Opinión
Un romance del mes de mayo
En el siglo XV se pone por escrito el Romancero, que reúne composiciones anónimas de carácter popular difundidas hasta entonces por los juglares
En el siglo XV se pone por escrito el Romancero, que reúne composiciones anónimas de carácter popular difundidas hasta entonces por los juglares. Son los romances, que constituyen una de las manifestaciones de poesía folklórica tradicional más importantes, conservada incluso hasta nuestros días en España, América y comunidades de origen español, como los sefardíes (descendientes de los judíos españoles expulsados de España en el siglo XV). Los romances, composiciones de extensión variable formadas por series de versos octosílabos, se aprendían de memoria y se transmitían oralmente, lo cual explica que no se conozca el nombre de sus autores (todos son anónimos). A la transmisión oral se debe también el hecho de que de gran parte de ellos se conserven varias versiones o de que existan multitud de variantes sobre un mismo tema.
Un buen número de romances se inspiran en hechos y personajes de la poesía épica, como el Cid o Carlomagno, otros tratan sobre hechos históricos, en particular los llamados fronterizos, que narran sucesos ocurridos en la «frontera», es decir, en el frente de la Reconquista contra los árabes, y los hay también de tema novelesco, poético o sentimental, como el que ahora resumo, ambientado en el mes de mayo:
En los sembrados verdean los tallos del trigo, el campo se viste de flores, compiten con sus cantos la calandria (alondra) y el ruiseñor, los enamorados no ocultan que lo están. El mundo es para todos los que en él habitan un lugar alegre y placentero, excepto para un pobre prisionero que, encerrado en la oscuridad de alguna mazmorra, se siente triste y desdichado («cuitado»). Las horas serían para él una sombra negra inalterable, y el tiempo una noche eterna, si no fuera por una avecilla que le anuncia con su canto el milagro diario del amanecer («el albor»). Con ese mensaje, el único que le llega del mundo exterior tan lejano, se sustenta. Un mal día, la avecilla deja de cantar. Y el prisionero, resignado –qué otra cosa puede hacer–, se atreve a desearle un castigo divino al ballestero que se la mató. Esto es lo que cuenta, con la sencillez y contención expresivas que caracterizan a la poesía anónima tradicional, el romance que transcribo a continuación, uno de los más bellos del "Romancero viejo". Lleva por título "Romance del prisionero", y dice así:
«Que por mayo era, por mayo, / cuando hace la calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor, / cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor, /cuando los enamorados / van a servir al amor, / sino yo, triste, cuitado, / que vivo en esta prisión, / que ni sé cuándo es de día / ni cuándo las noches son, / sino por una avecilla / que me cantaba al albor. / Matómela un ballestero; / dele Dios mal galardón».
¿Qué será del prisionero sin su avecilla mensajera? ¿Quién le anunciará el amanecer? ¿Cómo se sobrelleva una vida no sabiendo siquiera «cuándo es de día ni cuándo las noches son”?
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