Opinión

Los versos de amor más tristes en la poesía española

Un amor no celebrado sino llorado, porque solo se canta lo que se pierde

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Antonio Machadolarazon

El amor que se pregonó ayer por San Valentín es en la poesía, la inmensa mayoría de las veces, un amor triste y desengañado, un amor no celebrado sino llorado, porque solo se canta lo que se pierde, ya lo dijo Antonio Machado. Los amores correspondidos se viven y ya está, no hace falta hablar de ellos. A casi nadie se le ha ocurrido cantar un amor así, real y gozoso. En cambio, hablar de un desengaño es algo natural, y suscita compasión, que es un sentimiento noble que a todo el mundo le gusta experimentar; por eso cantar las penas de amor ha tenido siempre mucha aceptación en la poesía de todos los tiempos.

Y así queda confirmado si hacemos un somero repaso por los mil años que llevan ya los poetas cantando sus sentimientos amorosos en lengua castellana, desde las jarchas del siglo XI, en las que una muchacha se lamenta por la ausencia del amado, hasta nuestros días.

Garcilaso se retrata anímicamente así por boca de un pastor que llora la ausencia de su amada Elisa, nombre que designa a Isabel Freire, la dama portuguesa de la que el poeta estaba platónicamente enamorado: “El cielo en mis dolores / cargó la mano tanto, / que a sempiterno llanto / y a triste soledad me ha condenado; / y lo que siento más es verme atado / a la pesada vida y enojosa, / solo, desamparado, / ciego sin lumbre en cárcel tenebrosa”.

Idéntico sentimiento de pesar y añoranza se manifiesta al comienzo del Cántico espiritual, inspirado en el Cantar de los cantares bíblico y que bien puede leerse también como un poema amoroso pese a que sea una obra de naturaleza mística y represente un diálogo entre la Esposa (el alma) y el Esposo (Dios): “¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, / habiéndome herido; / salí tras ti clamando y eras ido”.

La última estrofa de un romancillo de Góngora describe el estado de ánimo de una muchacha después de despedir a su amado, que se ha embarcado para ir a la guerra: “Váyanse las noches, / pues ido se han / los ojos que hacían / los míos velar; / váyanse y no vean / tanta soledad, / después que en mi lecho / sobra la mitad: / dejadme llorar / orillas del mar”.

El dolor por el amor perdido lo cantó también Bécquer en sus rimas (por ejemplo, en la famosa Volverán las oscuras golondrinas…) y Antonio Machado le rezó esta sentida oración a Dios, en la que se entreveran el reproche y la resignación, tras la temprana muerte de su amada Leonor: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.

Y quién no ha recitado alguna vez los versos de Pablo Neruda: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido”.