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La ciencia de ser un “cuñado” y atracar un banco cubierto de zumo de limón

El efecto Dunning-Kruger pretende dar explicación a uno de los fenómenos más molestos y humanos de nuestra psicología: la existencia de “cuñados”

Limón
LimónlarazonWikimedia Commons

Ahora que vivimos en un mundo de inmediatez y accesibilidad, las redes han hecho más patente que nunca que quienes más hablan suelen ser los que más deberían callar. Es curioso cómo casi todo el mundo está de acuerdo, incluso esa misma gente que debería guardar silencio en lugar de pontificar sobre temas que desconoce por completo. Sea como fuere, este curioso fenómeno ha sido estudiado por la psicología y hasta cuenta con un nombre propio: efecto Dunning-Kruger. Pero antes de explicarlo ¿qué tal repasar el ejemplo más icónico del fenómeno? La historia trata sobre un hombre, dos bancos y un limón.

Su nombre era McArthur Wheeler y tenía un plan infalible. Su “intelecto superior” había dado con la forma de pasar inadvertido ante las cámaras de seguridad y eso le abría la posibilidad de atracar un banco y salir impune, o al menos así lo creía él. No le importó que fuera pleno día o que su cara estuviera completamente expuesta. Wheeler atracó un banco convencido de ser invulnerable y se dispuso hacer lo propio con un segundo, hasta que la policía lo detuvo a los pocos minutos. ¿Qué había salido mal?

Wheeler no entendía cómo podían haberle descubierto, ¿cómo había neutralizado la policía su perfecta estrategia? La respuesta era más sencilla de lo que él suponía, tan solo hace falta saber que su as en la manga era... zumo de limón, ni más ni menos. Wheeler creía que cubriéndose la cara con este ácido su rostro se vería borroso o directamente invisible y que así ninguna cámara podría registrarle. ¿Quién iba a decir que el hombre que creía haber sido más listo que todos los sistemas de seguridad de los bancos se hubieran sobrestimado un poquito?

Esta injustificada seguridad de Wheeler se origina en otra anécdota menos contada, pero que tampoco tiene desperdicio. Antes de lanzarse a la aventura, había experimentado las maravillosas propiedades del zumo de limón en sus propias carnes. Para ello se había embadurnado la cara con el jugo y se había hecho una selfie al estilo de antaño, retorciendo la Polaroid como bien le dejaba su muñeca. Allí estaba la prueba, su rostro no aparecía en la fotografía. Wheeler atribuyó esta ausencia a las propiedades del zumo, pero el verdadero motivo era mucho más prosaico. Al acercarse embadurnarse los ojos, el ácido había entrado en ellos irritando la mucosa y obligándole a cerrarlos para que las lágrimas expulsaran aquel agresivo fluido. Sin embargo, Wheeler no espero a recuperar la vista y la ya de por sí complicada selfie hizo el “más difícil todavía” de no poder ver a dónde estaba fotografiando realmente, dejando su cara fuera de plano.

Dunning, Kruger y un puñado de estudiantes

Esta es la historia más famosa del efecto Dunning-Kruger. Tal vez no es la mejor, pero fue popularizada por el propio artículo que inauguró el concepto: “Inexpertos e inconscientes de ello: Cómo la dificultad para reconocer la propia incompetencia conduce a sobrevalorar el propio desempeño". Aquel artículo estaba escrito por David Dunning y Justin Kruger, con los que el efecto quedaría bautizado para siempre.

Esta es la clásica gráfica del efecto Dunning-Kruger, donde puede verse como las personas menos “competentes” tienden a sobrevalorar su competencia, mientras que los que comienzan a dominar un tema son conscientes de todas sus limitaciones y tienden a infravalorarse.
Esta es la clásica gráfica del efecto Dunning-Kruger, donde puede verse como las personas menos “competentes” tienden a sobrevalorar su competencia, mientras que los que comienzan a dominar un tema son conscientes de todas sus limitaciones y tienden a infravalorarse.larazonCreative Commons

Los resultados presentados en el estudio venían de cuatro experimentos complementarios donde estudiantes de psicología debían resolver una prueba e indicar cómo de bien creían haberlo hecho. Uno de los estudios valoraba el humor, otro el uso de la gramática inglesa y los dos restantes trataban sobre pensamiento lógico. El resultado fue el esperado: los estudiantes con peores puntuaciones solían sobrevalorar su rendimiento, mientras que sus contrarios tendían a autoevaluarse por debajo de la nota que habían sacado realmente. Y aquí es donde empieza la polémica.

