Gastronomía

Fútbol & Restauración, más allá del resultado

Cuando las selecciones de fútbol se comen a las favoritas, el consumo se desvanece o se acelera por momentos

Los avatares antes y después del partido resultan más que naturales
Los avatares antes y después del partido resultan más que naturalesLa RazónLa Razón

En el epílogo de este otoño las entelequias hosteleras y las quimeras futbolísticas llegan a un estado particular con la llegada del Campeonato Mundial de Fútbol que se celebra en Catar, mientras se concilian las distintas sensibilidades con la intención de ver los partidos ante la pantalla en bares y restaurantes.

El espíritu de concordia reina mientras se desarrolla el duelo de himnos. Los avatares antes y después del partido resultan más que naturales. Aunque todo el mundo habla su propio idioma, resulta que se entienden digan lo que digan, se expresen como se expresen, una suerte de voz de la sabiduría popular y elevada porque el fútbol y la restauración tiene también ese don, poder o gracia, el de mezclar lo divino con lo humano y lo culto con lo cotidiano. Y, sin embargo, para que negarlo, una las cualidades más visibles es la espontaneidad.

Nos hallamos ante la creencia de que aquello que uno mismo ve, siente o conoce se puede extrapolar a los demás. Lo que hace 100 minutos aún era factible ahora tiene visos de imposible metafísico. Nada de aquello, hablado anteayer, con reserva incluida en el restaurante de cabecera, puede ocurrir ahora.

Cuando las selecciones de fútbol menores se comen a las favoritas y el eterno rival se merienda, en pleno tardeo, a tú selección, el consumo se desvanece o se acelera por momentos. Que la suerte o la deriva de los combinados nacionales marquen determinadas jornadas que afectan decididamente a nuestra agenda gastronómica es un símbolo, llegados a este punto (i)lógico los aficionados deben abstenerse, por lo visto parece ser que no, y ser convencidos que fútbol es fútbol (dixit Vujadin Boskov) y nada más.

Es difícil lidiar con las expectativas de los aficionados. Es un reto, pero lo aceptamos. Deben aprender la manera de sacárselo de la mente y distanciarse de la presión y del escrutinio público, darse cuenta que sólo es un juego. Conforme avanza el partido envían señales claras sobre su disposición positiva o negativa a participar en la comida reservada. Aunque no debemos descartar un gesto de última hora que fomente la «gastro deportividad» preferimos no albergar esperanzas.

Las debacles deportivas dan paso a los cabreos de algunos aficionados, disgustos donde todo se espesa, enfados donde las relaciones se empastan y las actitudes se confunden. Por uno u otro motivo, la jornada gastronómica prevista, a veces, se presenta inestable. Algunas reservas realizadas se vienen abajo mientras aparecen las deserciones de varios comensales. En otros casos la alegría final genera lo contrario.

Todos sabemos lo que sucede a ciertos aficionados después de la derrota: náuseas matutinas, ardor de estómago permanente y contracciones vespertinas fruto de la euforia extrema. La experiencia nos prepara para afrontar ese temido momento.

Tras el pitido final, se retratan coartadas de manera clara. Una conversación telefónica en formato, ping pong (des)alentador. «Conmigo no contéis para almorzar mañana, yo si me apunto al final, me apetece más que nunca». Para evitar la sobremesa malograda, se establece la operación de auxilio al aficionado frustrado, reclamado por su resistencia a presentarse en el restaurante.

En un (in)disimulado afán por complacer las demandas del hincha frustrado retrasamos la cena. El negociador tarda 90 minutos, con prórroga incluida, en convencer al comensal encerrado en su disgusto.

No es fácil entender, desde el prisma del aficionado de a pie que las ambiciones gastrónomas y las aspiraciones culinarias sustentados en posibilidades reales se vean afectadas por culpa de las veleidades de un (in)explicable fanatismo futbolístico.

Las derrotas (no) pueden afectar la fidelidad de la inmensa mayoría de los aficionados a alternar en su bar o restaurante de cabecera. El fútbol ofrece una vivencia compleja, una variedad de estímulos más allá del resultado, que nos debe permitir asumirlo.

No es que en el transcurso del partido haya disminuido la pasión, lo que se han achicado son las ilusiones. Las palabras finales retratan las carencias o los caudales de compromiso y marcan las diferencias.

Ningún desasosiego deportivo puede o debe alterar las ganas hosteleras. Contra la fugacidad de las emociones y los sentimientos deportivos sólo tenemos una vida y no hay ensayos. Tarde o temprano, los acontecimientos posteriores nos enseñan que somos seres finitos y vulnerables pero capaces de aceptar mucho más de lo que imaginamos.

Las ánimas difuntas por los resultados de su equipo se convierten en reos del purgatorio comensal mientras las derrotas fastidiosas estimulan al abandono de la sobremesa comprometida. Para otros la vida sigue igual. Créanme sé de lo que hablo, esto cada vez es más habitual así que empecemos desde el principio. Fútbol & Restauración, más allá del resultado.