Espacio

Una sonda a 22,5 millardos de km encuentra que el espacio está menos “vacío” de lo que pensábamos

La Voyager I parece haber detectado una cantidad de gas ionizado en el espacio interestelar notablemente mayor al esperado, lo cual puede sernos de gran utilidad para estudiar el viento solar

Somos como un niño que mete los pies en la orilla y piensa que ha conquistado el mar. Y no es una metáfora exagerada. Todos hemos oído sobre la epopéyica “conquista del espacio”, y de ella hablamos desde que tocamos el exterior de nuestra atmósfera. Algo aventurado, tal vez, pero al menos, desde entonces nos hemos alejado mucho de casa, ¿verdad? Tal vez convenga recordar que la famosa Estación Espacial Internacional orbita a 400 kilómetros sobre nuestras cabezas, esto es, tan solo la distancia entre Valencia y Madrid, una cantidad despreciable en comparación con la de nuestro vecindario cósmico.

La Luna está unas 100 veces más lejos, a 384.400 kilómetros e incluso esa distancia se vuelve ridícula si la comparamos con la que nos separa de Marte, unos 401.000.000 kilómetros en su punto más lejano. No importa cuantos ceros añadamos, la verdad es que no supone una diferencia tan grande como creemos. El objeto más lejano que hemos lanzado al cosmos está a 22.530.816.000 kilómetros. Esto es el equivalente a más de 500 mil vueltas al mundo, una cantidad enorme, pero nada en comparación con los 137.000.000.000.000.000.000.000 kilómetros de radio que se le calculan al universo observable (ciento treinta y siete mil trillones de kilómetros) No obstante, puede que, en su aventura por las orillas del cosmos, nuestros piececillos hayan dado con un dato inesperado. Ese ingenio mecánico que surca el universo a cientos de miles de trillones de kilómetros de aquí ha tomado medidas únicas y realmente sorprendentes del espacio que se extiende entre las estrellas.

El retorno de las Voyager

Hace ya 44 años que las Voyager abandonaron la Tierra. En estas décadas han avanzado rápida e incansablemente. Al principio, haciendo cabriolas alrededor de los planetas más externos del sistema solar, para ganar velocidad, pero ahora, su rumbo ya es recto. Aparte de las muchas finalidades científicas que tenía esta misión, también tenía su poesía. Las Voyager portan consigo dos discos de oro con grabaciones de saludos, ballenas, música, etc. En su superficie se encuentran datos sobre nuestro aspecto, nuestra ubicación en el cosmos e incluso las instrucciones para construir el dispositivo que reproduzca el disco. Eran como un mensaje en una botella tirada a la inmensidad del mar.

En este caso, la noticia compete a la Voyager I, que fue lanzada en septiembre de 1977 y que logró cruzar la heliopausa en agosto de 2012, viajando a 61.000 kilómetros por hora, convirtiéndola en uno de los objetos más rápidos jamás creados por la humanidad. Y, aunque pueda parecer solo un término más, es precisamente el concepto “heliopausa” lo que nos interesa aquí. Esta se refiere al límite a partir del cual el viento solar pierde casi por completo su influencia, ganando peso el viento de otras estrellas en lo que ya sería considerado medio interestelar. Las Voyager son, por ahora, los únicos objetos que hemos conseguido enviar a este espacio interestelar y, por lo tanto, están en una posición sumamente privilegiada para tomar determinadas medidas acerca el universo que existe más allá de nuestra diminuta burbuja del Sistema Solar.

Calculando…

Desde entonces se han estado tomando medidas de ese espacio interestelar al que nunca ante habíamos llegado. Esto toma su tiempo, como también lo lleva el propio análisis de los datos una vez llega a la tierra (unas 20 horas después de que salga de la Voyager el último bit de información. Procesando la información recibida durante estos años, parece que los instrumentos han detectado un zumbido constante de gas interestelar, como el bajo continuo de una pieza de música. Estos datos se atribuyen a ondas de plasma, siendo el plasma un estado de la materia cuyos componentes se encuentran incluso más disgregados que en los gases. Esta emisión, que ha sido clasificada como débil y monótona es, en realidad, más intensa de lo que se esperaba encontrar en el gas interestelar.

Gracias a sus datos, los científicos ahora pueden indagar con más firmeza en el comportamiento del gas interestelar e incluso del propio viento solar. Pues tomando datos en su ausencia podemos aprender a separar el viento solar del interestelar cuando registremos información acerca de la periferia más inmediata de nuestro planeta. Hasta ahora, lo más parecido que habíamos hecho era esperar a momentos donde el Sol tuviera una actividad atípica para inferir cuánto atribuir al plasma interestelar, pues bien, las Voyager nos han liberado. Ya no hace falta esperar ni aprovechar las excepciones, hemos colado un espía más allá del muro y nos enviará información constante, sin importar la actividad solar.

Y es que, a pesar de todo, tal vez sea cierto que estamos empezando a conquistar el cosmos, solo que no debemos medirlo en distancias, sino en conocimiento. Solo entonces, dejaremos de mojar los pies en la orilla para zambullirnos en el futuro.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Es posible que hayas leído información contradictoria acerca de si las famosas sondas Voyager han abandonado o no el Sistema Solar. Quienes dicen que sí es porque toman como referencia la heliosfera y, al haber abandonado la heliopausa, podemos decir que han cruzado la frontera de esa definición de Sistema Solar. Sin embargo, la heliosfera no es igual en todas las direcciones, tiene forma de lágrima y las Voyager la han abordado por su extremo más cercano. De hecho, hay quien define el Sistema Solar como el espacio comprendido por la Nube de Oort, a la cual las Voyager no han llegado todavía, por lo que, según esta segunda definición, no han abandonado todavía el Sistema Solar.

REFERENCIAS (MLA):