Gastronomía
“Catastrazo” al terraceo
En el principio de la pandemia eran el camino, después fueron el génesis, se sumergieron en los terrenos dominados por el duende del asfalto y con la llegada de la normalidad vuelven a su estado anterior
La pasión por las terrazas siempre se ha escenificado de manera cotidiana pero no se puede mirar el pasado con los ojos del presente. Aunque algunos ya no recuerdan el porqué de su efímero alumbramiento durante la pandemia, con condiciones temporales anunciadas, «apatrullando» el callejero hostelero confirmamos que los pronósticos de la reducción del aforo de las terrazas permitidas durante el covid se han cumplido de forma rotunda.
En el principio de la crisis eran el camino, crecieron entre las cenizas de las restricciones al interior de los establecimientos, después fueron el génesis, se sumergieron en los terrenos dominados por el duende del asfalto y con la llegada de la normalidad se han asomado al abismo del cierre, volver a su estado natural o desaparecer.
Sea como sea, de estas situaciones, se debe extraer una gran lección, ante la previsible llegada de la irrelevancia invernal, algunas terrazas inocentes, sin generar problemas, ni sobresaltos, bien gobernadas, con auditoría favorable y complacencia vecinal deberían haberse quedado, con obligadas adaptaciones, criterios prestablecidos y autorregulación previa, sin atrincherarse en la vuelta a la normalidad. Por si no quedara claro en una primera lectura, en otras palabras, fueron, son y serán el mejor refugio en tiempos de tormenta para hosteleros y clientes.
Miren ustedes, a mí estas cosas me ponen muy triste. Sobre todo porque comprendo y, en buena medida, doy por buenos los argumentos de vecinos y hosteleros. Pero creo que deberían analizar terraza por terraza. Negociar es renunciar. Conquistadores y prestamistas del asfalto, aceras y plazas deben volver a hablar para compartir el espacio público sin conflicto en el próximo futuro.
Ni anécdotas, ni excepciones, solo normas de aplicación real, terraza a terraza, toda generalización acarrea injusticias, este debería ser el nuevo automatismo de la administración para (res)establecerlas. En el futuro, será necesario afrontar nuevas posibilidades, sin olvidar combatir los estereotipos indeterminados de terrazas que no pueden repetirse. Un diagnóstico tremendista para algunos y realista para otros.
Alcanzar una conciliación efectiva, al invadir la soberanía de aceras y asfalto o amplificar de manera recurrente los dominios de las mesas en calles y plazas, resulta una cuestión de extrema necesidad.
No hablamos de veteranas terrazas mal cosidas a la acera, como riqueza paleolítica de la hostelería de barrio, donde su éxodo o cambio es obligado por la anormalidad espacial que generan en el paso de peatones. Seguro que saben de lo que les hablo.
El mundo de la restauración y sus terrazas es muy grande, y eso demuestra que el pecado suele estar en el ojo del que lo ve, no en el que supuestamente lo comete. Se abre un nuevo tiempo para la restauración, no hace falta mirar tan lejos, bastaría con seguir el ejemplo de otras ciudades.
Convencer es la clave para vencer, aunque no hay que aceptarlas con todas sus complejidades logísticas y contradicciones urbanas.
La experiencia vivida deja clarísimo que algo muy importante hemos aprendido (o deberíamos haber aprendido) que las terrazas son básicas. Su multiplicidad acreditada y factibilidad confirmada hacen que su viabilidad sea obligada.
Al final, el tiempo, juez insobornable que quita y da razones, también en el universo de la hostelería, demostrará que algunas de las terrazas o ampliaciones que se han ido deberían volver.
De momento lo que hace dos décadas era calificado como el cinturón rojo de la hostelería hoy es una de las áreas reservadas que marcan tendencia.
Populares, de sombra deseada, genuinas, sofisticadas, exclusivas, y primarias, todas deberán hacer del equilibrio entre el continente y el contenido su sello, para todos los gustos y bolsillos, además de coronar una oferta ideal donde reinen la armonía visual y la sensación de tiempo y espacio infinito.
Las terrazas deben demostrar su deseo de no distanciarse de la realidad presente. Se han convertido en fortalezas del ecosistema «barista» y en oasis de la geografía hostelera, donde abrazar la profunda luz mediterránea y disfrutar de la biodiversidad restauradora. Terrazas con identidad propia pero con rigor de espacios.
La tradición hostelera atribuye al ser humano la capacidad de actuar sobre su entorno y cambiarlo. Así las cosas, y teniendo la terraza de cabecera en perfecto estado de revista nos indican que ya llega la hora de sentarnos, dejando la discusión en el borde del problema o en la superficie del asfalto para que no se note.
Según las miradas que se quieran tener en cuenta, sensación o realidad, asistimos a un «catastrazo» al terraceo.
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