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Los monjes que vieron la Luna arder en 1178

Según su testimonio, observaron cómo «el cuerno superior de la Luna se partía en dos».

Imagen de la Luna obtenida a partir de la superposición de 18 fotografías tomadas por la sonda Galileo durante su camino hacia Júpiter
Imagen de la Luna obtenida a partir de la superposición de 18 fotografías tomadas por la sonda Galileo durante su camino hacia JúpiterNASA/JPL/USGS

El 18 de junio de 1178, alrededor de una hora después de que el Sol se pusiera, cinco monjes de Inglaterra observaron un fenómeno muy inusual en Luna creciente. Según su testimonio, recogido por el cronista Gervasio de Canterbury:

“Desde el punto medio de la división [de la Luna] surgió una antorcha llameante, escupiendo, hasta una distancia considerable, fuego, ascuas calientes y chispas […]. La Luna se estremeció como una serpiente herida. Después recuperó su aspecto corriente. Este fenómeno se repitió una docena de veces o más […]. Después, tras estas transformaciones, la Luna de cuerno a cuerno […] adoptó una apariencia negruzca.”

Y, naturalmente, la primera pregunta que viene a la cabeza es: ¿qué diablos vieron estos monjes en el cielo?

Buscando un cráter

La primera explicación que viene a la cabeza es que estos monjes presenciaron el impacto de un gran meteorito sobre la superficie lunar. Como un impacto de esta magnitud habría producido un cráter de un tamaño considerable, un par de estudios de 1970 se propusieron encontrar la marca dejada por la colisión y llegaron a identificar lo que creían que era un potencial candidato: un cráter de 22 kilómetros de diámetro apodado Giordano Bruno que se encuentra en la cara oculta de la Luna.

La superficie clara de este cráter destaca entre el terreno lunar oscuro que lo rodea porque el impacto que lo excavó dejó al descubierto el material más blanquecino del subsuelo. Además, la colisión también catapultó grandes cantidades de ese material claro en todas las direcciones, dejando unas estelas de escombros blanquecinos sobre la superficie lunar que se extienden hasta 300 kilómetros de forma radial desde el cráter. Vistas desde espacio, estas estelas plasman a la perfección lo violento que debió ser el impacto:

El cráter lunar Giordano Bruno.
El cráter lunar Giordano Bruno.NASA

Pues, bien, dado que la radiación espacial y los micrometeoritos tienden a erosionar y oscurecer el material de la superficie lunar con el paso del tiempo, la tonalidad blanquecina del terreno de Giordano Bruno indica que se trata de un cráter muy joven. Además, su tamaño sugiere que fue excavado por un cuerpo de entre 1 y 2 kilómetros de diámetro y, aunque el cráter se encuentra en la cara oculta de la Luna, está cerca de la «frontera» con la cara visible. Teniendo estos datos en cuenta, los estudios que mencionado concluyeron que el cráter Giordano Bruno pudo haberse formado en el año 1178 y que lo que vieron los monjes de Canterbury fue el material incandescente que el tremendo impacto lanzó a gran altura sobre la superficie lunar.

Los números no encajan

Por desgracia, la hipótesis de que los monjes de Canterbury observaron la formación del cráter Giordano Bruno (o el impacto de cualquier otro objeto de grandes dimensiones) tenía lagunas: un impacto de estas características difícilmente podría provocar que nuestro satélite se «estremeciera como una serpiente» ni era capaz de explicar que «el fuego y las chispas» se esfumaran y volvieran a aparecer una docena de veces. Pero, además, como explica el doctor Jordi Llorca en su libro «Meteoritos y Cráteres», una colisión de esta magnitud habría lanzado al espacio una cantidad enorme de material lunar y parte de esos fragmentos de roca habrían acabado cayendo sobre la Tierra, provocando lluvias de estrellas en las que se observarían miles de estrellas fugaces cada hora durante varios días. Un evento de estas características habría sido presenciado por todo el mundo y habría sido espectacular, pero, pese a todo, no existe ningún registro de la época que describa algo así.

El último clavo en la tumba de esta hipótesis llegó después de que la sonda SELENE, de la Agencia Espacial Japonesa, tomara fotos de alta resolución de los alrededores de Giordano Bruno. Usando como referencia la cantidad de cráteres que hay sobre el material blanquecino y la frecuencia con la que se forman cráteres de diferentes tamaños en la Luna, un estudio de 2010 llegó a la conclusión de que el cráter en cuestión se formó hace entre 1 y 10 millones de años, mucho antes de la época medieval.

Pero, si este impacto no tuvo lugar en 1178... ¿Qué fue lo que vieron los monjes de Canterbury?

Un ángulo privilegiado

La formación de un gran cráter sobre la superficie de la Luna es un fenómeno que habría podido observar muchísima gente, pero, como ocurre con la lluvia de estrellas que tendría que haber ocurrido tras el impacto, no existen más registros de este evento. Por tanto, el hecho de que los monjes de Canterbury parezcan ser los únicos testigos sugiere que la posición en la que se encontraban jugó un papel importante en lo que vieron.

Teniendo esto en cuenta, la explicación más razonable es que lo que los monjes vieron no fue el impacto de un gran objeto con la superficie lunar, sino un fragmento de material espacial mucho más pequeño que se desmenuzó en varios pedazos mientras pasaba a través de la atmósfera terrestre (lo que en astronomía se llama «bólido», que, esencialmente, es una estrella fugaz muy luminosa).

A la izquierda, un bólido emite un brillo incandescente mientras entra en la atmósfera. A la derecha, otro bólido se desintegra durante la caída.
A la izquierda, un bólido emite un brillo incandescente mientras entra en la atmósfera. A la derecha, otro bólido se desintegra durante la caída.Thomas Grau/Wikimedia

El bólido en sí podría haber sido observado por mucha gente que vivía en la zona, pero, al tratarse de un tipo de evento relativamente común, no habría sido algo digno de ser inmortalizado en texto para la mayor parte de la población. En cambio, los monjes se habrían encontrado en la posición adecuada para que, desde su punto de vista, el bólido se desintegrara al pasar frente a la silueta de la Luna, dando la impresión de que nuestro satélite se estaba comportando de manera muy extraña. La desintegración del bólido en varios fragmentos explicaría el ir y venir del «fuego y las chispas» y la impresión de que la Luna se «retorció» podría ser un resultado de las explosiones del meteorito. Además, el polvo en suspensión generado por la desintegración del bólido también explicaría que la Luna se «ennegreciera» tras el evento.

¿Podemos estar absolutamente seguros de que lo que vieron los monjes fue la desintegración de un bólido en la atmósfera terrestre? Probablemente no, porque, al ser los únicos testigos de los que tenemos constancia, no existe ninguna manera de comprobar cómo de preciso es el relato su relato. Los monjes podrían haber omitido detalles que no consideraron importantes o exagerado los que les impactaron más, por lo que la explicación del bólido es susceptible de ser descartada y sustituida por otra si en el futuro llegan a descubrirse otros testimonios de la época. Ahora bien, considerando que hablamos de un evento que tuvo lugar hace casi un milenio... Probablemente la explicación del bólido será la más satisfactoria que tendremos durante mucho tiempo.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Que no exista una explicación totalmente satisfactoria a un fenómeno celeste no implica que se trate de la obra de extraterrestres. Lo único que se consigue con este tipo de explicaciones es sustituir un misterio por otro igual de incomprobable.

REFERENCIAS (MLA):