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Opinión

Pero lo nuestro es pasar

Un 26 de julio como hoy, pero de 1875, nacía en Sevilla Antonio Machado

Antonio Machado EUROPAPRESS

Y ya son 150 años los que han pasado (“Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar”) desde que un 26 de julio como hoy, pero de 1875, naciera en Sevilla Antonio Machado, uno de los últimos grandes poetas de la literatura española. Y de los más populares, porque aunó en su poesía la claridad expresiva y la reflexión y el sentimiento que brotan de lo más hondo de la experiencia humana.

Tenía ocho años cuando la familia se trasladó a Madrid, y allí estudió en la prestigiosa Institución Libre de Enseñanza. Pero sus aficiones literarias le atraían más que los libros de texto, y no obtuvo el título de bachiller hasta el año 1900. En 1899, viajó a París, donde trabajó durante unos meses como traductor, y en una segunda estancia en la capital francesa (1902), hizo amistad con Rubén Darío.

En 1907, con su primer libro ya publicado, se instaló en Soria, en cuyo instituto fue catedrático de francés hasta 1912. Allí descubrió el paisaje castellano, con el que enseguida se identificó. Y en Soria –ciudad asociada para siempre a su nombre– se casó en 1909 con Leonor Izquierdo, que tenía entonces dieciséis años.

La muerte de Leonor en 1912 le sumió en el dolor (“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería”) y abandonó Soria para trasladarse a Baeza (Jaén). Se sintió extraño en su tierra andaluza (“Por estos campos de la tierra mía, / bordados de olivares polvorientos, / voy caminando solo, / triste, cansado, pensativo y viejo”) y ejerció luego como profesor de instituto en Segovia y Madrid. Hacia 1927 conoció a Pilar Valderrama, la Guiomar de sus últimos poemas amorosos, de la que estuvo platónicamente enamorado.

Decidido partidario de la República, en enero de 1939, tras unos meses de estancia en Barcelona, y maltrecha ya su salud, se vio obligado a emprender el camino del exilio. Un mes más tarde, el 22 de febrero de 1939, murió en una pensión de Colliure, un pueblo de la costa francesa, donde continúa enterrado. De esta manera, se hacían realidad los versos con que finalizaba el poema Retrato, el primero de su libro Campos de Castilla (1912), unos versos proféticos que se cumplían trágicamente veintisiete años más tarde de ser publicados: “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Y unos días después de su muerte, se encontraron en el bolsillo de su abrigo unos papeles arrugados en los que, escrito a lápiz, había copiado Antonio Machado su último verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”. “Estos días”, dice, como si los estuviera aún viviendo: tanta era la necesidad de rememorar un pasado feliz para consolarse y escapar de un presente doloroso.