Amamantando la vida

Los brazos de mamá o papá, ni malcrían ni malacostumbran

El contacto permanente permite que el bebé se sienta querido, confiado y seguro, permitiéndole desarrollarse y aprender con autonomía y confianza

Los lazos afectivos entre los progenitores y el bebé son cruciales para la supervivencia y desarrollo tanto físico, afectivo y social, de este. El bebé humano nace mucho más inmaduro que las crías de otras especies de mamíferos, por ejemplo, la mayoría de los animales apenas nacen pueden levantarse, andar y valerse por si mismas, incluso huir de los depredadores, mientras que en la especie humana las capacidades motoras y cognitivas están muy poco desarrolladas, por lo que necesita estar en permanente contacto con la madre o padre.

El bebé humano parece no haber terminado su gestación, nace inmaduro y necesita de mucho más tiempo para completar su desarrollo, por ello requiere de cuidados hasta poder valerse por sí mismo. En este aspecto parece ser que el desarrollo de la inteligencia está relacionado con el cuidado que recibe el recién nacido en respuesta a sus necesidades. Criar a un bebé entendiendo sus necesidades y respondiendo a estas, desarrolla emociones positivas que influyen en el comportamiento emocional en la etapa adulta.

Todos nacemos con un cerebro primitivo e inmaduro y su desarrollo depende de las vivencias y estímulos que reciba. Los bebés no entienden el concepto “espera”, necesita comer y lloran para ser alimentados “ya”, no lloran por “vicio” ni para “manipular”. Adjetivos como estos dan a entender que los bebés son personas capaces de razonar y que poseen la habilidad de manejar a los padres a su capricho, cuando realmente, su cerebro es tan inmaduro que sus actos son instintivos, nada racionales.

Por lo tanto, no son buenos los consejos “si le coges en brazos, le vas a malcriar”. En muchas culturas los bebés son acarreados por sus madres durante todo el día, incluso, mientras trabajan en el campo, y no por ello están más mimados. Los pequeños necesitan de proximidad del adulto, de ser acunado, mecido, movido... hasta adquirir el suficiente control neurológico para realizar algunos movimientos por sí mismo. Esta atención permite que el bebé se sienta querido, confiado y seguro, permitiéndole desarrollarse y aprender con una progresiva autonomía y confianza.

La lactancia materna además de ser el alimento nutricionalmente óptimo y un gran potenciador del sistema inmunitario del bebé, ofrece importantes beneficios a nivel emocional, siendo esta forma de alimentación un potente estimulador del desarrollo cerebral, algo que se traduce en un mejor desarrollo cognitivo comparado con los alimentados con leche de fórmula. Esta diferencia no solo es debida a determinadas sustancias presentes en la leche materna, sino también, al acto de amamantar, que aporta un sinfín de estímulos sensoriales, afectivos muy beneficiosos para el desarrollo de la inteligencia, como hemos mencionado el cerebro humano no está formado totalmente al nacer, sino que sigue modelándose, especialmente a lo largo de la infancia.

Los bebés lloran para comunicarse, es la única forma que tienen de hacernos saber, no solo que tienen hambre, sino también para expresarnos miedo, angustia, porque se sienten solos. Nosotros sabemos que está seguro en la cuna, pero él no lo sabe, no tiene la conciencia de que no corre ningún riesgo, sino que necesita de la sensación de calma que le produce el cuerpo de sus padres, e ir descubriendo que este mundo no es un lugar peligroso.

El bebé necesita de la colaboración de sus padres que desde la empatía lo cuidan y le ayudan a construir su mundo. De la calidad de esta comunicación, del modo y la forma como los padres responden a sus necesidades, dará lugar a que el niño o la niña construya una visión positiva o no del mundo que le rodea.

La separación tras el parto, es solo un acto formal para entrar en este mundo, pero para ingresar en él, el bebé necesita de sus progenitores, por lo tanto, hagamos que esta separación sea progresiva y no brusca, teniendo en cuenta que en el útero no está solo, sino en contacto estrecho con su madre, siente constantemente su voz, su corazón, lo acuna al andar.

Por lo tanto, lo experimentado durante su vida intrauterina no tiene nada que ver con la fría cuna. Por eso digo que el lugar apropiado para el bebé son los brazos de sus progenitores, los de la madre para amamantarlo y los de los dos progenitores para acunarlo. No temas acostumbrarlo a los brazos, te garantizo que ya viene acostumbrado “de serie”. Se trata de un proceso evolutivo en donde no podemos mirar al bebé con ojos de adulto, sino tratando de ver cómo él se siente, así que, no le privéis de nuestros cálidos brazos.

Ser cargados, acunados, acariciados, tocados, masajeados... cada una de estas cosas es alimento para los niños pequeños, tan indispensable, si no más, que vitaminas, sales minerales y proteínas.

“Si se les priva de todo eso,

del olor, del calor

y de la voz

que tan bien conoce,

el niño, aunque esté harto de leche, se dejará morir

de hambre”.

Frédérick Leboyer, Shantala.

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Cintia Borja es enfermera consultora lactancia certificada IBBLC