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Moneyball y las matemáticas que cambiaron el deporte.

Una película sobre cómo la estadística está revolucionando el mundo, desde las ciencias hasta los deportes.

Póster de la película Moneyball, mostrando a Brad Pitt como Billy Beane
Póster de la película Moneyball, mostrando a Brad Pitt como Billy BeanecienciaCreative Commons

Decía Mark Twain que en este mundo existen “mentiras, grandes mentiras y estadísticas”. Puede que suene bien, pero el autor de “Las aventuras de Tom Sawyer” no sospechaba cuán equivocado estaba. La estadística ha demostrado ser una de las herramientas más poderosas de la humanidad, aunque claro, hay que conocerla para evitar que nos manipulen con ella. Dos siglos después, la estadística nos rodea y a ella le debemos tanto que nuestros teléfonos nos recomienden películas afines a nuestros gustos, como todos los avances que han hecho de la medicina la ciencia que es hoy. Y esa es, precisamente, la idea que nos cuenta Moneyball, solo que, en lugar de tecnología o sanidad, la historia va de deporte.

En esta película de Bennett Miller vemos a un fantástico Brad Pitt encarnando a Billy Beane, el mánager de un pequeño equipo de beisbol, el Oakland Athletics. Era 2002 y Billy es vapuleado por equipos más grandes que compran a sus mejores jugadores arrebatándole cualquier posibilidad de ganar las Serie Mundial. Cualquier otro se habría resignado ante el statu quo que los grandes equipos imponen a base de talonario, pero es entonces cuando Billy conoce a Peter Brand, interpretado con maestría por Jonah Hill. Peter es un economista graduado en Yale sabía perfectamente cómo conseguir lo que Billy está buscando. La respuesta estaba en la estadística.

Lo que ocurre a partir de entonces es historia del deporte, porque la película está basada en hechos reales. Billy y Peter consiguieron crear un nuevo sistema capaz de asignar un valor a los jugadores en función de su rendimiento en el campo. Y esta era la clave, por primera vez los jugadores eran juzgados de forma objetiva, basados en datos rigurosos y dejando a un lado nuestra falible intuición. No eran los primeros en utilizar la estadística en el béisbol, de hecho, ya existían las todavía vigentes SABRmetrics, pero tan solo indicaban datos muy básicos.

La gran diferencia es que el sistema era lo suficientemente objetivo y sencillo de interpretar como para encontrar a jugadores que, teniendo un buen rendimiento, habían sido infravalorado por los equipos más ricos debido a que, por ejemplo, lanzaba la pelota de forma poco convencional o no era físicamente agraciado. Por decirlo así, la estadística permitía encontrar a buenos jugadores por un precio casi irrisorio. Y, por supuesto, esto no fue plato de gusto para todos.

Los ojeadores se habían construido una profesión basada en la intuición y poco más, no podían aceptar que unos números pudieran hacer su trabajo incluso mejor de lo que ellos lo hacían. Así pues, el miedo, el desconocimiento y la asfixiante sensación de que los tiempos corren más rápido de lo que uno puede seguirlos, fueron suficiente para que la comunidad arremetiera contra el nuevo sistema de contratación al que apodaron despectivamente Moneyball. La única respuesta que fueron capaces de articular fue la negación. Los buenos resultados de los Oakland Athletics no parecían suficiente aval y en prensa, televisión y radio se repetía un mismo mantra: “El béisbol es algo más que ciencia y números, no puedes estudiarlo de una forma tan fría, sin su factor humano”.

Son palabras que posiblemente nos suenen porque es lo que se ha dicho siempre que la matemática ha tratado de arrojar luz sobre algo que, hasta entonces, se fundamentaba en lo puramente subjetivo. Por supuesto que el deporte es más que matemáticas, pero estas son una forma imbatible de entenderlo en profundidad. Y no solo en el deporte. El concepto del que hablamos es la matematización de una disciplina, algo que ya ha pasado con la psicología, la sociología e incluso algunas ramas de la filosofía.

Ya sea con estadística, lógica o modelos, la matematización ha demostrado ser, siempre que pueda aplicarse, la manera más precisa de abordar el conocimiento. Es la seña de nuestra era, una firma que ha llegado para quedarse y que nos ayudará a entender cómo emerge la consciencia de nuestro cerebro, por qué fluctúa la bolsa como lo hace o incluso a encontrar una vacuna para el dichoso virus que nos asola.

Pero volviendo a la película. Es posible que el béisbol no nos apasione o incluso que aprender sobre estadística no sea nuestro pasatiempo veraniego favorito, pero a pesar de ello, Moneyball ha conseguido volverse una de las películas más alabadas de las últimas décadas. El motivo es que el béisbol y los números no son más que una excusa para introducir al verdadero protagonista de la historia. Un protagonista que se esconde sutilmente en cada fotograma y que nos habla de algo que sí nos toca de cerca: el progreso.

QUE NO SE LA CUELEN:

  • La película está basada en el libro de Michael Lewis “Moneyball, el arte de ganar un juego injusto” y, aunque tanto el largometraje como el libro son bastante fieles a la realidad, existen algunas licencias creativas e inexactitudes que impiden tomarla al pie de la letra.
  • Las estadísticas ya se aplicaban al béisbol antes de que Billy y Peter entraran en escena, la diferencia está en que ahora no solo describían la realidad, sino que permitían analizarla para tomar decisiones complejas.
  • A los científicos también les gustan los deportes. Por ejemplo, uno de los mayores ensayistas del siglo pasado, el paleontólogo Stephen Jay Gould, era un declarado fanático del béisbol (en parte por su profundo amor a la estadística).

REFERENCIAS (MLA):

  • Lewis, Michael. Moneyball. W.W. Norton, 2003.