Opinión

San Gregorio, los entremeses y el vermut

En los exámenes escolares abundan las respuestas insólitas y divertidas

GRAFCAT1328. BARCELONA, 07/06/2023.- Un grupo de estudiantes en una de las aulas de la Universidad Pompeu Fabra, este miércoles, cuando un total de 41.671 alumnos catalanes, récord histórico, empiezan las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU), que este año mantienen el formato de las ediciones anteriores, y en las que pueden elegir de manera anónima si prefieren los enunciados de las preguntas en catalán, castellano o aranés. EFE/Toni Albir
Alumnos de exámenes en CataluñaToni AlbirAgencia EFE

Todos los profesores hemos tropezado alguna vez con respuestas curiosas e insólitas, y por ahí andan libros (Antología del disparate, se titulaba uno que obtuvo cierto éxito) que recogen las cosechadas por unos y otros. Un servidor guarda con afecto, apuntadas en una libreta, las que, dictadas casi siempre por la ingenuidad o el desparpajo, le aligeraron en su día la monotonía de una clase o le refrescaron el páramo de la corrección de exámenes escritos.

Esta, por ejemplo, que ocurrió en un aula del antiguo primero de bachillerato (14-15 años). Tocaba el tema de las palabras derivadas y, después de explicarles cómo estas se forman normalmente mediante prefijos o sufijos (igual: desigual, igualdad; historia: prehistoria, historiador), pasamos a ejercitar lo aprendido. Así íbamos sin mayores dificultades formando palabras a partir de una dada (leer: releer; papel: papelería; piano: pianista, etc.), hasta que apareció la de sangre.

Se hizo el silencio, y nadie daba al parecer con ninguna (no es tan difícil, pensaba yo, pueden decir sangriento, o ensangrentar, ya sabía que sanguinolento o sanguinario o sanguíneo no era fácil que se les ocurrieran), hasta que de repente ondeó triunfal la bandera de un dedo alzado:

–¡San Gregorio! –oí decir, y vi unos ojos que me miraban fijamente en espera del habitual gesto de aprobación.

Sucede a veces que, entre lo que uno dice y lo que el otro entiende, hay, como quien dice, un buen trecho. Trecho que se presta a la interpretación, el equívoco, la confusión, la divergencia, el malentendido… Viene esta reflexión a cuento de lo que me ocurrió en clase al hablar de Cervantes, más concretamente, de los entremeses que compuso. Les expliqué a los alumnos lo que eran (“representación de risa y graciosa, que se entremete entre un acto y otro de la comedia para alegrar y espaciar al auditorio”, los define Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana), les señalé que el autor del Quijote había contribuido como nadie a popularizarlos y les leí un fragmento de El retablo de las maravillas, el más conocido de los suyos.

Debí también de recurrir a la etimología de la palabra y, para hacérselo todo más llano y comprensible, a la comparación con la otra acepción del término, la gastronómica o culinaria, que guarda con la literaria un gran parecido, y más en la propia época de Cervantes, cuando los entremeses, a diferencia de lo que ahora sucede, se ponían en las mesas para picar de ellos mientras se servían los platos principales.

Y aquí se cumplió lo que decía al principio y sobrevino el malentendido, fruto inocente de la libre interpretación –y que me hizo replantear incluso la conveniencia del método explicativo–, cuando un alumno aseguró luego en el examen, textualmente y sin rodeos, que Cervantes había inventado el vermut.

Anécdotas ambas que uno recuerda con sentida añoranza por estas fechas de exámenes y recogida de notas que clausuran el curso 2022-2023.