Psicología
¿Por qué odiamos la Navidad?
Ames u odies la navidad, es posible que la ciencia pueda explicarte por qué tienes una postura tan fuerte sobre algo tan banal
Se acerca la Navidad y, a juzgar por las calles, lleva semanas asomando la patita. Es imposible salir de casa sin ser bombardeado por un constante recordatorio y, en los medios de comunicación, como ocurre cada 12 meses, todo tiene cierto toque festivo. Cada ápice de nuestra vida es susceptible de embutirse en una densísima funda de espíritu navideño, asfixiante y abigarrada. Villancicos, guirnaldas, jerséis deliberadamente horteras y renos en cada esquina. El rojo y el blanco dominan la ciudad. Y con ese panorama es totalmente comprensible que a algunos renieguen de estas fechas. A ellos les llegaría con un par de días de jolgorio y se agobian solo con pensar en este extraño caso de las Navidades crecientes, que cada vez empiezan antes y terminan más tarde.
El hartazgo es, posiblemente, el mejor motivo para despreciar la navidad, pero no está solo. El rechazo al consumismo , desencuentros religiosos, las tensas cenas familiares y un largo etcétera se suma a los argumentos más frecuentes. Parece que estamos divididos entre los que mantienen vivo el espíritu y los que lo empalaron con el árbol mucho tiempo ha. Sin embargo, hay otros motivos menos evidentes de los que apenas se habla. Argumentos profundos que explican ese cisma festivo. Cuestiones científicas que no pueden dar cuenta de todo ese rechazo a la Navidad, pero que pueden ayudarnos a entender, al menos, la parte más visceral.
¿Un odio innato?
Hace unos años, un grupo de psicólogos escribió un pequeño texto para la Universidad de Birmingham. El Dr. Marc Exton-McGuinness, el Dr. Charlotte Flavell, y el Dr. Jonathan Lee decidieron divagar un poco sobre el odio a la navidad y, su primer paso fue compararlo con otros gustos y fobias, muchas de las cuales son innatas: como el rechazo a algunos sonidos o la atracción por lo dulce. Según ellos, no podemos odiar de manera innata la Navidad porque es un constructo cultural, algo que hemos inventado y que aprendemos mucho más adelante. Sin embargo, hay un problema en este razonamiento. Si bien no podemos odiar de forma innata “la Navidad”, con ella se asocian infinidad de conceptos más fundamentales, colores, formas, texturas, el ritmo de los villancicos… No obstante, parece poco probable que este sea el origen de la gran división entre quienes aman estas fiestas y quienes las detestan.
Más adelante, en el mismo artículo, explicaban que posiblemente se deba a las experiencias que cada uno de nosotros acumulamos, experiencias de nuestro pasado que puede que ni siquiera recordemos, pero cuyas consecuencias, como una bola de nieve, han seguido rodando y creciendo independientemente de la mano que las puso en movimiento. Si logramos a un lado las interpretaciones psicoanalíticas y conceptos freudianos como el subconsciente, estaremos en el buen camino para explicar esta clara división social. No obstante, tiene que haber algo más, porque hay infinidad de cuestiones que nos dividen, pero pocas tan viscerales a pesar de su aparente irrelevancia como la Navidad. Y, la clave, podría estar en las emociones.
No es una época cualquiera
Durante nuestra vida experimentamos una infinidad de estímulos de todo tipo. Sonidos, imágenes, sensaciones táctiles y gustativas cada instante de cada día. Sin embargo, no recordamos todas. Sabemos que nuestra memoria no es perfecta ni falta que le hace, tiene maneras de priorizar la información que le conviene, la “más relevante”. A grandes rasgos, podemos imaginar el cerebro como un conjunto de células con forma de árboles llamadas neuronas que se conectan entre sí. Los estímulos del exterior viajan como electricidad a lo largo de ellas, formando circuitos que, en teoría, permitirán almacenar “información”. La manera en que se conecten esas neuronas codificará unos u otros recuerdos y aquí viene la primera clave.
