El Gallinero

¡Maldita sea, Armando!

Me queda en la memoria tu seductora sonrisa con aquel ¿cómo estás, hermano? que tan feliz me hacía

Sí, Armando, maldita sea tener que asumir la contradicción «por fin has descansado» y «echarte de menos para siempre». Tener que penar por tu sufrimiento de los últimos tiempos con la alegría de inolvidables días vividos juntos. Tener la nostalgia de aquel día de enero de 1985 en el que te conocí con el dolor de verte padecer. Tener que compartir la remembranza de tu otrora insultante juventud con la tortura de los útimos tiempos.

Me quedo, Armando, con tu bondad, con tu caballeroridad, con tu amistad. Me quedo con todo aquello con lo que lograste el éxito, la admiración y el cariño de todos nosotros, de mucha gente. Me queda en la memoria tu personalidad, tu seductora sonrisa con aquel ¿cómo estás, hermano? que tan feliz me hacía.

Tienes la dicha de haber amado, de haber querido hasta el extremo a María y de haber recibido hasta la última gota de su amor. ¡Cómo te ha amado, Armando!. Y de haber querido hasta el fin a Concha, a Armando, a Marga...

Bañeres de Mariola tiene otro hombre ilustre, ejemplo de sabiduría, sensibilidad y bonhomía. Sé que el viento serrano te inculcó esa fortaleza para afrontar la vida, pero la mar te sedujo el espíritu hasta el punto que, aunque te tendré siempre en la memoria, te recordaré especialmente cada vez que contemple las olas de la Malvarrosa, como si te acompañara admirando la belleza de ese cuadro que, ensimismado, te llenaba el alma.

Armando, amigo, descansa en paz.