridi. En el camino, influida por la pena, había muerto su esposa poco después del asesinato de su hijo. Años más tarde se celebraría el juicio correspondiente. Allí vinieron los de siempre, los hoy «hombres de paz», con sus caras amenazantes, con sus miradas de odio, con sus gestos de aprobación hacia los asesinos. Allí estaba yo en estrados representando a Santos. Allí estaba él. Los dos mirando a los ojos de los asesinos. Entraron mossos uniformados en la sala como público. Eso nos reconfortó, semblante serio y cara de dolor. En un intermedio, uno de los «hombres de paz» coincidió en una máquina de bebidas con uno de los nuestros. Chocó hombro con hombro. No era un mosso: era de la asociación. Fuimos a por él. La cosa se calmó y al terminar una frase por nuestra parte «acabaremos con vosotros cueste lo que cueste». Luego vino la lucha en los despachos. No nos gustaban las cosas que pasaban y fundamos la ACVOT (Asociación Catalana de Victimas de Organizaciones Terroristas). Santos fue presidente. Un día nos llamaron. La idea era, más o menos, que nos uniéramos a las reivindicaciones políticas del nacionalismo que avanzaba hacia el «procés». Fundamos la ACVOT porque no queríamos ninguna connotación política y ¿ahora nos presionaban por ahí? Pues no,. Perdimos la subvención, perdimos la sede, pero mantuvimos la dignidad.

Vi a Santos por última vez en el mes de diciembre. Estaba ya muy debilitado por la enfermedad, pero no quiso perderse el homenaje anual al policía local asesinado por ETA Juan Miguel Gervilla. Me abracé con él, pues juntos pusimos un ramo en un árbol porque no hay una placa que lo recuerde. Intuí que podía ser el último que pusiéramos juntos. Ha muerto un Señor, un caballero, un amigo, un padre coraje... Fue la sangre de su hijo la que fusionada con la de los policías locales, los policías nacionales, los guardias civiles, los ertzaintzas, y todas las víctimas del terrorismo, la que estableció la frontera entre buenos y malos.

Había comentado más de una vez con Santos que somos la puñetera conciencia de una historia que ya no interesa a nadie, pero no nos rendimos, seguimos queriendo ser esa conciencia y, ahora, con más fuerza porque nos ha dejado uno de los buenos, de los buenos de verdad.

Descansa en paz, Santos, ahora ya junto a tu hijo y, como nos juramentamos un día, seguiremos peleando, ahora ya para que todos sepan que ganamos los buenos y derrotamos a los malos, aquellos con los que casi nos liamos a guantazos un día en la Audiencia Nacional.

Hasta siempre, Amigo.