Salud

Diario de una cuarentena con niños: Día 51

Llega el tiempo de los filósofos

Representación de un agujero negro contra un fondo de galaxias y estrellas, en la que que vemos que el agujero negro bloquea la luz de los objetos que tiene detrás.
Si pudiésemos acercarnos mucho a un agujero negro y gozásemos de un cielo tan bonito como el de esta imagen, podríamos distinguir el agujero negro porque “tapa” la luz de las cosas que hay detrás. Pero eso no es porque el agujero negro sea sólido: es porque la luz que entra nunca vuelve a salir.NASA

Sólo en la oscuridad se pueden ver las estrellas. Y ahora que el tráfico en Barcelona ha bajado un 75% y con él, los niveles de contaminación se han reducido a la mitad, se pueden observar estrellas sin tener que alejarse unos kilómetros de la ciudad. Es un buen entretenimiento. Aunque cuando miras las estrellas, corres el peligro de entrar en un bucle de preguntas sin respuestas. Las más repetidas son de dónde venimos, a dónde vamos, si hay vida ahí fuera y si el universo es infinito como dicen los astrónomos. Acabo imaginando a los virus de la Covid-19, que apenas miden cien millonésimas de milímetro, con la cara que tienen los microbios que aparecen en la serie de dibujos animados “El cuerpo humano”. Y me pregunto si cuando miran hacia arriba se sienten como un ser humano cuando observa las estrellas. Por cierto, esta serie de dibujos animados sigue fascinando a los niños después de 30 años.

En realidad los virus, aunque en los dibujos tengan ojos perniciosos, narizota roja y hablen, no piensan. Fuera de las células son como objetos inertes. No comen, no respiran no tienen piernas para desplazarse por su cuenta. Para ir de un lado a otro, los tenemos que coger nosotros de los pasamanos de las escaleras del Metro, de un apretón de manos o respirarlos. En “El Cuerpo Humano”, (RBA), Bill Bryson cuenta que la mayor parte del tiempo son como una mota de polvo, pero que si los metes en una célula viva, florecen con exuberancia y se reproducen tan furiosamente como cualquier ser viviente.

Si la filosofía va de hacerse preguntas, de este encierro van a salir cientos de millones de filósofos. Porque la crisis del coronavirus nos empuja a cuestionar los descomunales cambios que estamos viviendo y el mundo que los políticos están redibujando para empezar a comprender qué está pasando. “¿Por qué no sales a pasear con nosotros, mamá, si luego vas a salir a comprar el pan?”, pregunta la hija de tres años. ¿Bruna es una pequeña filósofa? ¿Preguntarme si Bruna es una pequeña filósofa me convierte también a mi en filósofa?

Está claro que no. Que esta pregunta no sirve para descifrar el enigma del mundo que nos rodea y el enigma de la vida, que es a lo que se dedican los filósofos. Además, sería una desconsideración hacia los filósofos. Aunque esta pandemia me ha llevado a la misma conclusión que Sócrates, que sólo sé que no sé nada. No sé responder a Marc y a Bruna cuándo volverán al colegio. Ni si esta epidemia es la antesala de una crisis ecológica de consecuencias peores. O si cuando acabe la desescalada emergerá una sociedad mejor, seguiremos siendo igual de egoístas o peores. Por ahora, no me está gustando la desconfianza con la que nos miramos los adultos cuando salimos a la calle. Tendremos que aprender de los niños, que se buscan y se mueren de ganas de jugar los unos con los otros. “Me ha gustado ver a otros niños”, me dijo Marc el primer domingo que salimos a pasear. A mi también me ha gustado ver a la gente hacer deporte hoy y a los más mayores pasear.

Tampoco sé cómo serán las vacaciones de verano, ni cuándo verán a su abuela ni cómo celebraremos la fiesta de cumpleaños de Marc el próximo 15 de mayo. Mientras, se entretiene haciendo una lista de regalos y explicándonos como se imagina su fiesta. La imaginación, igual que los números y el universo, también es infinita. Llegados a este punto, dejo el texto a medias. Tocan duchas, cenas y después de cenar, Bruna me pide un cuento y cuando se duerme, le toca el turno a Marc. Le pido un minuto, que no sé como acabar este texto y me dice que le deje. “montse es la mejor y edu es el mejor marc es el mejor bruna es la mejor”, escribe. Visto esto, me voy a leerle el cuento que me está pidiendo.