El testimonio inédito que cuenta el choque entre Unamuno y Millán Astray
Describe qué sucedió realmente en el enfrentamiento que protagonizaron Miguel de Unamuno y José Millán-Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Este texto, firmado por Ignacio Serrano, catedrático de Derecho Civil y que presenció este suceso, ha aparecido hace apenas dos años. Los historiadores Colette y Jean-Claude Rabaté han incluido una reproducción fotográfica de estas cuartillas en una edición de «El resentimiento trágico de la vida»
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El enfrentamiento entre Miguel de Unamuno y José Millán-Astray adquirió enseguida rango de leyenda. Todos lo conocían, todos hablaban de aquel suceso y las familias, en las sobremesas de salón, repetían las palabras que se mencionaron en aquel encontronazo con categoría de mito como si fueran una especie de mantra. Sin embargo, apenas quedan documentos directos que aludan a lo que ocurrió aquel 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, jornada que precisamente coincidía con la celebración de la Fiesta de la Raza, como bien marca el filme «Mientras dure la guerra», de Alejandro Amenábar. Los historiadores franceses Colette y Jean-Claude Rabaté han recuperado las notas de «El resentimiento trágico de la vida. Notas sobre la revolución y guerra civil españolas» (Editorial Pre-Textos). Un volumen que recoge el conjunto de notas, apuntes y reflexiones que el escritor reunió a lo largo de esas intensas semanas para acometer su siguiente proyecto y que, al fallecer, dejó inacabado.
Una obra que supone hoy en día una interesante aproximación al epígono intelectual del novelista, con sus postreras ideas, reflexiones, enmiendas y correcciones a sí mismo, y que, para redondear el perfil biográfico de los últimos días del autor, se ha completado incluyendo en los anexos un documento inédito y valioso. Una reseña a la que estos investigadores, según su propio testimonio, tuvieron acceso hace apenas dos años.
Palabras en caliente
El texto pertenece a Ignacio Serrano Serrano, catedrático de Derecho Civil de ese mismo centro universitario y que presenció, al igual que otros profesores, aquel desencuentro entre las letras y las armas, entre el novelista y el militar. Sus hijos encontraron estas cuartillas anaranjadas al reordenar las carpetas y rimeros de su padre y enseguida las pusieron en disposición de los científicos. Su relevancia estriba en que confirma lo que hace tiempo muchos expertos había sostenido y defendido al cotejar distintas fuentes. Pero el aspecto más interesante es que Ignacio Serrano, del bando nacional, redacta estas palabras en caliente, impidiendo que la memorias y sus tergiversaciones naturales, distorsionaran su recuerdo.
Además de tomar nota y describir lo ocurrido, Ignacio Serrano se atreve, lo que es muy notable debido a las circunstancias y los tiempos que corren, a enjuiciar de manera imparcial la actitud de los dos protagonistas, subrayando cuáles fueron, según su criterio, sus excesos y aciertos, sobre todo en el caso del fundador de la legión, que era amigo personal de Francisco Franco y no era, por tanto, alguien con el que nadie se pudiera pasar un punto.
Colette y Jean-Claude Rabaté recogen también un apunte que les ofreció uno de los herederos del catedrático: «Hay un pequeño dato que no sé si lo tenéis y que procede de lo que al concluir el acto el general Millán-Astray se dirigió a Unamuno –supongo que en unos términos imperativos, conminatorios– a Unamuno con estas palabras: “Señor rector: el brazo, a la mujer del jefe del Estado”. También nos decía que la versión que se daba de lo que allí pasó no se correspondía con la realidad de los hechos».
Ignacio Serrano, que mantuvo estas líneas en su gabinete privado, sin hacerlas jamás públicas, señala el turno de los diferentes ponentes, que Unamuno recalcó ante los concurrentes que él era vasco por los cuatro costados, y que «había venido a Castilla a enseñar castellano», exigió paz y recriminó a aquellos que se enorgullecen de los ajusticiamientos. Por supuesto, recoge lo que todos conocen, que «vencer no es convencer» y lo de la «anti-España», que él subraya que es un concepto «superficial».
