Ciencia
Despertares: La epidemia que durmió a millones de personas
Entre 1915 y 1926 casi cinco millones de personas contrajeron una extraña enfermedad que los dejó aletargados. Seguimos sin conocer la causa.
La unión entre cine y neurociencia ha dado a luz verdaderas barbaridades que no destacan ni por su arte ni por su rigor. Los ejemplos, por desgracia, sobran. No obstante, las pocas que destacan lo hacen a lo grande, y ese es el caso de “Despertares”. Estrenada en 1990 y dirigida por Penny Marshall, cuenta la historia de Malcolm Sayer, un neurólogo cuya curiosidad despertó a pacientes que llevan varias décadas aletargados.
La historia empieza en 1969, cuando el doctor Malcolm Sayer (encarnado por Robin Williams) llega en a su nuevo hospital. Entre sus pacientes repara en un grupo que padecen una suerte de trance. Llevan muchos años aislados de su entorno, sin responder a ningún tipo de estímulos hasta que, de repente, una de ellas caza al vuelo las gafas que se le acababan de caer del doctor Sayer. El resto de los médicos deciden no prestarle demasiada atención, asumiendo que se trata de un reflejo y que el “cascarón” de aquellas personas estaba vacío, que no estaban conscientes.
De Sayer a Sacks
No obstante, la formación y el espíritu de Malcolm no eran tan dadas a la clínica como a la investigación científica. Él no podía dejarlo pasar y decide bucear en los historiales de aquellos pacientes hasta encontrar una respuesta. Tras absorber la poca información relevante que había en ellos, empieza a contactar con expertos y farmacólogos y da con una nueva esperanza. Aunque todavía en fase experimental, existe un fármaco capaz de tratar los síntomas motores del párkinson y que podría merecer la pena probar.
De este modo (y a pesar de los pertinentes reparos éticos de sus compañeros) el doctor Sayer consigue probar el fármaco en uno de sus pacientes, Leonard Lowe (interpretado por Robert De Niro). Lo que pasa a continuación no debería sorprender a nadie, el propio título de la película lo anticipa: Leonard se despierta, y tras él, el resto de los pacientes. Suena a la típica película tan lacrimógena como fantasiosa con la que vegetar una tarde de domingo, pero lo cierto es que casi todo lo que se cuenta en ella es estrictamente cierto.
Decir que esta película se basa en hechos reales es quedarse corto. El protagonista, Malcolm Sayer, es en realidad el famoso neurólogo y escritor, Oliver Sacks. Suele decirse Sacks confundió a sus pacientes con una carrera literaria. Una afirmación que, si bien tiene parte de razón, se deja arrastrar por el paralelismo con su libro más famoso (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero), en lugar de presentar una visión completa y justa sobre su persona. En cualquier caso, en 1970, Sacks publicó un libro donde se dejaba constancia de una historia muy similar a la contada en la película.
La epidemia del sueño
Los pacientes de la película sufrieron una enfermedad llamada encefalitis letárgica. Una extraña patología de causa desconocida donde el cerebro, el cerebelo y el tronco cerebral se inflaman afectando a nuestras funciones cognitivas, produciendo fiebre, jaquecas y entre muchas otras cosas, un característico aletargamiento. El primer caso que conocemos de esta enfermedad se remonta a finales del siglo XVI y desde entonces ha reaparecido en, al menos, siete ocasiones, siempre de forma epidémica. Su último brote ocurrió entre 1915 y 1926. Se hizo fuerte en Viena, pero en pocos años se extendió por medio mundo dejando a su paso cerca de cinco millones de afectados y algo más de un millón de muertos.
No todos los que sobrevivieron corrieron la suerte de hacerlo sin secuelas. Algunos de ellos desarrollaron parkinsonismo postencefalítico y esto fue una de las pistas que condujo a Sacks hasta el medicamento. Entre los síntomas más característicos del párkinson están los problemas motores. Más allá de los famosos temblores, quienes lo padecen muestran problemas para iniciar sus movimientos ralentizándolos o incluso deteniéndolos. Ahora sabemos que esto se debe, en buena parte, a la falta de dopamina, una sustancia clave para que se inicien y detengan los movimientos desde una estructura cerebral profunda conocida como la vía directa del núcleo estriado. Entre los varios daños que presentaba el cerebro de estos pacientes, la autopsia confirmó una clara afectación de la llamada “sustancia negra”, una de nuestras principales “fuentes” de dopamina.
La L-DOPA
Por aquel entonces se estaba empezando a utilizar la L-DOPA (o levodopa) para tratar los síntomas de las personas con párkinson, y Sacks vio una posible relación. Si sus pacientes no podían iniciar movimientos, tal vez tenían un déficit de dopamina. La L-DOPA es una molécula que, a diferencia de la dopamina, es capaz de cruzar las barreras que rodean y protegen a nuestro sistema nervioso (las meninges) y una vez allí, transformarse en la molécula de interés, la dichosa dopamina. Si había un déficit, tal vez la L-DOPA podría solucionarlo. Las noticias fueron inmejorables, al menos por un tiempo.
Los pacientes se despertaron, pero al cabo de unas semanas comenzó a verse el gran defecto de la L-DOPA: nuestro cuerpo tarda poco en volverse resistente a ella. Los síntomas estaban volviendo y aumentar la dosis no parecía resolver nada. Este es el motivo por el que, ahora, la L-DOPA se da de forma muy dosificada y, normalmente, solo a pacientes de la tercera edad. Administrársela a jóvenes supone correr el riesgo de que, cuando pierda sus efectos, todavía les queden décadas de vida y se hayan agotado las opciones terapéuticas.
Por supuesto, no todo es perfecto, Despertares no es un ensayo sobre la encefalitis letárgica (¡Y menos mal!) es una película, con sus licencias y sus omisiones. No obstante, por todo lo demás, y por detalles que no pueden contarse con palabras, Despertares es, posiblemente, la película que mejor se acerca a la neurología de entre todas las que conforman el séptimo arte.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Todavía no sabemos qué causa la encefalitis letárgica, lo que hace imposible combatir un futuro brote. Algunas hipótesis apuntan a que puede deberse a una reacción inmunitaria descontrolada ante una bacteria o virus, en la cual, nuestro cuerpo acaba atacándose a sí mismo, causando especiales daños en el cerebro.
- Éticamente, la forma de proceder del Dr. Sayer sería condenable. Probar un nuevo uso para un fármaco es siempre espinoso y ha de realizarse con sumo cuidado. Dar falsas esperanzas o generalizar su uso antes de comprobar efectos a largo plazo puede traer consecuencias como las que vemos en la propia película.
REFERENCIAS (MLA):
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