Opinión

Suspenso en lectura

Urgen medidas para paliar el problema de la comprensión lectora de los alumnos

Lectura nocturna de dos niños
Lectura nocturna de dos niñosGoogle

Los alumnos catalanes de cuarto de primaria han obtenido unos resultados muy por debajo de la media nacional y europea en comprensión lectora. Así se desprende del Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora (PIRLS, en sus siglas en inglés), que es la prueba de referencia a nivel mundial para evaluar esta capacidad del alumno en su cuarto año de escolarización.

Los datos, conocidos esta semana, son ciertamente preocupantes (máxime si se tiene en cuenta que, en el ámbito español, solo los de Ceuta y Melilla son peores), y las autoridades educativas de la Generalitat, a las que parece que no les han pillado de sorpresa, así lo han reconocido. Para paliarlos, se han apresurado a adelantar su «estrategia de respuesta» que tiene como ejes principales la elaboración de una guía que sirva como modelo de biblioteca escolar para los centros, un plan piloto en 50 centros para recuperar bibliotecas abandonadas y el fomento de la lectura, que se situará «en el centro del currículum».

Bienvenidas sean esas y todas las medidas que tiendan a promover el hábito lector, pero mucho teme uno que resulten insuficientes mientras no se atiendan otras cuestiones que van más allá de las bibliotecas escolares, los planes de lectura o la falta de recursos, que es el recurso fácil al que han recurrido los sindicatos de enseñanza para explicar el problema.

Me atreveré, con el modesto aval de treinta y cinco años dando clase (en los que, por cierto, nunca vi la necesidad de cambiar lo que estaba bien y funcionaba), a enumerar algunas.

La primera y más urgente, la desacralización de las tecnologías digitales y el destronamiento de las pantallas en el aula: si al principio pudieron parecer novedosas y atractivas como herramientas de aprendizaje, qué aliciente pueden tener ahora que son el medio habitual de comunicación y entretenimiento del alumnado fuera de ella.

Por no mencionar el hecho de que las tecnologías digitales sí ahondan en la brecha educativa, pues no todas las familias disponen de ellas en la misma medida.

La segunda, la vuelta a los libros de texto, algo en lo que, por cierto –y no saben cuánto me congratulo de ello–, se han adelantado las escuelas suecas.

En efecto, según leí ayer mismo en el periódico, el gobierno de aquel país ha paralizado el plan digital actual y anuncia una inversión de 60 millones para libros de texto. Una de cuyas muchas virtudes consistía precisamente en que obligaban a los alumnos a leer, y en todas las clases, no solo en las de Lengua.

Y porque las actividades que en ellos se proponían, a diferencia de las que son norma en las plataformas digitales, que se contestan marcando una casilla o discerniendo entre V (verdadero) y F (falso), requerían también una lectura atenta y una respuesta más o menos extensa y razonada.

La tercera, que leer y escribir, a ser posible en papel, vuelvan a ser las dos actividades (o destrezas y competencias, como ahora se dice) sobre las que se fundamente la enseñanza.