¿Es Dunning-Kruger un bulo?

Desde que estos experimentos fueron publicados este efecto se ha vuelto tan conocido que cuenta incluso con su propia aria cómica al ritmo del Nessun dorma de Verdi en Turandot. En todo este tiempo de fama el efecto Dunning-Kruger ha podido acumular cientos de críticas, unas cuantas de ellas bastante serias como para tomar con escepticismo sus resultados. La herramienta más usada ha sido tratar de replicar el estudio en las mismas condiciones, esperando obtener resultados suficientemente parecidos. Algunos estudios lo han conseguido, sin embargo, otros cuantos han fracasado, apuntando a que los datos del original podrían estar sesgados, exagerados en cierto modo.

En el artículo de 1999 con el que todo dio comienzo, se hablaba de que los estudiantes en torno al percentil 12 (de cada 100 solo 12 lo habían hecho peor que ellos) creían encontrarse en el 67, entre el mejor tercio. Otros estudios apuntan a que, si bien existe cierta sobrevaloración, esta no suele ser tan extrema y no suele superar a las puntuaciones de la mitad más competente de los sujetos.

A esta crítica se suman muchas otras, algunas sugieren que existe una multiplicidad de factores que influyen en esta autopercepción y que el estudio original no tuvo en cuenta. Por ejemplo, señalando que, en igualdad de condiciones, las personas de un nivel económico elevado suelen sobrevalorar sus habilidades más que las que pasan por dificultades.

En cualquier caso, no parece estar en duda la existencia de este efecto en sí mismo. A fin de cuentas, describe una realidad evidente cada vez que abrimos una red social. La verdadera duda es cuánto influye la falta de competencia a la forma en que evaluamos nuestros conocimientos y qué otros factores juegan un papel en esta ilusión.

Sócrates contra la limonada

Es tentador buscar interpretaciones para esta serpenteante curva que Dunning y Kruger presentaron al mundo. A un lado de ella tenemos a gente como Wheeler, que no sabiendo cómo funciona una cámara, un limón o los inconvenientes de ponerse limón en los ojos, creía ser más listo que los equipos de seguridad del banco y que la propia policía. Dentro de lo que cabe, su historia tiene cierto sentido. Es difícil saber cuánto desconocemos, porque por definición es ignoto para nosotros. Podemos intuirlo en función de lo que ya sabemos, pero si nuestro bagaje es escaso se vuelve muy complicado imaginar la inmensidad de información que se escapa de nuestras fronteras.

Al otro lado, tenemos a personajes históricos de la talla de Sócrates, a quien se le atribuye aquella frase de “Solo sé que no se nada”. Cuentan que el oráculo de Delfos le dijo a Sócrates, el tábano de Atenas, que él era el hombre más inteligente. Sin embargo, el sabio era consciente de cuánto le quedaba por conocer y, según se interpreta, Sócrates consideró que, precisamente esta autopercepción de ignorancia era un marcador de sabiduría. Sus conocimientos eran tan abrumadoramente amplios que, aunque no podía ver lo que había fuera de ellos, intuía que fuera tendría que haber mucho más. Cuando las personas se acostumbran a aprender cosas acaban interiorizando que lo normal es desconocerlo casi todo.

Tal vez esta sea la mejor opción, una humildad sincera donde asumamos que todos somos un poco cuñados frente a un inabarcable océano de conocimiento en el que la humanidad ni siquiera ha mojado los pies.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • El efecto Dunning-Kruger describe un fenómeno real, pero ha evolucionado desde los años noventa, con los primeros estudios. Los datos se han actualizado con nuevos análisis y consideraciones que en la época no eran usuales.

REFERENCIAS (MLA):