La arquitectura de un poeta
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Una vez se le preguntó a Joan Margarit (1938) que, si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Contestó: “No soy escritor. Soy poeta. Muchos funcionarios, por ejemplo, han escrito más que yo”. Es esa conciencia de ver el mundo y de reescribir la propia memoria, de sesgo poético, lo que distingue al autor leridano, de mente estructurada –catedrático jubilado de la Universidad Politécnica de Cataluña, en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona– y alma lingüística en un catalán elegante y preciso.
De Margarit hay que hablar de su vida más íntima y dolorosa, pues fue su libro “Joana” (2002), sobre su hija fallecida –otra más, de tres hijos, también murió–, que padeció síndrome de Down, lo que le llevó a hacerle más conocido si cabe. Antes ya había recibido siete premios catalanes, y vendrían más, hasta este Cervantes que es su decimoséptimo galardón y más importante. Había debutado en 1963 con “Cantos para la coral de un hombre solo”, con prólogo de C. J. Cela e ilustraciones de Josep María Subirachs, y sus últimos libros son, dentro de una prolífica trayectoria lírica, “Un hivern fascinant” (“Un asombroso invierno”; 2017 y 2018, respectivamente), y la biografía “Para tener casa hay que ganar la guerra” (2018).