También se preocupa por consignar la reacción que hubo a su intervención, los vivas que se gritaron y lo de «abajo la intelectualidad», «adjetivo», según el autor de estos párrafos, «que no se oyó». La película de Amenábar, de hecho, parece seguir este guión, junto a otros detalles que se incluyen en ella, al pie de la letra. Lo interesante es el posterior enjuiciamiento que hace, donde se puede encontrar la impresión que causó este choque en los asistentes, lo que sería, según el gusto de Unamuno, una parte de la intrahistoria de un acontecimiento. «Unamuno fue imprudente e inoportuno y al final antipatriota pero no todo lo que dijo es censurable», dice Ignacio Serrano.
Y este posterior reconocimiento al novelista resulta sorprendente, pero, también, humano, porque revela que a pesar de esa pendiente de sectarismo y fanatismo por la que resbalaba aquella España, todavía existía un espacio para la reflexión y la asunción de verdades claras y evidentes para los que todavía no se han vendado los ojos por los extremismos. Ignacio Serrano le reprende, en cambio, por algunas de sus afirmaciones, como la reivindicación de sus orígenes vascos, y que él consideraba inoportunas. «Sin embargo es francamente “madurable” la última parte de su discurso, la referente a que la “antiespaña” es España también».
Respecto a Millán-Astray, Ignacio Serrano, más que claro, es transparente y afirma: «Estuvo bien pero fue más lejos de lo debido en cuanto afirmó que ciertos profesores morirán». Y subraya que esta clase de salidas de tono, en un ambiente de exaltación como el que existía en ese instante en el Paraninfo, pueden resultar demasiado «peligrosas».
Los «hunos y los hotros»
Para Colette y Jean-Claude Rabaté este testigo y este documento resulta crucial y por eso lo han querido incluir, por primera vez, en un libro. Antes no se había reproducido y, en este año en que su figura se ha convertido también en un personaje de cine, viene a disolver confusiones y poner muchos aspectos blanco sobre negro. Durante la presentación de este libro, los autores también quisieron remarcar algunos detalles de la deriva intelectual de Unamuno, que está condicionada por el impacto que supuso para él el estallido de la Guerra Civil española.
De hecho, él reconoce que «el pueblo español se entrega al suicidio. Pero como le retiene el instinto animal de vivir –y reproducirse– se entrega a estupidizarse, al opio o al alcohol. El goce de morir matando». En otro apunte, dice: « No son unos españoles contra otros –No hay anti-España–, sino toda España, una, contra sí misma». En estas meditaciones, influidas por Shakespeare y Tólstoi, es donde aparece de su puño y letra lo de «¡Viva la muerte!», grita Millán Astray. Lo que quiere decir «¡muera la vida!». Este es un Miguel Unamuno que, con sus errores, intenta atrapar la realidad y, para hacerlo, acude a la radio.
Colette y Jean-Claude Rabaté explican que él escuchaba las emisiones radiofónicas y que a través de los discursos y las noticias que escuchaba iba desenmascarando a los protagonistas que había detrás de cada bando. En uno de los folios de estas anotaciones se aprecia cierta ironía: «Me insultan los rojos sin secreto –tacañería–. Me destituye Madrid; me restituye Burgos. Y luego me destituyen mis compañeros».
En estas páginas, que incluyen alusiones a varios personajes históricos, algunos contemporáneos de él, queda de manifiesto la incomprensión y el horror que la contienda del 36 supuso para Unamuno. Entendió qué era una guerra de verdad, no como el sitio de Bilbao, según los propios autores, quienes insistieron en qué hubiera «pensado si hubiera presenciado el bombardeo de Guernica». El escritor, de hecho, redacta: «Este sí que es “El Hundimiento del Occidente”. La gran guerra no la ganaron ni unos ni otros; la perdieron todos trayendo dos barbaries, las comunista y la fascista».