Cuando más rememoremos unos recuerdos, más se reforzarán esas conexiones y, por lo tanto, más sobrevivirán sin caer en el olvido. Por eso no recordamos todo lo que nos ocurre y hay tendencia a que almacenamos mejor aquello sobre lo que pensamos mucho. Pero esto no es todo, porque también sabemos que las conexiones que las emociones asociadas a determinados recuerdos nos ayudan a almacenarlos. Por ejemplo: los recuerdos que se forman durante un momento de euforia o miedo. A priori, podría ser una manera de aprender mejor de aquellas cosas que nos afectan profundamente, asumiendo que lo que nos ocurre en estos momentos es importante y querremos repetirlo o evitarlo en un futuro. ¿Y qué hay más cargado de emociones que unas Navidades?
Las expectativas
Dicen que las Navidades son tiempo para el amor y la tranquilidad y, sin duda, habrá afortunados que las hayan vivido así. Para ellos, cantar villancicos en torno a la hoguera será un recuerdo muy emocional, fuertemente firmemente grabado en su cerebro y que ha asociado a la Navidad en sí misma. Y, por supuesto, habrá casos contrarios, familias desavenidas o directamente rotas, personas que han pasado por desgracias durante estas fechas, tal vez por la muerte de un ser querido, un despido o un desamor. Los recuerdos amargos en estas fechas están salpicados de símbolos navideños que, de algún modo, terminamos rechazando. Por supuesto, nada es tan sencillo. Porque hay casos de personas que, si bien han vivido una tragedia durante las fiestas, han logrado sobreponerse y encontrar cobijo en otros aspectos de la Navidad.
Lo importante no son los casos particulares, sino el mecanismo que nos polariza con tanta facilidad: el poder de las emociones y la periodicidad de estas fechas. Aunque nos dejamos algo por el camino. Aquella comparación de la bola de nieve que rueda colina abajo también nos habla de las expectativas. Tras una mala vivencia que asociamos con la Navidad, puede que estemos predispuestos a interpretar de forma negativa lo que ocurra en esta época, reforzándose poco a poco el rechazo, incluso cuando la vivencia original ya no es relevante. Pues bien, las expectativas nos condicionan de forma parecida. Todos sabemos lo que la Navidad debería ser, pero ¿cómo puede estar a la altura de los especiales televisivos y las familias de los anuncios? Algunos lograrán pasarla por alto, o tal vez vivan casos suficientemente idílicos como para que no les frustre, pero para otros, cada cliché navideño es un recordatorio de lo que no tienen, unas expectativas rotas.
Y, por supuesto, cada persona es un mundo. Nada podemos decir sobre ti en concreto, que has llegado hasta el final del artículo. Puede que te sientas identificado con lo que hemos contado o puede que no, pero piensa que hablamos de los grandes números, de la mayoría. De grupos tan masivos de gente que sus particularidades se esfuman y queda expuesta una tendencia clara: emociones intensas que revivimos cada año, que asociamos con la navidad y que condicionan cómo percibimos las siguientes, sobre todo, cuando no cumplen nuestras expectativas.
QUE NO TE LA CUELEN:
- No debemos minusvalorar el poder de las modas. Odiar también es una tendencia y nos permite pertenecer a un grupo: el grupo que odia X, en este caso, la Navidad. Tal vez nos sintamos identificados con algunas características o pensamientos propios del grupo o, quizás, simplemente nos resulten atractivos. En algunos casos, la división entre quienes aman la Navidad y aquellos que la rechazan es una cuestión más performática que emocional.
REFERENCIAS (MLA):
- Marc Exton-McGuinness, Charlotte Flavell, and Jonathan Lee “Why do we love or hate Christmas?” University of Birmingham https://www.birmingham.ac.uk/news-archive/2016/why-do-we-love-or-hate-christmas
- Banich, Marie T et al. Cognitive Neuroscience. Wadsworth, Cengage Learning, 2011.
- Kandel, Eric R. In Search Of Memory. W.W. Norton & Company, 2007.
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