Gastronomia

El nuevo restaurante de Valencia en el que un joven siciliano triunfa con la paella

Pierpaolo Ricciardo reproduce también recetas de su tierra natal transmitidas por su abuela

Imagen del interior del restaurante situado en La Malvarrosa
Imagen del interior del restaurante situado en La MalvarrosaLa Razón

Cuando un establecimiento gastronómico se anuncia como arroceria está asumiendo una responsabilidad riesgosa y mucho más si ese restaurante se encuentra en Valencia, ciudad en la que la calidad de los arroces son escrutados por la mayoría con un afectado sentido crítico y una elevada y en ocasiones excesiva exigencia.

Mi buen amigo, Fernando Domingo, piloto de líneas aéreas que tiene por costumbre visitar restaurantes en muy diferentes latitudes, me habló varias veces de A Fuego Lento. Se trata de una arrocería regentada por un joven italiano, Pierpaolo Ricciardo, que se familiarizó con la cocina de su abuela en su Sicilia natal, recalando en un restaurante de cocina española en Tenerife y una vez en Valencia, a donde llegó de vacaciones y se quedó, con su paso por el innovador restaurante Al Tun Tun y con un “master” intensivo en La Carmela con los arroces como principal asignatura.

Pierpaolo lleva el restaurante en sociedad con el valenciano Juan Ramón Aineto, un reconocido profesional hostelero, pero es él quien, con menos de 30 años, está dando la cara en el establecimiento y cuidando con mimo y a fuego lento las cocciones de paellas, senyorets, melosos, caldosos y arroces diversos. Y lo hace bien, a juzgar por lo que probamos y porque en tan solo un año y en una calle poco transitada de La Malvarrosa como es la de Antonio Ponz, cerca de la playa pero en tercera línea, han conseguido fidelizar a una clientela y hacerse un nombre que suena la mar de bien entre aquellos que buscan y rebuscan hasta dar con los paelleros más solventes.

Hay otro A Fuego Lento como gastrobar y un bar llamado La Antigua, ambos cercanos y de la misma propiedad, pero nos centraremos en el arrocero.

Lo primero que agrada a la vista es el atractivo de la fachada, muy llamativa y vistosa, hecha con materiales sostenibles, junto a un interior acogedor, muy marinero, muy en blanco y azul mediterráneo y con buen gusto, sencillo y rústico. Abundan las referencias playeras, como abundan los cuadros inspirados en Sorolla o las sillas blancas de enea, que en su conjunto recrea la atmósfera ideal para comer de forma agradable y relajada a la valenciana.

Y llegamos a la cocina que por cierto está a la vista del cliente. Pedimos un meloso de marisco que estuvo a la altura de lo que se espera de él, justo de caldo y sabroso por su contundente fondo de pescado que le imprime ese sabor a mar imprescindible. Pero antes, en los entrantes, recurriendo a la cocina italiana, nos vimos sorprendidos por una ensaladilla con salsa tártara, atún rojo salvaje y polvo de mojama deshidratada que sabía a gloria, igual que la caponata, según la receta de la abuela de Paolo. Un guiso clásico siciliano, con berenjenas, apio, tomate seco, atún rojo, cebolla morada, aceitunas, aceite de oliva… Paolo la compara con la titaina típica marinera y es cierto que tiene similitudes.

Los sepionets a la plancha y los carabineros XXL a la parrilla completaron una innovadora sinfonía de sabores que dieron paso al arroz citado, regado todo con un blanco Emina Verdejo de Rueda.

Y llegamos a los postres y ahí sí que nos rendimos sin condiciones. La culpa fue de una esponjosa tarta de queso La Viña con helado de mango y la típica tarta caprese de chocolate con helado de avellana que pusieron el epílogo dulce más exquisito posible.

Nos atendió en sala con eficacia profesional y experiencia, Jesús Nuñez junto a un Pierpaolo que se interesó continuamente por nuestro grado de satisfacción.

Si hacen la prueba, espero que todo salga como nos salió a nosotros y disfruten de un festejo gastronómico italo-valenciano.

Que aproveche.